Competente pero no contundente. Aun así, importante. Ari Aster ha dicho que quería hacer una película “neutral” y se nota. La película atrapa, interesa, pero también se siente como si al discurso (social, político, cultural, antropológico) de “Eddington” le faltase un poco más de combustible, algo que haga arder toda su leña, que le ayude a encender un fuego más abrasador. Se agradece, eso sí, que la pieza nos incite a reflexionar y conversar sobre lo que propone. En cualquier caso, no me he podido quitar la sensación de que, incluso en sus momentos más efervescentes y abrasivos, hay cierta tibieza, cierto nihilismo en el resultado final.Joaquin Phoenix hace el papel del sheriff de un pueblo de Nuevo México durante los primeros instantes del COVID-19. Muy pronto descubrimos que tiene una relación ríspida con el alcalde del lugar, interpretado por el omnipresente Pedro Pascal. No sólo son opuestos en sensibilidad política, sino que hay algo de índole personal que los confronta. Los problemas suben de tono cuando ambos deciden contender por el mismo cargo público mientras las tensiones sociales escalan. “Eddington” parece caminar cuesta arriba conforme descubrimos los temas con los que ha sido bordada. En ella aparecen algunos de los más abrumadores horrores contemporáneos. El más reciente opus del director de “Hereditary” y “Midsommar” es un filme que explora las fricciones que han llevado a la sociedad estadounidense a devorarse a sí misma; sobre lo deformada y absurda que se ve la vida cuando la filtramos a través del velo de las redes sociales; sobre el internet como un proveedor de información que nunca es cuestionado; sobre las pantallas portátiles que se han transformado en la primera ventana al mundo y cuyo contenido (por pereza o desilusión) asumimos como axioma. Pero Aster no se queda ahí. Esta pieza, ensamblada con los tabiques del thriller, la comedia corrosiva y el neo-wéstern, es también un retrato sobre el enfrentamiento entre masculinidades (el hombre público, el hombre doméstico), sobre el efecto devastador que producimos cuando tratamos de imponerle al mundo nuestra mirada individual (nuestros delirios personales) y pasamos de largo la mirada colectiva, e incluso, cuando nos asumimos con un propósito mayor que el de la otredad. El inventario temático de “Eddington” exhibe, además, que las narrativas mesiánicas han probado en más de una ocasión su ineficacia: no hay individuo (ni el sheriff ni el alcalde ni ningún otro) al que debamos santificar ni al que debamos confiarle la salvación de la sociedad. Y, sin embargo, henos aquí, en un momento histórico donde hemos dejado que ciertos personajes se encumbren como redentores, donde la agenda de uno se impone al bienestar del colectivo, de la comunidad, del tejido que formamos juntos. Es por este catálogo tan robusto de temas brutales que siento que es una lástima que Aster se frene (¿se autocensure, se contenga?) en su afán por lograr “neutralidad”. Su intento por no poner el dedo en la llaga de nadie desnutre su película. No la mata, pero la empequeñece en posibilidades. Eso sí, el retrato que Aster hace del año 2020 es punzante: es imposible no sentirse transportado a los primeros días de la pandemia. Aplaudo también las interpretaciones: el elenco hace un gran, gran trabajo. Y, además, es una pieza filmada con buen pulso en el sentido técnico. Antes de concluir, leí por ahí que alguien dijo o escribió que “Eddington” era el primer gran (neo) wéstern del siglo XXI. Perdón, pero siento que es importante aclarar que el neo-wéstern nos ha dado películas más grandes que “Eddington” en los últimos 25 años: “Sin lugar para los débiles”, “Enemigo de todos” y hasta “Logan” son sólo tres títulos más rotundos dentro del género. En fin. Ni “Eddington” es el neo-wéstern más exquisito, ni es el magnum opus de Ari Aster, pero sí es una película que vale la pena ver y comentar. Es una peli que (me consta) se disfruta por segunda vez cuando la conversas con alguien. Te encante o no, te parezca arrolladora o no, sí tiene algo de carnita pegada al hueso. ¿Le falta cocción? A mí me lo parece, pero admito que conozco a mucha gente a quienes les ha fascinado.