Jueves, 25 de Abril 2024

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Diario de un espectador

Poderosos vientos de mayo -quién los viera- arriman su frescura tras los días agobiantes de la estación

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador

Atmosféricas. Poderosos vientos de mayo -quién los viera- arriman su frescura tras los días agobiantes de la estación. El balcón recibe de frente la andanada, y algún muy tenue relente de las aguas en marcha alcanza a ser percibido entre las rachas que a ratos son una lija que pule a la jornada que se retira. Cada año, estos rigores luego son cauterizados y enviados a algún episodio olvidable: llega el día de San Antonio, se abren las aguas, el benévolo clima de este valle retoma talante y gobierno. Por mientras, las floraciones atienden a sus muy particulares ritmos y el rosal de dos colores opta por expandir inopinadamente su dominio. Habrá que moderar sus ímpetus, favorecer con esa medida a la mansa sábila, ahora un poco arrinconada sobre su platabanda. Pájaros de buenaventura cantan hasta los límites mismos de estas tardes inacabables.

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El maestro Palacios va al mar. Sigue la cavilación sobre la suma de reflexiones que un hombre de tierra adentro, luego de 87 años, condensó en una frase hipnótica, llana y contundente, frente al infinito poderío del océano, frente a ese otro reino del misterio y el portento inalcanzable: “El mar, arquitecto, le mira a uno lo pendejo.” Una sabiduría larga, vital, ante lo desconocido, lo inaudito: no cabe a ese hombre, ante tal evidencia de fuerza y enigma, más que acatar con sonriente humildad esa presencia que lo rebasa, pero que de alguna manera le entrega ahora el gozo hondísimo de la creación reconciliada y completa. No es “uno mira” al mar: es, que el mar “le mira a uno.” Una clave: el océano no como una vastedad a ser mirada; sino un sujeto vivo y actuante que ante cada hombre tiene su efecto, su mensaje personalísimo que viene a través de los siglos.
Entre otras consideraciones, don Luis, el maestro, largamente observó luego el mar. Sacó dos conclusiones. Una, sobre la imposibilidad física, derivada de procedimientos de su oficio, de abarcar toda la extensión marítima de un golpe de vista. La parte y el todo; la parte como medida eficaz para entender el conjunto. Y la otra: después de mediciones realizadas con su ojo de águila, concluyó que el horizonte, en su punto central, tenía una ligera elevación sobre la superficie que, continua, se alejaba rumbo a la bóveda celeste. En algún lugar de Homero parecidas conclusiones sin duda se encuentran mientras los hombres de tierra y certezas se adentraban por el vinoso ponto. A los 87 años, un hombre que enfrenta por primera vez el mar comienza sus inicios en la marinería, en lo inexplicable, en lo que sin embargo es capaz de hacer propio.

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Inscripciones. Quedan y acompañan a lo largo de los años. Se enganchan en la memoria como un fragmento que viene a completar el mundo de referencias que toda mente humana acarrea. Alguna, notada en veces singulares, parece destinada a durar por siempre. Pero, como la inscripción de León Felipe. “estaba escrita en el polvo/ en el polvo que dispersan/ la lluvia, el viento y las huellas.” Hay otras en cambio que navegan sobre aguas humildes e inciertas, que flotan en la memoria como frágiles restos de algún naufragio. Y son luego las que perduran, las que al filo de algún cuaderno perdido comparecen, y vuelven a ser la misma flecha que da justo en el ánima. Tres de éstas, hallazgo y adivinanza de estos días:
Inscripción del reloj de sol del campanario de Darmstadt
El día recorre mi rostro, la noche lo cruza en silencio, y el día y la noche se compensan y la noche y el día se funden. Y eternamente va avanzando la sombra indicadora. Toda una vida jugando en la penumbra, hasta que también a ti te llegue tu vez: se agotó el plazo, fin del trayecto.
Graham Greene, en Nuestro hombre en La Habana:
“Pueden imprimir estadísticas y contar las poblaciones en cientos de miles pero para cada hombre una ciudad no consiste más que unas pocas calles, unas pocas casas, algunas gentes. Si se remueve eso poco una ciudad no existe ya excepto como un dolor en la memoria, como el dolor de una pierna amputada que ya no está allí.”
Redshift
no sé muy bien por qué ahora me da
por acordarme
y por pensar en voz baja todo cuanto
de ti supe                         ojos verdes
-pequeñas llamas alumbrando a nadie-
y cuerpo alto y claro como un arrayán joven
dos o tres frases hechas
                                    la sonrisa difícil
y un cierto parecido con algún lugar lejano

existes ahora para aquí apenas
porque recuerdo tu acento al decir no entiendo
y tu manera de beber tímidamente
y mucho

estarás ahora lejos y distinta
con la piel más pálida el aire más cansado
pensando dónde pasarás
tu siguiente ausencia, tu próxima estación

una oficina anónima
un quehacer inútil al fondo de tu vida
a la izquierda del hastío, bajo los recuerdos
único lazo que tampoco te ata al mundo
ahora ya te quedas como estás
                            y como fuiste
un tiempo esa vez a pesar del silencio
del pasar de los días del roer de la vida
el caso es que te quedas
al filo de este día dibujo en el agua
escritura en el aire
taciturna pasajera el aire alucinado
de los habitantes de esta tarde en ruinas.

jpalomar@informador.com.mx
 

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