Miércoles, 24 de Abril 2024

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Deber o no deber, vaya dilema

Por: Paty Blue

Deber o no deber, vaya dilema

Deber o no deber, vaya dilema

A su edad, usted debería salir bien abrigada por la mañana, señaló con sobrada autoridad la vecina cuyas facultades como calificada metiche le hacen parecer dueña de un dispensario de consejos no pedidos, pero bien despachados con toda suerte de aderezos estadísticos y climatológicos. Como sucede en cada ocasión que me la topo, y antes de que me recete de manera gratuita sus pareceres sobre lo que debo, debí o debiera hacer, le coarté el abordaje aduciendo la prisa feroz que me acuciaba para llegar a tiempo a cumplimentar mis compromisos laborales, pero en más de una ocasión me ha dejado pensando sobre el asunto ese del deber que me ha perseguido desde que lo adquirí como parte de mi bagaje de tempranas nociones.

Si bien la Real Academia de la Lengua define el deber como “aquello a lo que el hombre está obligado, sea por preceptos religiosos o leyes naturales”, por más que hurgo entre las vastas líneas que lo componen, no localizo en dónde especifique que dicho concepto “deba” ser escurrido, aplicado o inducido por instancia, sugerencia o imposición ajena, y que hacerlo supone un prominente acto de soberbia que “debiera” ser penado con la muerte a puros ligazos.

Eso de que alguien más le venga a decir a uno lo que debe decir, cómo debe manejar, qué se debe poner, cuáles alimentos debe ingerir, qué debe comprar, qué no debe hacer y qué situaciones debe evitar, siento que equivale a negarle la posibilidad de aprender a decidir como producto de su propio razonamiento. Pero que, además, se sientan en la obligación de recalcar que si algo no nos favoreció fue porque debimos o no debimos hacer o dejar de hacer tal o cual cosa, es como para aplicarles por la fuerza el deber que tienen de callarse la boca.

Creo que desde chiquilla me indigestaba aquello de tener que cumplir con mis deberes escolares, cuando en realidad sentía que más bien “debería” dedicar las tardes al placentero retozo, tirada de panza frente a un altero de cuentos. Por esos tiempos, me engarrotaban el ánimo algunos deberes como bañarme todos los días, cepillarme los dientes tras cada comida o ponerme el horrendo uniforme reglamentario. Tal vez desde entonces intuía que, como apuntan otros enterados, la palabra “deber” se utiliza para nombrar lo que es una obligación que poco tiene que ver con el deseo de una persona, toda vez que el terminajo se relaciona más con lo que se considera apropiado y correcto, pero difícilmente libre o placentero.

Como sea aguanto o puedo ignorar o pasar por alto lo que otros me sugieran que debo, debía, debiera o debería hacer o pensar, pero lo que considero ignominia mayor es que una caterva de corruptos (no todos, que conste) me impongan el deber de pagar impuestos exorbitantes para engordar sus arcas personales, o de pagar una multa por motivos inexistentes o de soportar sin chistar las arbitrariedades de quienes deberían hacer uso de sus influencias para servir a la comunidad, en vez de fastidiarla con sus ruidosos excesos, a pesar de la activa campaña emprendida contra el ruido.

Empero, la peor connotación de la palabra deber es la que nos señala como propietarios de una deuda que, ahí sí, tenemos la obligación de saldar.

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