Jueves, 18 de Abril 2024

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Calamidad telefónica

Por: Paty Blue

Calamidad telefónica

Calamidad telefónica

Es usted muy amable, pero no me interesa ampliar mis servicios en red, porque ni siquiera tengo acceso al paquete que contraté y lleva tres días fuera de operación. Dicho esto, dejé a mi escucha con la palabra en la boca y colgué abruptamente el teléfono. Cuando llamé para reclamar su incumplida promesa de enviar a un técnico para hacer la reparación correspondiente, me enteré que habían intentado cuatro veces entrar en contacto conmigo para saber si me encontraba en casa para recibir al profesional, pero nunca encontraron a una persona dispuesta a proporcionarles tal información.

Dos días más tarde, apliqué el mismo descontón verbal al emisario de un banco a quien confundí con un promotor, pero que simplemente llamó para informar que ya podía pasar a recoger mi nueva tarjeta de débito, en reposición de la que había sido bloqueada tras un intento de cargo sospechoso. Así que desconectada del mundo cibernético, sin acceso a las redes, ni a mis centavos para procurarme algún otro entretenimiento, se me fue una semana rumiando mi desgracia y convenciéndome de que debía incluir a mis proveedores habituales con identificación, entre mis contactos telefónicos.

Y en ésas andaba cuando me llegó una llamada sin identificación, por la que la voz varonil de un sujeto que sonaba muy apuesto (sabrá Dios) me instruía con algo así como que, si en verdad me interesaba mi país, me invitaba a reflexionar seriamente sobre el candidato que favorecería con mi voto. Como evidentemente se trataba de una propaganda grabada, ni atención le concedí al resto del mensaje que con un clic me quedó inconcluso. No habría pasado ni un par de horas, cuando una voz femenina indagaba sobre mi preferencia electoral y la dejé con la duda antes de mover mi dedito para hacer un nuevo clic. Los subsiguientes días, ni para qué seguírselos describiendo porque nomás cambian de voz, tono y alianza partidista, a razón de tres o cuatro por día.

Así que volví a mi acendrada costumbre de no responder los requerimientos comunicativos provenientes de números sin identificación, por lo que, de la manera más encarecida, ruego me disculpen aquellos potenciales interlocutores que mandé directamente a un buzón al que ya no le cabe ni media llamada; que por favor me perdonen los que deliberadamente ignoré por desconocer su número, los amigos que me marcaron para invitarme a una comilona y ni la gentileza tuve de devolverles la llamada y los proveedores que les di el colgón en cuanto me hicieron llegar su amable saludo y luego reconvine personalmente su falta de seriedad, por su incumplida promesa de telefonear  para dar aviso de algunos asuntos que me eran de suma importancia.

Créanme que no suelo ser tan inaccesible ni tan pelada, pero por estos días ya ando francamente ciscada con tanta llamadera ociosa que me ha obligado a dejar el trabajo en suspenso, me ha interrumpido la comida, me ha espantado la siesta, me ha desmañanado y desvelado, me ha hecho abandonar la regadera cuando acabo de meter un pie y me ha entrecortado la lectura o la visión de mi episodio telenovelero del día con puras necedades ajenas a mis genuinos intereses.

Por culpa de estos intrusos que quién sabe por qué me traen registrada en su directorio telefónico, y me abordan por la vía remota cuantas veces les da la gana, llevo ya un mes con las orejas en huelga y con ganas de poner mi aparato a hibernar hasta el 2 de julio. 

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