En algunas de las últimas ediciones de EL INFORMADOR y de los principales medios de comunicación de la ciudad se han publicado noticias alarmantes relacionadas con los delitos de feminicidio y abuso sexual de menores. No pocos especialistas explican su incremento como resultado del confinamiento al que nos hemos visto sujetos en los últimos meses y que, aceptémoslo de una vez por todas, es una nueva forma de vivir. El origen del problema tiene que ver con la ineficiencia e ineficacia de las instituciones encargadas de prevenir y combatir esas conductas. Innegablemente, hay un fenómeno de corrupción en algunos de los responsables de velar por el sano desarrollo de la sociedad, entre ellos, funcionarios judiciales y agentes del ministerio público, pero también es revelador de una patología que está afectando las relaciones de familia: el desamor y la falta de respeto. Significativamente, el mayor número de estos delitos se cometen en casa y por familiares cercanos, básicamente varones, aprovechando la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran menores y mujeres y, algo muy grave, frecuentemente en complicidad o solapados por sus parejas e influidos por el consumo de drogas y alcohol.El tema tiene diferentes componentes: la cultura machista, por lo visto, más difícil de erradicar de lo que pudiéramos imaginar; la pobreza, el hacinamiento de grupos familiares amplios en espacios reducidos donde cohabitan desde recién nacidos hasta personas de la tercera edad, muchos de ellos activos sexualmente, quienes dan rienda suelta a sus instintos, sin limitaciones de ninguna naturaleza, deformando la mentalidad de los menores; la modificación del concepto de intimidad, haciendo explicito lo que debe ser estrictamente personal; la exaltación de la sexualidad en las redes sociales y programas de TV como algo común, ordinario; el abuso de poder y el debilitamiento de instituciones intermedias como la Iglesia, que apoyan y orientan con sus consejos a las parejas y condenan la práctica de relaciones incestuosas; además de un nuevo concepto de moralidad: permisiva, flexible, hedonista, que afecta principalmente a los jóvenes, aunque no es privativa de ellos.Hay una enorme cantidad de argumentos para explicar lo que está sucediendo, sin embargo, debe preocuparnos la tendencia a infringir la ley y las normas de convivencia por un grupo, cada vez más amplio, de perturbadores sociales, frecuentemente impunes, que dañan la vida de niñas, niños y mujeres. La bestialidad de sus actos corresponde a mentes enfermas que deberían ser marginadas permanentemente de la sociedad.¿Es qué nuestra capacidad de indignación está sumergida en la indiferencia? ¿Es qué en nuestro egoísmo no importa lo que suceda a los demás en tanto a mí no me pase nada? ¿Acaso quebrantar las leyes y las reglas de urbanidad se ha vuelto una práctica en la cual, hagas lo que hagas, todo se arregla con influencias o con dinero?Nuestra comunidad se está enfermando y requiere de cada uno actuar con responsabilidad para evitar que la sociedad se transforme en una jungla que a todos nos atrape. al troteeugeruo@hotmail.com