Sábado, 27 de Abril 2024

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* Los villanos

Por: Jaime García Elías

* Los villanos

* Los villanos

Es probable que, al paso del tiempo, se recuerde a tres porteros como los protagonistas de las anécdotas relevantes del Mundial de Rusia…

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Sin perjuicio de que las figuras de algunos —el belga Thibaut Courtois, el francés Hugo Lloris, el inglés Jordan Pickford y el croata Danijel Subasic— se agiganten por las hazañas que en los cuatro partidos de vida que le restan al certamen pudieran agregar a las ya realizadas hasta ahora, en la memoria de críticos y aficionados sobresalen, por desgracia, las chambonadas de tres guardametas que ya están de regreso en sus países de origen…

David De Gea, heredero de Iker Casillas en el zaguán español, en el segundo gol de Cristiano Ronaldo en el partido contra Portugal; (un gol que hizo recordar los gritos de chunga de los aficionados cuando un disparo parable terminaba en las redes: “¡andas agarrando gallinas…!”); Willy Caballero, heredero del “Chiquito” Romero en la valla argentina, porque convirtió un balón retrasado por uno de sus compañeros, en el pase en bandeja con que Rebic puso a Croacia en la ruta de una goleada por 3-0; Fernando Muslera, a quien los especialistas comparaban con los legendarios Maidana y Mazurkiewicz, por el “Karius” en el disparo del francés Griezmann, que sepultó el sueño de que Uruguay reverdeciera los laureles que se marchitan en sus vitrinas desde el primer Mundial de la historia (1930) y el “Maracanazo” de 1950.

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Convertidos, hasta ahora, en los villanos de la película, De Gea, Caballero y Muslera lo mismo han escuchado palabras de consuelo que soportado cuchufletas y aun amenazas. Mientras al argentino se le ha cargado la mano y al español se le califica como “el portero que atajó menos en Rusia” (hasta su homólogo de Panamá, Jaime Penedo, tuvo un porcentaje más alto de defensas exitosas, pese a haber sido el más goleado), al uruguayo lo recibieron los aficionados en Montevideo con aclamaciones, en concordancia con la corrección y el deportivismo que caracterizó esta vez a una escuadra que antaño se refugiaba en “la garra” para explicar —y aun justificar— su propensión de pasar de la dureza a la rudeza.

Los tres, en todo caso, seguramente pasarán el resto de la vida rebobinando la pesadilla de sus pifias garrafales, y el resto de sus carreras tratando de demostrar que un hombre es verdaderamente grande cuando cae… y se levanta.

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