Jueves, 28 de Marzo 2024

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* La Champions

Por: Jaime García Elías

* La Champions

* La Champions

Cualquiera que sólo hubiera visto la Final de la Champions League, el sábado, y no varios de los partidos previos de esta misma o de ediciones anteriores, podría preguntarse si no es un exceso, cuando no una falacia de los publicistas, que se le considere “el mejor torneo de clubes del mundo”…

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El del sábado fue un partido intenso, ciertamente…, pero también áspero, poco brillante. Un partido en que el Real Madrid se vio eclipsado hasta que la lesión de Salah fue un gancho al hígado —o un recto al mentón, como se prefiera— del Liverpool. (Esa lesión, por cierto, abrió un debate ocioso: ¿Sergio Ramos se comportó como un troglodita en el lance que dejó fuera de combate a Salah, o éste fue la víctima accidental de lo que en el fondo es un deporte de contacto y no precisamente un ballet?).

Después: ¿cómo prodigar elogios al vencedor, al margen de los títulos que justifican su prestigio como uno de los mejores equipos de la historia, si su triunfo, esta vez, fue consecuencia más de los errores de Karius —del género de los escandalosos y de la especie de los imperdonables, se diría, si esto último no fuera motivo para una reflexión adicional— que de lances brillantes, espectaculares como el gol de chilena de Bale… o como las dos defensas que el mismo Karius hizo a disparos de Isco y Benzema?

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Para el aficionado más curtido en estos menesteres, en cambio, la manera como el Madrid consiguió su decimotercera “Orejona” y su tercera consecutiva —con lo que confirma su calidad de leyenda viviente del deporte—, fue una demostración de que el futbol lo mismo obliga a ponerse el overol para labrar los resultados, que permite vestir de frac para celebrarlos.

En cuanto a Karius, el gesto de dirigir, aún con lágrimas en los ojos, un ademán en demanda de perdón a los seguidores del Liverpool que estaban en la tribuna del Olímpico de Kiev como en un funeral, y la salva de aplausos con que éstos le respondieron, fue una lección de honradez del jugador, de nobleza de los espectadores, de deportivismo y grandeza de uno y otros... y un emocionante detalle que, sin necesidad de palabras, da la razón a Albert Camus cuando dijo que “El futbol me ha enseñado cuanto sé sobre la moral de los hombres”.

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