Viernes, 26 de Abril 2024

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- Relevo

Por: Jaime García Elías

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Tras cuatro meses y medio de silencio –por razones de seguridad, a raíz de los sismos del pasado 19 de septiembre—, las campanas de la Catedral, en la Ciudad de México, volvieron a repicar. Lo hicieron moderadamente, a manera de saludo al nuevo Arzobispo Primado de México, Carlos Aguiar Retes, quien ayer asumió el cargo en sustitución de Norberto Rivera Carrera, quien presentó su renuncia al Papa Francisco, de conformidad con el derecho canónico, al cumplir 75 años.

-II-

El nuevo arzobispo, al decir de los entendidos en asuntos religiosos, tendrá primordialmente la delicada encomienda de reconstruir, en lo cuantitativo y en lo cualitativo, lo que se destruyó o se deterioró en los 22 años en que Rivera Carrera encabezó una de las diócesis más importantes del país y del mundo. (México y Brasil son, por la cantidad de creyentes declarados, los principales bastiones del catolicismo en el planeta).

Signo de los tiempos, la mengua del fervor religioso se interpreta como consecuencia lógica de la forma de vida de los habitantes de las grandes ciudades, sobre todo. De ellos se dice que son más liberales, más informados y más críticos. La mayoría conserva la costumbre de acercarse a la Iglesia en ocasión del nacimiento de los hijos, para bautizarlos, o de la muerte, para celebrar las exequias a la usanza tradicional. Otros sacramentos, como la penitencia y el matrimonio, lo mismo que la asistencia a misa o a los ritos propios de conmemoraciones como la Navidad o la Semana Santa, han caído en desuso. El hecho se refleja tanto en las estadísticas como en la constatación de que en las contadas ocasiones en que la religiosidad popular se desborda –peregrinaciones y romerías como la del 12 de octubre a Zapopan, por ejemplo—, parece hacerlo más en nombre de la tradición que de la piedad.

-III-

En el aspecto cualitativo, la reticencia de la Iglesia a modernizar su criterio en ciertas materias, a convalidar prácticas como las relacionadas con el control de la natalidad, y la tibieza para aplicar a los casos de abusos sexuales por parte de clérigos el principio de “cero tolerancia” que los papas Benedicto XVI y Francisco han sostenido en el discurso, han ido en detrimento del ascendiente moral que la Iglesia mantuvo, durante siglos, en la conciencia de los creyentes.

Aguiar Retes, así –como el Papa Francisco al ser electo—, llega al relevo, obligado a remar contra la corriente.

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