Viernes, 29 de Marzo 2024
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- Mamotreto

Por: Jaime García Elías

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Desde que anunció, urbi et orbi, que su gobierno propondría a los mexicanos una “Guía Ética para la Transformación (!) de México”, el Presidente López Obrador aludió a la “Cartilla Moral” -escrita por Alfonso Reyes y difundida profusamente por el gobierno de Manuel Ávila Camacho en 1944- como su antecedente. Son, ambos, sendos manualitos de buenos consejos, correspondientes al género de la literatura (es un decir) “de superación”: hermanitos carnales de los engendros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, similares, conexos y derivados.

-II-

La “Cartilla Moral” que le sirvió de inspiración consta de 14 breves ensayos con conceptos elementales sobre moral, sociología, antropología, política, educación cívica, higiene y urbanidad. Consigna obviedades como que “el bien es el conjunto de nuestros deberes morales”; que “la satisfacción de obrar bien es la felicidad más firme y verdadera”; que “la sociedad se funda en el bien, ya que el bien nos obliga a obrar con rectitud, a decir la verdad, a conducirnos con buena intención”; que “la mejor guía para el bien es la bondad natural”, pero que este instinto “debe completarse con la educación, la cultura y la adquisición de conocimientos, pues no en todo basta la buena intención”, etc.

El propósito fundamental del texto de Alfonso Reyes, en su momento, fue promover las campañas gubernamentales de desanalfabetización. Difundirlo no aportaba, en el fondo, nada que no preconizaran prácticamente todos los códigos morales que en el mundo han sido, antes y después del Decálogo: los consabidos tópicos, perogrulladas, lugares comunes -dicho sea con todo respeto-, admoniciones y consejas de las abuelas. A diferencia de lo que ocurre con otros cuerpos de leyes, la “Cartilla Moral” no tendría fuerza legal; no sería de cumplimiento obligatorio; nadie vigilaría su estricta observancia; no habría sanciones para quienes desoyeran, en la práctica, sus preceptos.

-III-

En el caso de la “Guía Ética” -de la que seguramente se harán ediciones pantagruélicas, a cuenta del erario-, más allá del temor de que se pretenda convertirla en un especie de decálogo ideológico del lopezobradorismo, a partir de las abundantes y casi cotidianas pruebas de que el autor moral del mamotreto, a semejanza del fariseo de la parábola, practica conductas muy diferentes a las que predica (al imponer sus “otros datos” a los demás, al dedicar sistemáticamente epítetos burlescos a sus supuestos adversarios, al culpar de sus propias incapacidades -lejos de perdonarlos- a sus predecesores…), las primeras reacciones, hasta donde alcanza a percibirse, fueron -naturalmente…- más de chunga que de respeto.

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