Martes, 09 de Septiembre 2025

Mortalidad en México: el espejo de las desigualdades sociales

Por: Mario Luis Fuentes

Mortalidad en México: el espejo de las desigualdades sociales

Mortalidad en México: el espejo de las desigualdades sociales

En su configuración más profunda la estructura de la mortalidad de un país constituye un espejo de las estructuras sociales, económicas, culturales y ambientales. El análisis de las más de 211 mil defunciones registradas en México durante el primer trimestre de 2025 permite subrayar que las causas de muerte son también causas sociales; es decir, expresiones de la manera en que producimos, consumimos, nos relacionamos y hasta de la forma en que el Estado regula o deja de regular los entornos de vida.

El dato central es que la mayor parte de las muertes provienen de enfermedades no transmisibles, las cuales suman poco más de 151 mil, es decir alrededor de 71% del total. Esto es: hay un patrón mucho más complejo que responde a estilos de vida y a estructuras de consumo vinculadas con el modelo económico. En otras palabras, morimos de lo que vivimos: de la dieta ultra procesada, del sedentarismo, de los excesos de alcohol, de las jornadas de trabajo extenuantes, de la violencia simbólica que normaliza estos hábitos y de un sistema de salud incapaz de priorizar la prevención.

Particular atención merece el peso creciente de las enfermedades del hígado, en especial las de origen alcohólico. Que el consumo problemático de alcohol esté detrás de miles de muertes no puede entenderse sólo como una cuestión individual. Se trata de un problema de estructuración cultural del consumo: el alcohol está normalizado en rituales comunitarios, en celebraciones familiares, en los espacios laborales y en la vida cotidiana. Además, para vastos sectores de la población funciona como válvula de escape frente a la precariedad, la inseguridad y la falta de horizontes. Que tantas vidas terminen en cirrosis o insuficiencia hepática habla tanto de una política de salud pública deficitaria como de una sociedad que tolera y fomenta, incluso desde la publicidad, el consumo excesivo, incluso entre menores de edad.

Otro núcleo problemático se encuentra en la diabetes mellitus y las enfermedades del corazón, que suman una parte sustantiva de la mortalidad. Ambas están estrechamente ligadas al sobrepeso y la obesidad, condiciones que no son una “elección individual” sino la consecuencia de la estructura alimentaria nacional. En efecto, la pobreza y la desigualdad se traducen en dietas insalubres, que con el paso de los años se convierten en enfermedades crónicas y finalmente en muertes prematuras. 

Si se acepta que la estructura de la mortalidad refleja la estructura social, el predominio de estas causas no transmisibles obliga a mirar críticamente al modelo económico. En México, como en otros países, el mercado alimentario y de bebidas ha sido dejado casi en libertad absoluta, mientras la prevención y la educación en salud ocupan un lugar marginal. El resultado es que la vida y la muerte se privatizan: cada quien “decide” cómo vivir, pero lo hace en un entorno profundamente condicionado por las lógicas del consumo masivo y por la ausencia de regulaciones efectivas. Las corporaciones imponen patrones alimenticios y de entretenimiento, mientras el Estado administra, de forma deficitaria, las consecuencias.

Las muertes por enfermedades prevenibles son muertes evitables; y son, en este sentido, muertes socialmente producidas. Cuando una persona muere de cirrosis alcohólica o de un infarto derivado de la obesidad, la responsabilidad no recae únicamente en sus elecciones individuales, sino en un sistema que generó, toleró y reprodujo las condiciones para que esas enfermedades se convirtieran en epidemia. 

La mortalidad de México es pues una radiografía social que muestra un país donde las condiciones de vida están directamente vinculadas con las condiciones de muerte. Que casi un millón de personas puedan fallecer este año principalmente por enfermedades crónicas no transmisibles nos dice que la desigualdad, la precariedad, los hábitos de consumo impuestos y las políticas públicas insuficientes están marcando los límites de la vida social.

Repensar el modelo económico y cultural que produce estas muertes es un imperativo ético y político. Pues, en última instancia, lo que está en juego es la posibilidad de vivir y de morir en condiciones de dignidad.

@mariolfuentes1

Investigador del PUED-UNAM

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