Sábado, 18 de Octubre 2025
Suplementos | El ataque a la revista satírica francesa sigue dando de qué hablar

Ser, o no ser Charlie, no es la cuestión

El ataque a la revista francesa sigue dando de qué hablar; las opiniones se dividen y van más allá de un asunto de represión

Por: EL INFORMADOR

Los atentados a la libertad de expresión, credo y pensamiento, deben ser un asunto prioritario en la agenda mundial. EFE /

Los atentados a la libertad de expresión, credo y pensamiento, deben ser un asunto prioritario en la agenda mundial. EFE /

“Los valores fundamentales por los que se ha regido la mayoría de los hombres –en muchas tierras magníficas y en muchos tiempos magníficos-, casi aunque no del todo universales, no son siempre armónicos entre sí”.

Isaiah Berlin.

GUDALAJARA, JALISCO (25/ENE/2015).-
A escasas dos semanas de ocurrido el ataque terrorista contra el semanario satírico francés “Charlie Hebdo” en donde murieron 12 personas (entre ellos varios notables dibujantes y su editor en jefe) y 11 más resultaron heridas, resulta cada vez más claro que más allá de una simple represalia de fundamentalistas islámico-yihadistas por la reciente publicación de caricaturas juzgadas ofensivas a Mahoma, el hecho forma parte de un largo, complejo y amplísimo conflicto bélico y que sus repercusiones son por tanto aun incalculables.

Y aunque el asunto ha sido ampliamente discutido como un atentado a la libertad de expresión (haciendo abstracción del orden geopolítico en que se da el fenómeno), donde unos argumentan la necesidad de mantenerla tan amplia e irrestricta como la reclama el credo democrático-liberal (con más impostación ideológica que probada vigencia), y otros se atreven tímidamente a sugerir apenas la necesidad de que los individuos y entidades colectivas ciudadanas se moderen o auto censuren en aras de una convivencia pacífica, especialmente al tratarse de asuntos religiosos y nacionalistas.

Una línea paralela de este orden argumental se traza en la dimensión cultural del problema (muy bien resumida en el artículo de Enrique Toussaint, publicado el pasado domingo en este diario), donde se concluye que “el multiculturalismo es la única salida” para una Europa católica, islámica y judía. Aunque la conclusión parece inobjetable, no podemos olvidar que los derechos a creencias simbólicas o religiosas (finalmente individuales), han chocado ya por décadas en los propios tribunales internacionales con derechos humanos más amplios (del pueblo Chamula a los aborígenes canadienses), perdiendo la partida a favor de la colectividad y sus indestructibles creencias.  

En el amplio y abigarrado espectro de dicho debate, sin darle muchas vueltas y con la eficacia comunicacional que le caracteriza, el Papa Francisco fijó la postura que muy probablemente suscribiría un urgente Concilio Primero verdaderamente ecuménico, calificando como aberración cualquier muerte provocada en nombre de Dios, para reprobar seguidamente a quienes provoquen insultando la fe de los demás, porque éstos —como el que dijese una mala palabra en contra de su madre—, bien “pueden esperarse un puñetazo”. Viniendo de quien viene, esta postura —tan inusual como aparentemente casual e inocente—, es para nosotros de la mayor trascendencia, como veremos más adelante.

Sin olvidar las alertas encendidas el 15 de diciembre de 2014 en Sidney (donde murieron dos rehenes y el secuestrador, un “jeque” musulmán que igual proclamaba defender a Alá que al Estado Islámico), al día siguiente en Paquistán (donde nueve insurgentes talibanes mataron a 132 niños, nueve adultos e hirieron a 250 personas más) y el 3 de enero en Nigeria (con el horror de hasta dos mil muertos a manos del Boko Haram musulmán), lo primero a reconocer es que el conflicto entre el caricaturismo europeo y el “hebdomadario” francés con el fundamentalismo, había registrado ya episodios violentos en los años 2006 (como secuela a la reproducción de viñetas satíricas publicadas originalmente en un diario danés) y los incendios ocurridos en 2011, y vivía desde entonces bajo amenaza permanente. La publicación de la polémica obra “Sumisión” de Michel Houellebecq el mismo día del atentado, juzgada por lo yihadistas como anti islam y reseñada en las páginas del fatídico número de “Charlie Hebdo”, fue el pretexto final para que un grupo de terroristas fuera más allá del desagravio a su profeta para reclamar abiertamente “que se deje de atacar al Estado Islámico”, que cesen los bombardeos occidentales en Siria y la acción militar francesa en Mali. Aparece así la verdadera naturaleza del conflicto, la gravedad de la coyuntura geopolítica en que se inserta y la necesidad de repensar el affaire Charlie muy detenidamente.

Al Bayán, radiodifusora oficial del Estado Islámico calificó de “héroes” a los autores del atentado en Francia. El terrorista que atacó la tienda judía parisina horas más tarde, provocando la muerte de otras cuatro personas dejó un video póstumo en el que jura obediencia a Abi Bark al-Bagdadi, “Califa de todos los musulmanes”. Pero apenas el miércoles pasado se supo que Al Qaeda reivindicó desde Yemen los ataques en París atribuyendo su organización al Imán Ayman al Zawahiri, sucesor de Bin Laden, poniendo así al caso parisino en línea directa con el 11/S neoyorquino.

Por eso es que el Coordinador de la lucha contra el terrorismo en la Unión Europea, Gilles de Kerchove, reconoció que “no se podrá impedir un nuevo atentado” terrorista y por ello habría sido también que, reunidos en la Casa Blanca, el presidente Obama declarara este viernes que “la inteligencia y la fuerza militar no van a resolver este problema por sí solas”, al tiempo que el primer ministro Británico James Cameron coincidiera en que “la lucha contra la amenaza terrorista extremista en Europa va a ser larga y dura”.

Ésta, y no la de “ser o no ser Charlie”, es la cuestión. Si reconocemos que desde Afganistán al menos (donde la retirada de los Estados Unidos se parece tanto a la graciosa huida de Inglaterra en la Palestina de 1948), las guerras asimétricas y desiguales están perdidas para los ejércitos y policías, que no podrán evitar jamás que una célula terrorista logre concretar otro atentado en cualquier sitio del mundo (la fotografía de la Torre Eiffel vigilada por las tropas francesas da idea de la fragilidad del modelo de seguridad nacional desplegado, donde el cierre de fronteras digitales y libertades cibernéticas es ya un saldo negativo del combate); que la sociedad abierta y globalizada ha puesto en desventaja a los estados formalmente democrático liberales frente a los capitalismos autoritarios (China y Rusia, ausentes como Estado Unidos de la marcha de Jefes de Estado en Paris, a la caza del mínimo error de la OTAN en sus zonas de interés, señaladamente Bielorrusia, Ucrania y Crimea; hackeados los sistemas del Comando Central del Pentágono), califatos totalitarios (esa pesadilla engendrada por el sueño de la Primavera Árabe, ahora con petróleo, territorio y armas, asediando Turquía, frontera con la Unión Europea) y cleptocracias musulmanas (amenazando el frágil equilibrio en medio oriente, Iraq y Siria hundidas en una delicada crisis); las persistentes tensiones entre Palestina e Israel, furioso por la osadía de aquélla de acudir a la Corte Penal Internacional; y consideramos en fin la grave situación económica por que atraviesan Estados Unidos, Rusia, China y Japón, lo menos que podemos es entender el malestar de “L’Observateur” con el editor de “Charlie Hebdo” y reconocer que éste no tomó nota de los profundos cambios ocurridos en el mundo desde que publicó sus primeras caricaturas incómodas para el yihadismo.

No cabe esperar ahora que ocurra el asesinato de un Archiduque en Sarajevo para que se declare la Tercera Guerra Mundial. Son incontables los momentos en que luego de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín, pudo haber ocurrido el detonador de la gran conflagración mundial —diversa, ubicua, cruenta como ninguna otra—,  en que estamos inmersos sin querer reconocerlo. Así lo creen el Papa Francisco y el vice presidente Joe Biden.    

“La libertad y la búsqueda de la felicidad, pueden no ser del todo compatibles, así como tampoco lo son la igualdad y la fraternidad. De modo que debemos pesar y medir, pactar, conceder y prevenir la destrucción de una forma de vida por quienes se oponen a ella”, escribió el mismísimo Isaiah Berlin en 1994.

A menos que queramos ignorar las reacciones organizadas este sábado y el lunes en todo el mundo musulmán, cada vez más indignadas, que replicaron a las occidentales con millones de carteles del irreprochable “Yo soy musulmán, y amo a mi Profeta”, para llegar a incendiar banderas y proferir nuevas amenazas de venganza.

Si no queremos que el abigarrado, complejo, perverso y delicado sistema de intereses que sostiene el “nuevo desorden mundial” (cf. el ensayo de  Michael Ignatieff así titulado en “Letras Libres”, 193, p. 8) que se perfila para organizar al planeta Tierra el siglo XXI acabe desmoronándose, y con él un acervo básico de libertades y derechos, más vale que echemos mano de las mejores virtudes democráticas y reformulemos un nuevo código de derechos humanos que destierre el miedo y reconozca garantías en materia de confesiones religiosas a cambio de una paz más duradera. Es una exigencia del progreso y la sobrevivencia de la especie. Una tarea que ha de asumir la UNESCO, si no queremos que desborde al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Tapatío

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