Sábado, 11 de Octubre 2025
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Santa Claus también se amarga

Algunos “santacloses” del Centro Histórico de la ciudad continúan la tradición de sus ancestros, aunque estos tiempos no sean tan buenos como aquellos

Por: EL INFORMADOR

A algunos pequeños les basta con tocar a Santa Claus.  /

A algunos pequeños les basta con tocar a Santa Claus. /

GUADALAJARA, JALISCO (24/DIC/2011).- Hacerla de Santa Claus debe ser complicado en una ciudad como Guadalajara. Hay que ser blanco lechoso de piel; viejo y gordo, pero saludable; ponerle buena cara al mal tiempo de crisis y ajusticiamientos, y tener oído para escuchar todo tipo de caprichos y hasta reclamos.

Si no se es ni blanco ni gordo ni viejo ni saludable ni amable, por lo menos resulta indispensable soportar las plastas de maquillaje pastoso hasta en las cejas, atarse unos cojines alrededor de la panza y usar un disfraz que, con mucha suerte, es de calurosísimo terciopelo nuevo, aunque también puede ser de calurosísimo peluche viejo y descolorido.

Quizá por todas esas complicaciones, en 2011 los “santacloses” son algo así como una especie en extinción, la imagen de una postal, un garbanzo de libra, y más, mucho más anticuados que los dinosaurios a los que miles de niños visitan en la Plaza de la Liberación, tras una espera de dos horas.

Cosa rara: las imágenes de los “santacloses” están muy presentes en Guadalajara: “Tecnologízate”, sugiere uno, plasmado en una gran manta en la esquina del Centro Magno. “Una sonrisa para Santa”, indica otro cartel en la plaza Andares, donde “Santa” no aparece por ningún lado.

“Nooo. Aquí nomás cae nieve a las siete de la noche”, confirma una empleada, mientras apunta al cielo con el índice.

Por la forma de arremolinarse en las tiendas y la capacidad de cargar bultos —que ya quisieran los del mercado de Abastos—, es posible afirmar que en Andares los cientos de viejos, amas de casa y hasta los niños pequeños son su propio Santa Claus, por lo que ahí el personaje sobra: “Ni Santa te regala tanto”, afirma una publicidad del sitio.

En el centro de Guadalajara la cosa es diferente: “¡Están vivos!”, afirma un letrero en el centro de la plancha de la Plaza de la Liberación, que se refiere a la exposición de dinosaurios, no a los tres “santacloses” que trabajan todo el día y que se benefician de los miles de visitantes a la exhibición de animalones prehistóricos.

“No crea, nos ha costado trabajo sobrevivir”, afirma, como si hablara de los terodáctilos, Josefina López Patiño, que es la tercera generación de una familia de arquitectos de carpas navideñas y fotógrafos del centro de Guadalajara.

“Ahorita se nos acercan un poco más porque la plaza está llena, con eso de los dinosaurios”. Y sí, la gente que quiere ver la exhibición le da tres vueltas a la plancha de la Liberación y, para matar el aburrimiento, los que tienen 50 pesos de más se toman una foto con el Santa Claus contratado por Josefina.

Se llama César y ni es tan gordo ni tan sonriente, ni mucho menos blanco, pero da el gatazo con su traje de peluche y es muy solicitado.

“Ni tanto”, dirá más tarde Josefina, con un aire de modestia y de patrona que siempre cuenta pocas ganancias y vio tiempos mejores.

En los años cincuenta, cuando su abuelo, Juan, su padre Conrado y otros fotógrafos del Centro Histórico de Guadalajara pusieron los primeros puestos y las fotografías se tomaban con cámaras de cajón y cortina, la gente hacía filas.

Todavía hace unos 20 o 30 años, cuando las imágenes instantáneas y cuadradotas salían de una Polaroid, la gente quería hacerse una foto con Santa Claus. “Una vez hasta me tuve que disfrazar yo”, confiesa Josefina, “y nadie notó que era mujer”.

Hace unos tres años se acabó la magia de las Polaroid, “porque la película se puso cara” y la gente empezó a escasear, aunque el precio de 50 pesos se ha mantenido desde entonces, lamenta la pequeñísima empresaria.

No hay filas, pero la gente llega. Llega una pareja joven, con un bebé, que en la foto sale con cara de asustado; César impone. Llega una familia de siete, en la que el tío de los niños agandalla asiento en la pierna de César Claus, quien ahora es el que sale con cara de asustado. Llegan, desde Chapalita, Adriana Castillo y su madre, María Luisa Ponce, quien a sus 75 años jamás se había hecho una foto con Santa y ahora está emocionadísima.

Llega la polémica, cuando una madre de familia que cruza la plaza grita “¡Santa Claus no existe!”, y Adriana Aguilar, otra madre de familia que en ese momento se toma la foto con sus dos retoños le responde, también a gritos: “¡Ay señora! ¡Por eso el país está como está!”, y luego se dirige a sus pequeños en los que, se nota, ha quedado la semilla de la duda, y les ordena: “¡Si existe! ¡Si existe! Santa les trae los regalos!”.

El problema es cuando Santa no trae nada, confiesa Josefina más tarde. Como su puesto permanece en la plaza hasta el 6 de enero, César la paga con los niños que no recibieron lo que pidieron y los deseos se quedan nomás en el buzón que la fotógrafa mandó hacer con un carpintero, junto con las casitas de madera que le dan el fondo a las fotografías y los venados con cara de pájaro y hocico dorado, que le compró a un señor que se los ofreció baratos: todo, retratado con una cámara digital, impreso ahí mismo en tecnología japonesa y enmarcado en un calendario de 2012.

Ahí donde la ven y con todo y quejas, las fotos que hace Josefina López Patiño salen al instante, a diferencia de las del gran almacén de la Gran Plaza, donde Santa sí es blanco, se hace acompañar por dos elegantes duendes de maquillaje perfecto, trajes de terciopelo e implantes puntiagudos en las orejas, pero entrega las imágenes un día después, cobra 100 pesos y, la verdad, no tiene el mismo raiting, auque le tocó traje de terciopelo fino, aire acondicionado y sonrisa angelical.

“Hacerla de Santa Claus es muy feo”, confiesa uno de los dos “santacloses”, que, por cierto, le va a pedir a los reyes un empleo estable para 2012.

Vanesa Robles

Tapatío

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