Sábado, 11 de Octubre 2025
Suplementos | Lo vi bajarse de su camioneta y supe que sería un pésimo vecino vacacional

Pesadillas en la playa

Desde el principio, lo vi bajarse de su camioneta y supe que sería un pésimo vecino vacacional

Por: EL INFORMADOR

Los Mendoza ocuparon el condominio playero junto al mío y me puse a temblar. NTX / ARCHIVO

Los Mendoza ocuparon el condominio playero junto al mío y me puse a temblar. NTX / ARCHIVO

GUADALAJARA, JALISCO (16/AGO/2015).- Desde el principio me llamé a la alerta. Lo vi bajarse de su camioneta, estacionada de tal modo que tapaba dos lugares, y supe que sería un pésimo vecino vacacional. El tipo, norteño, rubicundo, cerveza en mano y muy orondo, jalaba una maleta de ruedecitas. Su esposa se encargaba de otra, a juego. Maletas amarillas con logotipos de un diseñador célebre por carero. Tras ellos, una nana sonriente cargaba un par de niños de 1 y 5 años. Uno por brazo. Las playeras del tipo y los chamacos tenían bordado, junto a unos dragones chinos, lo que supuse que sería su apellido: Mendoza. Los Mendoza ocuparon el condominio playero junto al mío y me puse a temblar.

Hice bien. La primera medida de Mendoza fue  instalarse junto a la alberca comunal, acompañado por dos cartones de cerveza y unas bocinas. Su mujer extendió su reino a lo largo de siete tumbonas. Toallas, bronceadores, bloqueadores solares, chancletas, batitas de esas que llaman “salidas de baño”, y juguetes de alberca para los niños. La cantidad de objetos y la profusión con que fueron extendidos fue notable. En cinco minutos eran los dueños del lugar.

El mayorcito armó la primera pataleta a la media hora: quería bajarse a la playa. Su hermano estaba siendo bañado, en cueros vivos, por la nana, quien le advirtió que no podía acompañarlo. Mendoza padre ingería cerveza al ritmo de la Atronadora Banda Rivotril, así que no lo peló. La madre dormía con un libro del locutor Yordi Rosado sobre la cara. El niño Mendoza aprovechó el momento y se fue por su cuenta. Los que estábamos en la playa nos enteramos de su presencia cuando una ola lo revolcó. Una señora canadiense y un servidor nos encargamos de que el muchachito escupiera la porción de océano Pacífico engullida y regresara con sus padres. El Mendoza mayor se había puesto a entonar las obras completas de Timbiriche. Su mujer roncaba. La nana fue la que se ocupó de que el niño de cinco años se metiera a la alberca y recobrara el aliento en paz.

Para la tres de la tarde, Mendoza mandó a la nana a acostar a los niños para que durmieran la siesta, luego de haberles rellenado en buche con sendos platos de papitas con chile. La mujer regresó con una bolsa de carne congelada y una lata de combustible. Mendoza, con aire experto, habilitó un asador y se puso a cocinar bistecs. El impávido Kommander, con berridos dignos de un chivo en bicicleta, acompañaba la escena. La señora Mendoza recuperó la consciencia y procedió a traer de su condominio una licuadora, hielitos y una lata grande de jugo. Se puso a preparar piñas coladas.

Los niños Mendoza lloraron al unísono a eso de las cuatro y media, pero no fueron escuchados por sus padres, muy ocupados mascando carne asada al ritmo de la inmortal canción “Payaso de rodeo”.

A las cinco, cuando varios vecinos ya nos preparábamos para organizar un comando de ajusticiamiento, la señora canadiense y su marido bajaron junto con el administrador del condominio, quien le explicó a Mendoza que estaba violando todos y cada uno de los puntos del reglamento para inquilinos. Es la primera vez en la historia que veo a un mexicano abusivo en retirada. Mendoza, con la lengua torpe por el alcohol, se disculpó con rostro lívido, recogió sus bocinas y su asador y huyó, mientras su mujer y la nana replegaban su menaje del área de la alberca.

Al día siguiente, los Mendoza se fueron a primera hora. Espero no verlos nunca más.

Tapatío

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