Jueves, 09 de Octubre 2025
Suplementos | Sus banquetas son ocupadas por puestos de fruta de temporada, como la pitaya

Nueve esquinas de colores pitaya

Ahí llegaron los primeros comerciantes con los frutos llenos de espinas, que poca gente conocía en la ciudad y que intercambiaban bienes. Mayo y junio, antes de las lluvias, es el tiempo para disfrutarlas

Por: EL INFORMADOR

Las pitayas se cortan en la madrugada en Techaluta y Amacueca.  /

Las pitayas se cortan en la madrugada en Techaluta y Amacueca. /

GUADALAJARA, JALISCO (13/MAY/2012).- Temprano en la mañana, los toldos se levantan en las amplias banquetas de las Nueve Esquinas. Mientras llegan las camionetas del sur, cargadas de pitaya, los vendedores acomodan los chiquigüites que quedaron de la venta de ayer. Llega también la Esfruta de temporada directo del mercado de Abastos. Todos listos para otra jornada bajo el calor inclemente de mayo.

“¡Lleve Pitaya Oigaaaa!” se escucha por todo el lugar en intervalos cortos. Y no es para menos, pues sólo en esta época del año se pueden encontrar esos sabores y colores tan únicos de la fruta del cactus, también conocida como la fruta del dragón.  

Juan José Arreola –originario de Zapotlán el Grande—decía que antes de comer pitayas había que admirarlas: “contemplarlas primero, después besar su carne, y por último plantarles la mordida”.

Seguramente el sabor dulce del rojo intenso, del amarillo casi naranja, y de ese morado que es difícil observar en otros elementos de la naturaleza, sorprendieron también a los conquistadores españoles cuando observaron  por primera vez la planta exótica. Fueron ellos quienes le dieron el nombre de pitaya, que significa fruta escamosa.  

El comerciante Jesús López Orduñez, dice que existen cinco colores de pitaya: “amarilla, blanca, roja, morada y solferina”.  Esta última es de color más fuerte que la morada, explica, “como lila”. Para su gusto, saben diferentes: “a mí me gusta mucho la morada porque sabe a medecina”, confiesa.

Barrio en movimiento


Bertha González Gutiérrez no vende pitaya, sino otras frutas de temporada que contribuyen con el alegre colorido de este mercado temporal. Igual que los pitayeros, Bertha heredó el negocio de su madre, quien inició con un puesto de frutas similares hace más de 40 años. “Yo aquí llegué a este barrio cuando tenía 13 años” cuenta la vendedora, “ahora tengo 58: échele lápiz”.

Aprovechando que este rincón del centro se llena de vida desde mediados de abril y hasta finales de junio, Bertha se surte cada mañana en el mercado de Abastos. Ella sabe bien de dónde viene toda su fruta y lo dice sin dudarlo: “el lichi es de Sinaloa, el rambután y el mamey de Chiapas; el capulín es poblano, la granada es de Michoacán, la mora y la guayaba también; la ciruela y el manguito de Jalisco y los nanches de la costa, de donde haiga mar”. Vende también zapote negro y chicozapote, que “es parecido al mamey, pero de sabor más dulce”.

Bertha siente nostalgia por el barrio como era antes, que según dice, era más bonito que ahora: “todo esto que ve que son locales eran casas, ahí en frente vendían equipales, aquí era una tienda de abarrotes, ahí era un doctor, ahí era una fonda y el cine funcionaba: era el mejor cine de Guadalajara”.

También Doña Obdulia Amaral, la que atiende el puesto de periódicos, se beneficia del incremento de la actividad en su barrio. “Se pone bueno el ambiente”, dice, “y sobre todo aumenta mucho la venta del periódico”. Además, desde hace 30 años es amiga de todos los de los puestos y le regalan pitayas.

El viaje de la pitaya

El trabajo comienza muchas horas antes para los campesinos de Techaluta de Montenegro y Amacueca, Jalisco, pueblos famosos por sus extensos huertos pitayeros. Desde la una de la madrugada, adultos y niños están de pie con cuchillo en mano, para cortar y quitarle las espinas a la fruta de las cactáceas.

“Luego luego se ve cuando están buenas, al puro tallón se le sueltan las espinas”, explica Carlos Hernández, quien cada día durante estos tres meses recorre dos horas para llegar a mediodía a la ciudad. Una vez que vende las cerca de 8 mil piezas que trajo en la pick-up, emprende el regreso hacia su pueblo.  

Como Carlos, otros comerciantes hacen el papel de intermediario entre quienes trabajan en el campo y quienes venden en el mercado de las Nueve Esquinas. Jesús López Orduñez es uno de ellos, también de Amacueca –“de Amacueca City”, dice él— donde “desde chiquillos” aprendieron el negocio de sus padres.

López transporta entre 30 mil y 40 mil pitayas cada día, para lo cual necesita cuatro camionetas. De esa mercancía, un 20% viene del negocio familiar, mientras que el otro 80% Jesús la compra a la gente de allá para venderla a los distribuidores de las calles y a los mercados de San Juan de Dios, Alcalde y Corona.  

Generalmente ellos compran a tres pesos y luego las venden por mayoreo: “tratamos de ganar un tostón o un peso por bola nomás”, explica Carlos Hernández. “Aquí la gente vende muy caro: ellos bien vendido o bien podrido”, expresa por su parte Jesús López: “yo les vendo la chica a dos pesos y la grande a tres, y ellos las venden a ocho y diez pesos, ¡y la genta la compra!, pero pues yo les entrego a ellos y ya no me importa como la den”.

Además de pitayas, los transportistas suelen traer guamúchiles, que venden  al mayoreo a 20 pesos el kilo. Aunque no hay comparación con el dulce sabor de la pitaya, coincide Don Carlos Hernández. “El sabor del guamúchil sale en la noche”, grita desde la sombrita uno de los comerciantes que toma su descanso junto a sus compañeros, y todos sueltan la risa.

Pitaya de exportación


No todos los comerciantes de pitaya vienen a Guadalajara: “algunos ganan pa Colima, otros pa Jocotepec, Chapala, Villa Corona, todo eso”, explica Don Carlos Hernández. Pero no pueden ir mucho más lejos, ya que una vez arrancada del cactus, la fruta tiene un ciclo de vida muy corto.

“La pitaya es pal día y no se puede llevar más lejos porque se echa a perder”, dice Jesús, quien comenta que en ocasiones anteriores le han pedido que lleve fruta a Puerto Vallarta y a la ciudad México, “pero la pitaya no aguanta”.

Dicha limitación fue a su vez la oportunidad  que observó la familia de Paty Chávez para iniciar su propio negocio.  Su puesto en la plaza de las Nueve Esquina es diferente a los demás, pues en este se encuentran productos elaborados a base de pulpa de pitaya roja. Ponche, rompope, mermelada, paletas, agua fresca, yogur y hasta tamales de pitaya, son elaborados diariamente en su fábrica ubicada cerca del mercado de Abastos.  

Como explicó la joven empresaria de 27 años, el objetivo es que la pitaya se pueda consumir todo el año en diferentes formas. “Va arrancando el negocio”, dice, “apenas nos estamos dando a conocer y la intención es hacer un estudio de mercado y exportar los productos de pitaya”. Estados Unidos, Europa y Nueva Zelanda son los tres primeros puntos contemplados en la agenda.  

El joven Mauricio de la Peña también trabaja en la empresa familiar, y junto a Paty ofrece a los marchantes pequeñas pruebas de sus innovadores productos. Al lado de su puesto se ubica uno de los tradicionales de pitaya fresca, atendido por los tíos de Paty quienes también son originarios de Techaluta.  

“Aquí todos somos parientes, nomás como tres o cinco puestos no”, afirma por su parte Sandra Leticia Poblano López, quien se presenta como la “presidenta de la pitaya”.

Dinastías pitayeras

“Yo vivo aquí, pero mi familia es de allá (Techaluta)” cuenta Sandra Leticia Poblano, quien ya no tiene puesto en el mercado porque ahora su función es representar a los 38 comerciantes de la plazoleta de las Nueve Esquinas, frente a las autoridades correspondientes.

“Yo les ayudo a ellos cuando viene el Ayuntamiento y les quiere cobrar más, vamos y lo gestionamos”, dice. Recuerda Sandra que en anteriores administraciones, hubo intentos de cancelar el mercado temporal debido a que el comercio ambulante está prohibido en la zona. “Entonces fuimos y nos manifestamos, porque esto ya es un tradición y no es todo el año”.

Con orgullo contó también, que la mamá de su abuelo –Doña Elisa López Becerra— fue una de las primeras en traer pitayas de Techaluta: “en cajas de dos tablas con todo y espinas”. Según lo que el abuelo de Sandra le dijo, al principio no las vendía, sino que “hacía el truque por pollos o por lo que fuera. Y cuando se dio cuenta que la gente las quería peladas, fue cuando las empezaron a pelar y a acomodar en canastos”.

De aquellos que empezaron el negocio de la pitaya solo sobrevive una tía de Sandra: “la última que queda de la dinastía de los Becerra”, dice la presidenta de la pitaya, quien visita el pueblo de sus antepasados cada año, nomás para las fiestas de septiembre.

En Amacueca, el pueblo vecino,  la fiesta es este domingo 13 de mayo. “Cada año es la función en Amacueca con el Santo Niño”, afirma el comerciante Jesús López Orduñez, y explica: “tenemos un santo niño muy milagroso –el Santo Niño de Atocha— que es el patrón de las pitayas. Lo que le pidas te lo concede”.  

Para llegar a tiempo a la celebración, Jesús se va a apurar para entregar su mercancía en la ciudad y regresar a su pueblo, donde según cuenta, toda la gente se reúne, pasean al niño, hay bailes, comida, y claro, pitayas al por mayor.

“Yo les vendo la chica a dos pesos y la grande a tres, y ellos las venden a ocho y diez pesos, ¡y la genta la compra!, pero pues yo les entrego a ellos y ya no me importa como la den”

Para saber

Legendario barrio

El barrio de las Nueve Esquinas se localiza en la confluencia de las calles de Colón, Galeana, Río Seco y Leandro Valle.

En mayo y junio sus banquetas son ocupadas por puestos de fruta de temporada, como la pitaya, la ciruela, el nanche, los guamúchiles, entre otras. Es famoso también por la birrerías que hay ahí y de unos años a la fecha, por la cantidad de imprentas que ahí se han instalado.

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