Jueves, 09 de Octubre 2025
Suplementos | Las desgracias que le ocurrían a Remi marcaron a muchas generaciones

Ni el santo Job

Las desgracias que le ocurrían a Remi marcaron a muchas generaciones, quienes asocian su tristeza con las desventuras de personaje

Por: EL INFORMADOR

El programa de marras estaba inspirado en la trama de una novela sentimental del francés Héctor Malot. ESPECIAL /

El programa de marras estaba inspirado en la trama de una novela sentimental del francés Héctor Malot. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (25/MAY/2014).- La granizada que hace unos días le pegó al centro de la ciudad (y arruinó la única guayabafresa de mi patio que parecía que iba a dar fruto este año) me trajo a la memoria un episodio de cierta caricatura japonesa con que la televisión nacional solía angustiarnos a los menores, por allá de mediados de los año ochenta. Remi se llamaba y su subtítulo no podía ser un mejor aperitivo de los horrores que solía depararnos: “El niño de nadie”.

El programa de marras estaba inspirado en la trama de una novela sentimental del francés Héctor Malot, llamada ''Sin familia'' (al escribir esto miro, justamente, un vetusto ejemplar del libro, publicado por el sello Bosch Peñalva en la España de los cincuenta).

Su protagonista, el tal Remi, es un huerfanito a quien su padrastro vende a un músico ambulante. Al comprador se le conoce como el señor Vitalis y pronto sabremos que es un tipo severo pero de buen corazón (igual que héroes de la talla de Rambo, Conan o el Piojo Herrera). Vitalis recorre la campiña francesa acompañado por unos animalitos a los que pone a hacer gracias que le sirven de alivio cómico a sus improvisados conciertos. Los aldeanos suelen despreciarlo pero al menos les saca lo suficiente como para no morir de hambre y seguir con su camino (tal como testimonia la canción con que acompasaba los créditos finales de la caricatura y que ha sido entonada luego por esos miles de borrachos que, a media fiesta, son enviados a comprar hielo: “Tuntuntuntun, caminar, tuntuntuntun, a correr”).

Es probable que, a lo largo de sus capítulos, los pasajes calamitosos de Remi se vieran moderados por otros más ligeros y, por lo tanto, más apropiados para el público al que estaba dirigida: los he olvidado. Lo que recuerdo son puras tragedias. Por ejemplo que en una helada el señor Vitalis muere congelado como paleta en el pajar donde la tropa se ha refugiado de un crudelísimo invierno (el consuelo es que Remi se salva gracias al calor que irradia su cuerpo). O el ya mencionado y terrible granizo, que destruye el invernadero de la bondadosa familia Acquin, la única entidad humana que le echa un lazo al huerfanito en toda la historia. ¿Y cómo olvidar a los fieles canes Servino y Dulce (ella fue la primera french que recuerdo haber visto con moñitos en el pelaje), que mueren en mitad de una incursión de lobos que nos obligó a todos a voltear la cara? ¿Cómo reponerse de las imágenes de la agonía del chango llamado Corazón Alegre, que es atacado por una funesta neumonía y a quien nos vimos obligados a ver mientras se golpeteaba el pechito y tosía sin saber que la vida se le escapaba por las narices?

Todos mis compañeros de escuela (me incluyo) nos negábamos a aceptar que seguíamos las perpetuas desgracias del niño. Sin embargo, era fácil percatarnos de que no nos perdíamos una sola, porque las citábamos a la menor provocación y porque, francamente, a Remi le quedaban cortos hasta profesionales de la mala fortuna como Pepe el Toro o el santo Job y nos mantenía al borde del sofá.

Sus desventuras, me parece, repercutieron de modos insospechados en quienes fuimos sus espectadores. Un amigo, por ejemplo, asegura que su amor al Atlas es una continuación, por otros medios, de la adicción por la adrenalina y el sobresalto que le nació al contemplar Remi.

Otro no se quita la bufanda en todo el invierno porque teme fenecer entre toses incontrolables como un chango cualquiera.  o, cuando acompaño a mis hijas a ver las caricaturas que frecuentan (que, como todas las actuales, son coloridas, simpáticas, inocuas), suelo elevar una silenciosa plegaria para que el destino me tenga reservado algo mejor que morir tiritando en un pajar.

Tapatío

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