Suplementos | En la calle Zaragoza ellas entrelazan historias y dan forma a gorros y bufandas Las tejedoras de la vida En la calle Zaragoza, entre puntada y puntada e hilos de colores, ellas entrelazan historias y dan forma a gorros y bufandas Por: EL INFORMADOR 17 de noviembre de 2013 - 01:28 hs Hilo y gancho. No sólo es trabajo, ahí se reúnen hasta 18 personas que quieren ser escuchadas. / GUADALAJARA, JALISCO (17/NOV/2013).- Entre hilos de colores, ganchos de aluminio, acero y plástico, ellas dan forma a servilletas, carpetas, gorros, bufandas, manteles y blusas. En la calle Zaragoza, cerca del Mercado Corona, en el Centro de Guadalajara, varias mujeres y uno que otro hombre, se congregan para tejer, aunque ese es sólo un pretexto. Cuando el alma requiere de consuelo busca a alguien que lo escuche y para eso las tejedoras de Zaragoza se pintan solas, son las que levantan el ánimo, son portavoces de que todo va a estar bien, de que todo va a pasar. Entonces, entre puntada y puntada con hilo fino o grueso el dar forma a una prenda de vestir se vuelve una especie de terapia, no se necesita psicólogo, sólo gente que sabe que la vida no es fácil, pero que a pesar de los años las ganas por vivir siguen intactas. Las tejedoras tienen alumnas de todas las edades, jóvenes y no tanto, la clase cuesta 20 pesos y todos son bienvenidos. La que quiere aprender sólo necesita hilo, gancho y muchas ganas de platicar, las historias transitan entre curiosos, vendedores ambulantes y comerciantes de mercerías. Es común que las tejedoras reciban a mujeres que tienen depresión, que han padecido el infierno de las drogas, el abandono y la violencia intrafamiliar, pero no todo es tan trágico, hay varias que van por el simple gusto de aprender, que llevan a sus suegras, madres o hijas. Reforzar la técnica del tejido es algo artesanal y genuino que en pleno siglo XXI, es cierto, tejer tiene su chiste. “Yo no quiero ser una carga” Todos saludan y respetan a Amelia González, la llaman con gran cariño “maestra”, ella tiene 65 años y asiste a tejer desde hace una década, sus manos están arrugadas por el paso de los años pero se mueven con la agilidad de una quinceañera, recién perdió a su marido, hace cinco meses, pero Amelia prefiere salir a que le dé el aire que quedarse en su casa y estar pensando en su esposo. “Luego mis hijas me dicen que no vaya (al Centro) porque me puede apachurrar un camión, pero mientras yo me pueda mover y trabajar lo voy a seguir haciendo, yo no quiero ser una carga”. Doña Amelia nació en Pajacuarán, Michoacán, pero llegó a Jalisco desde los 12 años, en ese tiempo aprendió a tejer por gusto, nadie la enseñó, lo hacía para vestir a sus muñecas. “Yo aquí, llegué a enseñarme, ya que ya sabía más cosas, pues empecé a darle clases a la gente, formamos un grupo y nos unimos mucho, aquí todas somos amigas”. Mientras Amelia platica no quita la mirada de su hilo y de su gancho, está concentrada. Quiere que los inspectores la dejen trabajar a ella y a sus compañeras, reconoce que ahora se han calmado, pero luego hay temporadas donde las quieren correr y “pues no le hacemos nada a nadie, nos tratan de quitar que porque nos vemos muy feas aquí con nuestras cosas. Yo le digo al Gobierno: ‘si usted nos va a mantener, puede quitarnos’, porque a nosotras el cinco que nos dan ahí, nos sirve para mantenernos, ya somos de la tercera edad y no podemos trabajar en otro lado. Entre que nos quitan y no, aquí estamos y no nos dejamos”. Amelia no se ha enterado de que la autoridad les pida dinero para poder estar en la calle, pero entre risas dice que si lo hacen, pues no se lo va a dar porque simplemente no tienen. “El Gobierno debería de alivianarnos a los que no podemos trabajar, hay tanta gente necesitada, pero ellos bien a gusto tienen qué comer, jodido uno que tiene que buscar la tortilla”. Tejer se ha convertido en el motivo primordial de su vida, la señora no sabe qué va a hacer el día que ya no pueda venir al Centro, está tan acostumbrada a la plática y a enseñar a sus “alumnitas”, como ella las llama, que prefiere no pensar en eso y seguir adelante. También está la palabra de Dios Rita se pasea por la calle con una diadema morada que tiene un gran flor, ella la tejió, su cabellera corta está teñida de rojo, pero eso no impide que se asomen sus canas y su jovialidad resalta a simple vista. Al principio se rehúsa a hablar, cree que quiero saber de muestras de tejido para plagiarlas, “nos pasa muy seguido”. Pero luego de que Amelia le explica que no hay nada que temer lo primero que presume es que sus alumnas son mujeres deprimidas que al escuchar la palabra de Dios han cambiado su vida. Rita Villalobos Torres tiene 10 años viniendo al Centro a impartir clases y vender sus prendas, es soltera, no tiene hijos, ella aprendió el oficio desde los seis años, cuando su mamá le enseñó distintas técnicas de bordado y de tejido, ella puede hacer manteles, rebozos, blusones, botas y todo lo que las “marchantas” le pidan, si algo le cuesta trabajo o no lo conoce, le pone empeño hasta que lo aprende. Se define como una mujer terca a la que le gusta ponerse retos, sobre todo desde que murió su mamá y su familia le dio la espalda, pues como sufre ataques de epilepsia, no cuenta con el apoyo de nadie, “más que el de Dios”, dice con orgullo. “A nosotros no nos quieren dejar trabajar, yo lucho para que se nos permita, pues aquí vienen personas menopáusicas, depresivas, divorciadas que se quieren matar; me ha tocado atender a mujeres drogadictas y con mi terapia, de una forma u otra las he ayudado”. Rita tiene un sinfín de historias y anécdotas, como la de una mujer que se fue a Estados Unidos y dejó a sus hijos al cargo de su madre, cuando la señora regresó sus vástagos ya no la querían y optó por las drogas y el alcohol, pero Rita entre sus clases de tejido y la palabra del Señor, la ayudó, “hace poco vino a darme las gracias”. Rita se rasca la cabeza como queriendo recordar otra historia de alguna de sus alumnas, y viene a su mente cuando una señora de 80 años llegó desesperada porque su hijo no le daba ni para comer, recuerda que la mujer llegó sin nada, pero Rita le prestó hilo y gancho. “El año pasado ella se ganó cinco mil pesos porque les vendió a unos gringos sus bufandas y sus gorros, yo le dije que no le contara nada a su hijo porque el muy canijo le puede quitar el dinero, mejor que se lo gaste en algún gusto”. Rita es de Atotonilco El Alto, Jalisco, pero se siente más tapatía que nadie, vive aquí desde los ocho años, lo único que quiere en la vida es trabajar, porque sabe que al morir nadie se lleva nada a la tumba. La inventora de la sandalia de orcapollo Teresita de Jesús Barrón asegura que se curó de diabetes, ¿cómo? Explica que sólo con ganas de salir adelante, “platican que la enfermedad no se cura, pero véame, yo antes ni podía ver por la diabetes y mire sigo sin usar lentes y tejo mucho. Yo soy la inventora de la sandalia de orcapollo, la que se teje con cola de rata, tengo ese orgullo, a los que la comenzaron a comercializar les dimos a ganar mucha feria”. De piel morena y cabello negro, Teresita a veces se frustra, pues a pesar de haber creado esa técnica no supo que tenía que patentarla, “una licenciada vino conmigo y me dijo que por qué no lo hice, pero yo qué voy a saber de esas cosas, para eso uno necesita tiempo y dinero y yo no lo tengo”. La maestra Tere comparte que su técnica ha salido en revistas, incluso gente del Centro Joyero ha ido con ella a tomar clases para aprenderle, pues el tejido es muy artesanal. Así como Rita y Amelia, Teresita también tiene una década en la calle Zaragoza, ella ha tenido que pelear como sus compañeras, aproximadamente 18, por el espacio. Nunca han dado mordida para permanecer ahí. Es madre soltera y originaria de Poncitlán, a sus hijas las enseñó a tejer y a sus hijos a trabajar para ganarse la comida, a ella su mamá también le heredó el oficio desde los 10 años, “yo le robaba el gancho a mi madre para ponerme a practicar”. Teresita lucha todos los días para que la tradición no se pierda, ella dice que es una aventura que les dejaron sus ancestros y por nada del mundo debe morir. A sus 52 años tiene la satisfacción de viajar a varias ciudades de la República como Monterrey, Zacatecas y Aguascalientes para impartir su conocimiento, Teresita está al servicio de quien se lo pida, además, así como Rita ella está para escuchar a sus alumnas. “Las personas vienen a dejar es estrés, las ayudamos en una especie de terapia. Yo no me quejo de nada, porque hay maestras que también son muy corajudas. Aquí estamos para darle el servicio a quien llegue, sean viejitos o jóvenes, la gente tiene que desocupar su mente de otras cosas, para mí todas las señoras que vienen son unas bellezas de mujeres”. Temas Tapatío Centro Histórico Tradición Lee También INAPAM: ¿Cómo solicitar un turno para consulta médica gratuita? Cierran dos tramos de avenida Juárez por caída de un poste y de ramas Fiestas de Octubre en Guadalajara: 60 años siendo la feria más mexicana Estas son las flores que debes colocar en la ofrenda de Día de Muertos Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones