Viernes, 10 de Octubre 2025
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Gato al agua

En Guadalajara lo sabemos, caen tres gotas y las calles colapsan por inundación

Por: EL INFORMADOR

En oficinas, escuelas y negocios, los compañeros aparecen empapados, estilando agua a cada paso.  /

En oficinas, escuelas y negocios, los compañeros aparecen empapados, estilando agua a cada paso. /

GUADALAJARA, JALISCO (13/JUL/2014).- Hay una vieja película del director indio M. Night Shyamalan (el dios Google me indica que se llama ''Señales'') en la que se muestra que una invasión extraterrestre es derrotada porque a los engendros del espacio nomás no les gusta el agua y si se las echan encima se ponen como locos. Sin querer parecerme a los delirantes teóricos que explican la historia humana mediante la intervención de los famosos “alienígenas ancestrales”, aventuro la idea de que los tapatíos quizá seamos descendientes de aquel pueblo espacial de la cinta porque, ni cómo dudarlo, somos exactamente así. El agua nos sienta como veneno. Podemos ser más o menos sensatos en tiempo de secas, pero en cuanto se suelta el temporal nos convertimos en mutantes capaces de cualquier chifladura.

No hay otro modo de explicar que, apenas se deja caer la primera tormenta del año, mis vecinos choquen dos automóviles entre sí al intentar meterlos en una cochera donde, con trabajos, cabe uno, “para que no se mojen” (y, sin embargo, no le abran la puerta al pastor alemán de su azotea, que los observa manotear y pelearse a gritos más mojado que una trucha, el pobre). O que al pasar por Avenida México y Américas, me encuentre con una camioneta de redilas volteada de cabeza, porque su conductor decidió pisarle a 120 cuando sintió caer las primeras gotas y perdió el control al pasarse un semáforo que, desde luego, se apagó con el vientecito. O que, en oficinas, escuelas y negocios, los compañeros aparezcan empapados, estilando agua a cada paso porque la cultura del paraguas no acaba de establecerse entre nosotros (un servidor, sin ir más lejos, acaba de llegar en plan náufrago del Titanic al escritorio donde borronea estas líneas ya que, sin hacer caso del cielo gris metálico, tuvo a bien sacar a pasear a su perro sin llevar consigo paraguas, impermeable o cualquier objeto similar; el perro, claro, dedica una mirada de rencor infinito al autor mientras se le seca el pelaje con una toalla y se le pide perdón).

Tenemos, eso sí, bastantes excusas a la mano. La primera es que los sistemas de absorción hidráulica de la ciudad son inexistentes, obsoletos o disfuncionales. En Guadalajara, lo sabemos todos, caen tres gotas y las calles colapsan por inundación. Las bocas de tormenta y alcantarillas de buena parte de los municipios metropolitanos están perpetuamente azolvadas (por esa mezcla inconfundible de escombro, empaques de Churrumais y pañales sucios que nos caracterizará ante los arqueólogos del futuro). En algunos lados, como en el rumbo de Chapultepec, levantaron el pavimento y rehabilitaron, pero no hay suficientes alcantarillas, con lo que el agua corre como en río y termina anegando las zonas bajas de Avenida Washington, justo frente a una clínica del IMSS a la cual, en tardes de lluvia, los usuarios llegan a urgencias vadeando las aguas hasta en muletas (un poco más allá, en Washington y 8 de Julio, hay un paso a desnivel donde el agua llega a más de metro y medio en pocos minutos y en donde buena parte de los nativos correríamos el riesgo de ahogarnos si tuviéramos la desgracia de quedarnos atrapados allí).

Otra explicación es que parte de la ciudad está construida sobre terrenos donde siempre se acumuló el agua y jamás debió permitirse fincar. Pero, para un mexicano promedio, incluyendo a los gobernantes, esa es una cuestión legaloide: si se construye en el lecho de un río (y hasta de un lago) y luego se ahogan los ocurrentes que lo hicieron, pues es culpa suya, por necios. A nadie lo han demandado por algo así.
Y, entretanto, las alcantarillas siguen azolvadas, los semáforos apagados y los tapatíos comportándonos ante las tormentas con la misma serenidad de un gato al que pretenden echar al agua.

Tapatío

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