Viernes, 10 de Octubre 2025
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Fidel, legado en disputa

El líder de la Revolución Cubana se mueve en las antípodas: el héroe revolucionario o el dictador desalmado

Por: EL INFORMADOR

Castro fue un autócrata que no dudó en llevar a su pueblo a la más absoluta miseria con tal de mantener el poder. ESPECIAL / J. López

Castro fue un autócrata que no dudó en llevar a su pueblo a la más absoluta miseria con tal de mantener el poder. ESPECIAL / J. López

GUADALAJARA, JALISCO  (27/NOV/2016).- La historia es un campo de disputa política. Quien diga lo contrario, miente. No falta el historiador que quiere pasarse por “imparcial” o “científico”. No obstante, no hay hecho histórico que no sea presa de una descarnada lucha política por su interpretación y significado. En México lo sabemos bien. Por ejemplo, Porfirio Díaz puede ser el gran modernizador de México o el dictador sanguinario que propició la Revolución. Agustín de Iturbide, el hábil consumador de la independencia o aquél que se quiso eternizar como emperador, traicionado los ideales de la justa independentista. La historia tiene pocos consensos por una simple razón: el pasado no es pasado, sino otra dimensión del presente. Como magistralmente nos recordó Javier Cercas en su novela “el impostor”. Dominar la historia, escribirla, es un acto político en toda línea.

Por ello, nunca habrá una idea compartida sobre el legado de Fidel Castro. El líder de la Revolución Cubana murió a los 90 años. La controversia sobre su figura ilustra a cabalidad las pugnas ideológicas del siglo XX. Fidel Castro fue el último caudillo de la pasada centuria. El último actor central del mundo bipolar. Su mera presencia significaba la pervivencia, 27 años después de la caída del Muro de Berlín, de la rivalidad ideológica que marcó al mundo durante más de medio siglo. El personaje mismo, aunque algunos insisten en un juicio sumario partiendo de los ojos del presente, cabalga entre las contradicciones de lo que significó el mundo de la Guerra Fría.

Hay dos interpretaciones que se hacen sobre Fidel Castro. Los simpatizantes lo perciben como el caudillo que se enfrentó al imperio. La personificación de la hazaña misma de resistir al embate del capitalismo a solo unas millas de las costas de Florida. El comandante que llevó la utopía de la sociedad sin clases a terrenos de lo inimaginable. La cara más visible de un régimen que aguantó el embate de la universalización del liberalismo y el “fin de la historia” de Fukuyama.  Un autócrata, sí, pero que vivió como profetizó, que actuó siempre de acuerdo a sus principios. El autor de la Cuba digna que prefería vivir en bloqueo, que arrodillarse ante los deseos de Washington. El impulsor de la Cuba social que podía no tener internet, pero en donde ningún niño se quedaba sin educación y sin asistencia sanitaria. El articulador de una Cuba en donde ningún niño dormía en la calle por no tener techo o en donde los excesos eran inalcanzables, pero la pobreza alimentaria una condición inexistente.

Sus detractores no admiten matices tampoco. Castro es un dictador de la calaña de Franco, Pinochet o Stroessner. Un autócrata que no dudó en llevar a su pueblo a la más absoluta miseria con tal de mantener el poder. Un desalmado dictador que estranguló a la oposición y cooptó cualquier espacio de sociedad civil organizada y crítica. Un sátrapa que utilizó la legitimidad de la Revolución para imponer un sistema personalísimo que empobreció a las mayorías y enriqueció a una pequeña casta de dirigentes comunistas. Que las conquistas en materia educativa y sanitaria no fueron más que la propaganda reiterada de un régimen que necesitaba algo para legitimarse. Un país que de libre no tuvo nada, siempre dependiente de alguna nación extranjera, sea la Unión Soviética o Venezuela. Al final, la corrupta casta revolucionaria se apropió del país, impidiendo cualquier atisbo de democracia o liberalización.

Así de controvertido fue Fidel Castro: el héroe revolucionario o el dictador despiadado. Aunque, como casi siempre, la interpretación más acercada a la realidad está en los grises, en los matices. El castrista, cuando parta Raúl, será recordado por ser un régimen autoritario, depredador de las libertades, pero nunca comparable con las dictaduras militares de América Latina. Y menos con los regímenes totalitarios de los treintas en Europa. Buscar equiparar las experiencias, es simplemente no querer entender lo que fue la Revolución para Cuba desde 1959. Estoy de acuerdo, Cuba nunca ha sido una democracia, pero tampoco un régimen totalitario como se desprende de algunos análisis interesado.

El castrismo falló al no saber tripular una transición hacia una democracia multipartidista, con libertad de expresión y participación de la sociedad civil, pero eso no oculta que hoy Cuba es uno de los países menos desiguales de América Latina, con mejores índices de calidad educativa, atención sanitaria y con indicadores casi europeos en materia de inseguridad. No podemos pedir que Cuba se aísle de la realidad latinoamericana, y aunque su modelo económico incluye muchos fracasos, qué podemos decir del capitalismo a la mexicana con sus 55 millones de pobres y el narcotráfico infiltrado por todos lados. El modelo cubano no es ninguna panacea y menos una utopía que la izquierda deba seguir como oasis en el desierto, pero muchas veces el análisis sobre la realidad cubana olvida que muchos de los problemas que vemos en La Habana son perfectamente identificables en México al día de hoy.

Por ello, creo que podemos llegar a un acuerdo: Cuba no es ningún paraíso, pero tampoco lo es el resto de América Latina-tal vez, solamente Uruguay podría sacar pecho en las comparaciones regionales. Sin embargo, el castrismo marcará el futuro de la Isla. No por la pervivencia ideológica, ya que el castrismo me parece una ideología más difusa que el peronismo o el chavismo-por ejemplo-, sino porque la herencia del régimen condicionará a la Cuba del futuro. Sus fortalezas y debilidades constituirán la plataforma de despegue de una Cuba que deberá redefinir, desde su interior, su proyecto de país luego de la partida de los Castro. Con inversión y solidez económica, Cuba está más cerca que cualquier otro país latinoamericano en la tarea de construir una red de protección social inédita en la región. Su calidad educativa puede ser también un espacio de oportunidad en los años venideros.

La herencia maldita del castrismo es el dirigismo y una economía sin dinamismo. Los niveles de productividad de la Isla son muy poco competitivos y necesitará comenzar a liberalizar con más agresividad en los siguientes años. Al igual que China y otras naciones con economías dirigidas, la apertura siempre conlleva riesgos, pero es inevitable. Un proyecto de liberalización gradual, con el objetivo de modernizar el sector productivo, en conjunto con un Estado de Bienestar que siga dotando de educación y salud a los cubanos, podría ser un modelo de éxito a futuro.

Empero, el gran reto de Cuba no está en la economía, sino en la política. La Cuba de mañana debe ser democrática, con una sociedad civil vigorosa y distintos partidos políticos que disputen el poder político. La democracia puede ser muy imperfecta, pero es el único sistema político que nos asegura que el pueblo elige y remueve a sus gobernantes; que nace de la soberanía popular y no de algún designio preestablecido. Por mucho tiempo la democracia fue estigmatizada por el régimen y calificada como burguesa. Y es que la ausencia de democracia y libertades, sin importar el fin que se persiga, no será nunca justificable. El comunismo partía de la idea de que el fin de una sociedad sin clases justificaba la eliminación de la disidencia, la libertad de expresión y la oposición. El paraíso de la igualdad perfecta justificaba todo; en su nombre se han cometido atrocidades innombrables durante el siglo XX. Cuba puede convertirse en una democracia con un estado de bienestar sólido y justo, porque la otra salida es el modelo de capitalismo autoritario de China, el consenso de Pekín, que hoy muestra sus contradicciones con niveles crecientes de desigualdad, depredación ambiental, injusticia económica.

Y, sobre todo, Cuba necesita reconciliación. Las transiciones exitosas a la democracia parten del principio de la legitimidad de todos. España no sería la España de hoy, sin la voluntad de los vencedores y vencidos de la Guerra Civil de dar vuelta a la página y construir un país democrático. Chile, igual. El legado de Fidel Castro siempre será materia de disputa política, porque la historia es un terreno vivo, en donde la ideología pesa y configura los acontecimientos del pasado. Fidel siempre será la bestia negra de la derecha y el valiente revolucionario para una parte de la izquierda. Hoy comienza la historia de la Cuba post-Fidel, con Raúl y la vieja cúpula del Partido Comunista tripulando la apertura y la transición. El protagonismo de la historia debe volver a los cubanos, ellos son los responsables del futuro de la Isla. Y su reto más grande es convertirse en una democracia tras cinco décadas de control político y autoritarismo del castrismo. Se fue Fidel, pero su herencia seguirá viva.

Tapatío

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