Ensalada de Chícharo

GUADALAJARA, JALISCO (26/ABR/2015).- Me parece muy curioso que Javier el Chicharito Hernández sea algo así como un ave de tempestades y la pluma de vomitar de tanta gente. Uno pensaría que ese espacio arriesgado y controversial estaría reservado solamente para ciertos rockstars o estrellas del deporte, el arte y la pantalla, esas excepciones geniales, rotundas e impredecibles como Ronaldinho, Amy Winehouse o Diego Maquieira, y no para un tipo con cara de niño bien portado y sereno, con voz de adolescente que canta en el coro de la iglesia y comportamiento de boy scout buena onda. ¿Cómo es que un jugador que, más allá de la discusión sobre sus alcances, ha sido siempre esforzado, disciplinado, seriecito y cumplidor como el Chícharo anda desgarrando el tejido social y dividiendo opiniones? ¿Por qué algunos celebraron su gol de los cuartos de final de la Champions League, que le dio el pase al Real Madrid, como si hubiéramos ganado el Mundial de futbol con él, mientras que otros reaccionaron llevándose las manos a la cabeza como si se les hubiera escapado el perro a la calle y sin la placa puesta?

Me parece que lo natural es que el Chicharito sea un ídolo en el país. Vaya: no es que nuestros delanteros anden paseando por el Manchester United y el Real Madrid cada lunes y martes. Y si bien es cierto que Hernández no ha sido titular (especialmente en el equipo blanco se ha visto orillado a la banca y sus intervenciones han sido escasísimas), su rendimiento de goles por minuto jugado es francamente bueno. Y eso por no mencionar su participación con las selecciones nacionales: parece claro que en poco tiempo, el Chicharito será el mayor goleador de la historia de nuestro equipo (y que nadie diga que con puros goles a San Vicente o Granada, porque le ha marcado en mundiales a Francia o Argentina, por ejemplo). Total: que tiene todas las bazas para gustar pero a muchos no les gusta.

Como no soy psicólogo de masas no me queda más remedio que aventurar una tesis impresionista: creo que lo que ha hecho antipático al Chicharito, tan respetuoso y poco llamativo como es, es directamente la publicidad que lleva encima. Las televisoras, la prensa, han hecho tal escándalo a su alrededor desde aquellos años suyos en las Chivas (en los que, muy joven, destacó como rematador) que han terminado por saturar a muchos aficionados. La mercadotecnia futbolera mexicana, siempre ávida de héroes, se ha centrado en Hernández porque Cuauhtémoc Blanco es impresentable, Rafael Márquez un veteranazo y porque otros jugadores (pienso en el estupendo volante Héctor Herrera, del Oporto) resultan menos carismáticos o, para ser claros, menos fotogénicos.

Vaya: hay que aceptar que el mérito de salir de la banca a cuentagotas y meter el gol del gane es enorme y que ninguno de los críticos del Chicharito hará algo así en la vida. Pero tampoco es como para dedicarle horas y horas de transmisión, páginas y páginas de análisis, para aprovechar el momento y hacerle perfiles triunfalistas y enterarnos, como hizo El País, de que el Chicharito atribuye su éxito a “la educación conservadora que recibió en Guadalajara”. A ver: Romario no tenía un pelo de conservador y era una máquina de meter goles (y, aceptémoslo, un jugador muy superior a nuestro Javier).  Esa pérdida de proporción entre el hecho y su repercusión es la que ha dañado la imagen del Chícharo. Porque a un jugador tesonero, ordenado, esforzado y paciente como un santo (y admirable por ello), no los hacen pasar como un genio. Y no. Su mérito  es otro.