El derecho a renegar

GUADALAJARA, JALISCO (15/NOV/2015).- Hace algunos años, fui involuntario espectador de la discusión que sostenía un grupo de intelectuales durante un almuerzo (estaba yo en la mesa de al lado). Comían, los siete sabios de marras, en un restaurante de comida oriental que ya no existe y que se encontraba adosado a la Expo Guadalajara. Era, claro, los días de la Feria Internacional del Libro. Los plumíferos mascaban su arroz con pollo mongol y analizaban no sé qué película de estreno, en aquellos días, sobre el narcotráfico (probablemente fuera “Traffic”, la de Steven Soderbergh). Uno de ellos, un flaquito jorobado con rizos y gafas enormes que se parecía a todas las caricaturas que se han burlado de la mala forma física de los intelectuales a lo largo  de la historia, tomó la voz cantante y declaró: “Yo no sé qué se creen los gringos. Mucho hablar de los narcotraficantes mexicanos pero nunca ponen a los narcos gringos. Que seguro que debe haber. Ash”.

Años después, volví a coincidir, de nuevo por azar, con el señor caricatura. Era otra FIL y yo estaba formado un par de puestos detrás de él en espera de que se abriera la puerta del salón donde iba a presentar un libro el israelí Etgar Keret. “¿Has visto la de Breaking Bad?”, le preguntaba el tipo a su acompañante, quien se limitó a encogerse de hombros. “Es una serie. Trata sobre un gringo que se hace narco y controla el tráfico en Albuquerque, Nuevo México. ¡Un narco gringo! Ahora les tenemos que creer que hay narcos gringos. Ash”.

Debo confesar que me maravilló escuchar al mismo pelmazo proferir con tanta gravedad dos dictámenes condenatorios por motivos simétricamente opuestos. Pero, en el fondo, lo que me interesa destacar es la moderna costumbre de renegar por todo o casi todo, y engolosinarse en el reniego. Nos parece mal todo: que ponga la gallina o que se abstenga. El caso es quejarse o lanzar pullas.

Otro ejemplo flamante: el viernes se anunció que el Premio Cervantes de Literatura 2015 es el mexicano Fernando del Paso, un autor indiscutible por donde se le vea. Pues no. Tuvimos las redes saturadas de felicitaciones, sí, pero también de zopencos que murmuraban entre dientes cosas como “yo ni le entendí a sus novelas”, “no pude con ‘Noticias del Imperio’ porque está muy larga”, “¿ese es el señor que se pone las corbatas amarillas con sacos verdes?”. Caramba. Si el hecho de que le den el reconocimiento más importante de las letras en nuestro idioma a un compatriota extraordinario (que, para más inri, hace más de 20 años que vive en la ciudad) no nos deja aunque sea satisfechos, de plano hay que bajar la cortina.

¿Por qué nos complacemos en retobar de todo y ante todo? Quizá el motivo sea que las facetas más visibles de la vida pública mexicana están en ruinas: nuestra política apesta y es capaz de asquear al más cínico, nuestro futbol no da una de cal sin otra de arena, nuestro “medio del espectáculo” es una colección sin fin de seres inanes, inmunes a la menor sospecha de inteligencia.

Pues sí, eso nadie lo niega. Pero de ahí a que reaccionemos como energúmenos ante cada acontecimiento, como esos pobres canes entrenados para ladrarle a lo que sea que se mueva, hay algunos abismos de distancia.

Claro: eso no impide que el profesor de periodismo que se pasó 20 años enseñándole a los alumnos a hacer punteos y decálogos para cada cosa hoy se queje de que todos los artículos dicen “las 10 cosas que no sabías sobre…”.