Viernes, 10 de Octubre 2025
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El cartero llama otra vez

El cartero que reparte la correspondencia en mi barrio me parece un tipo admirable

Por: EL INFORMADOR

El cartero tiene un auténtico espíritu de servicio. EL INFORMADOR / J. Pérez

El cartero tiene un auténtico espíritu de servicio. EL INFORMADOR / J. Pérez

GUADALAJARA, JALISCO (06/MAR/2016).- El cartero que reparte la correspondencia en mi barrio me parece un tipo admirable. No sólo porque en 11 años de vivir por estos lares no ha dado un solo problema, sino porque tiene un auténtico espíritu de servicio.

Pongo un ejemplo: cuando nos mudamos a una casa ubicada a una cuadra de nuestro domicilio anterior, tuvimos los consabidos problemas con bancos, proveedores de servicios, etcétera, es decir, hubo que perder varias mañanas en los respectivos trámites del cambio de dirección.

No así con el correo: el cartero nos vio subiendo las cosas a la camioneta la primera mañana, nos siguió a la nueva casa, tomó nota y comenzó a llevarnos la correspondencia a la puerta desde el primer día, aunque tuviera marcada, aún, la anterior dirección. Esto me parece notable. Pero no es todo: cuando tuvo que entregarme un citatorio profesional, por culpa de un asunto latoso pero sin importancia en el que fui inmiscuido hace unos años, se hizo pato y lo regresó con un letrerito de “destinatario desconocido”. Sé esto porque el nuevo vecino vino a contármelo y porque, luego, el buen hombre me lo reafirmó la mañana en que fue a dejarnos el sobre en el que colecta las “donaciones” de los vecinos cada vez se acerca el Día del Cartero.

Funcionó, claro: le di 100 pesos y él lo agradeció con una reverencia digna de un caballero del Teatro Español del siglo XIX. Claro que el correo mexicano da un servicio horroroso pero eso no es culpa de mi cartero. ¿Cómo voy a hacerlo responsable de que un sobre, que tardó dos días en llegar de Berlín a la Ciudad de México, tarde luego tres meses en hacer el camino a Guadalajara y eso si es que llega?

En el otro lado de la cuerda se encuentran los trabajadores de esas empresas de paquetería, tanto nacionales como extranjeras, que han medrado a la sombra del fracaso del Servicio Postal Mexicano. Al contrario que mi cartero, no son amables, no dicen “buenos días” ni se preocupan por quién necesita hacernos llegar un mensaje o a quien conviene evitar. No: estos hombres estacionan sus camionetas (conducidas a exceso de velocidad y tambaleantes siempre por el exceso de carga) delante de la cochera, bloqueándola. Golpean a la puerta con una urgencia y un autoritarismo que sólo se justificarían si el paquete que acarrean en la mano estuviera a punto de estallar.

Y entregan sus paquetes o sobres o cajas, pero no sin antes obligarlo a uno a cumplir con los protocolos de seguridad que ofrecen sus empresas a sus clientes y que son categóricamente extravagantes. Unos, por ejemplo, quieren ver mi identificación y cuando se las entrego, le toman una fotografía. Otros me hacen firmar con el dedo en una pantalla miniatura en la que se forma, luego de unos segundos de espera, un garabato que nada tiene que ver con mi firma (y rechazan que eso sea un problema). Unos más se complacen en entregarme unas hojas llenas de equis, en la que cada una de esas equis equivale a un sitio en el que hay que poner un autógrafo. Hay unos que, de plano, llaman por teléfono al remitente y lo ponen en la bocina para que uno lo salude.

Esos no piden ni identificación ni garabato ni firma y arrebatan su telefonito en cuanto uno saluda, como si fueran secuestradores. Eso sí: ellos entregan a tiempo el dichoso sobre de Berlín y por eso se les perdona un poco su locura y su bestialidad. Pero, en el fondo, prefiero que llegue el cartero.

Tapatío

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