GUADALAJARA, JALISCO (04/SEP/2016).- La escena pasará a la posteridad. Enrique Peña Nieto a la izquierda, Donald Trump a la derecha. El Presidente toma la palabra y muestra una inexplicable debilidad en sus argumentos. No cuestiona al candidato republicano; por el contrario, lo legitima como interlocutor. Trump vino a buscar su estampa de “presidencial”, mandar un mensaje al mundo de su capacidad para llegar a acuerdos incluso con el Presidente de ese país al que no se cansa de insultar. Lo encontró en un Peña Nieto timorato. Nadie entiende por qué Peña Nieto invitó a Trump, pero menos entendemos lo frágil de su postura. Trump lo repite: el muro se hará. Y horas después en Arizona lo repitió: y lo pagará México. Un Presidente cansado. Un Presidente acorralado por la falta de pericia. La eficacia prometida, el discurso de 2012, es hoy un lejano e indescifrable recuerdo. Una rueda de prensa que simboliza el momento actual de la Presidencia: extravío, debilidad, derrota.Hay algo paradójico del contexto político por el que atraviesa Enrique Peña Nieto: su crisis ha tenido como corolario la extinción de cualquier clase de expectativa sobre su proyecto político. Las encuestas no mienten: pocos esperan algo del resto del sexenio. La ilusión reformista y modernizadora de los primeros 18 meses de su mandato, concluyeron con una terrible depresión. Como reza el dicho, “tarde de expectación, tarde de decepción”. El proyecto de Peña Nieto, si es que todavía existiera alguno, ya no emociona a nadie, ni siquiera a los priistas más convencidos. De acuerdo a Buendía y Laredo, entre los propios tricolores, la aceptación del Presidente se ha caído 27 puntos en tres años. Y no sólo eso, de acuerdo a BGC-Beltrán y asociados, no existe ninguna reforma, de las 11 promovidas por Los Pinos, que sea respaldada por una mayoría de mexicanos. La educativa, que fue la joya del consenso partidista, ha perdido 13 puntos de respaldo popular de abril a agosto de este año. La buena noticia de las bajas expectativas presidenciales es la libertad. Un Presidente atenazado por nulas expectativas, sociales y políticas, es una invitación a abanderar una agenda más arriesgada. Astucia, le piden algunos. Otra cosa es que esa libertad sea aprovechada para responder eficazmente a las crisis que agobian a su Gobierno. Esta semana fue un ejemplo de ese margen de maniobra que tiene el Presidente cuando entiende que no tiene ningún capital político que cuidar. Primero, cambió el formato del Informe. Con sus asteriscos y críticas, que yo comparto muchas de ellas, me parece un mejor formato que el discurso ante la aristocracia política y económica que se repetía año con año. Un mandatario protocolario accede a romper los protocolos, lo que indica un cambio de estrategia. Segundo, la reunión con Trump. Absurda y contraproducente, pero dificilmente el Presidente se hubiera atrevido a invitar a Trump si supiera que tiene un capital político que defender. Y, tercero, que considero una buena noticia, el adiós de Enrique Galindo de la Policía Federal bajo sospecha tras la masacre de Tanhuato. No podemos asumir que la libertad de agenda implique forzosamente resultados positivos, sin embargo sí es un indicativo del nuevo contexto político del Presidente. La contraindicación de las bajas expectativas es la nula iniciativa y capacidad del Presidente para impulsar su agenda, y el inevitable traslado de la atención social al futuro. Si el presente ofrece poco, el futuro político se coloca como el centro del debate: ¿Qué sucederá en 2018? No es nuevo, le pasó a Fox y a Calderón, aunque no con tanta velocidad.Y es que dificilmente podremos recordar una coyuntura en la que se sobrepusieran una sobre otra, tantas crisis como en este 2016. Tal vez, nos tendríamos que remontar a 1994, en aquél año, el régimen daba sus últimos coletazos. Los magnicidios, la crisis económica y la movilización zapatista, nos hicieron ver que nos aproximábamos velozmente al desahucio de un régimen. La Presidencia de Zedillo fue de transición, se pactaron las reformas que articularon el México democrático y lentamente el Presidente fue perdiendo su papel de árbitro del sistema político. Hoy, Peña Nieto es presa de al menos cuatro crisis, y a menos de que tome medidas extraordinarias, parece difícil que les pueda dar la vuelta en lo que resta del sexenio.Crisis de credibilidad. Las encuestas no mienten: pocos confían en el Presidente. Más que los resultados, que también han minado el discurso de eficacia presidencial, ha sido la sospecha de corrupción lo que ha hecho prácticamente imposible que las promesas presidenciales tengan algún tipo de recepción social. A los escándalos de las casas, tanto la Casa Blanca como otras que afectaron a integrantes de su gabinete, ahora le tenemos que añadir el plagio de su tesis de licenciatura. En otros sexenios, las sospechas de corrupción se apilaban cuando el mandatario dejaba el cargo, lo que contrasta con la actualidad. El perdón no tuvo ningún acompañamiento programático, ni una comisión de investigación sobre la Casa Blanca y menos el compromiso del Presidente con pesquisas autónomas al Poder Ejecutivo. Y qué decimos del departamento de Miami. Las encuestas también reflejan la consolidación de una opinión pública incrédula del proyecto presidencial: sólo 16% considera que el país va en buen camino y 64% considera que los problemas rebasaron a Peña Nieto.Crisis de derechos humanos e inseguridad. Peña Nieto no sólo no sepultó la Guerra que comenzó irresponsablemente Felipe Calderón, sino que la tendencia es a terminar el sexenio con más homicidios que los registrados durante la administración del panista. Pensamos que la cifra era insuperable: 122 mil en un sexenio. Sin embargo, el repunte de la violencia desde inicios de 2015, provocó que el año pasado cerrara el país con un incremento sostenido que no se veía desde 2011. Al mismo tiempo, los casos sin resolver se apilan en el despacho del Presidente: Tanhuato, Apatzingán, Ayotzinapa y los que usted guste agregar. No es una opinión mía, la crisis en materia de derechos humanos que vive México se encuentra diagnosticada por múltiples organismos internacionales, organizaciones nacionales y expertos en la materia. Sin olvidar que 2016 es el año en el que el Gobierno Mexicano decidió no renovar el acuerdo con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para que el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) continuara ayudando a las investigación sobre la masacre de estudiantes en Iguala.Crisis de proyecto. Las reformas constituyeron el trazo de proyecto del Presidente Peña Nieto. El antídoto a años de parálisis, fue el Pacto por México y el consenso entre partidos. Sin embargo, al día de hoy, los estudios demoscópicos demuestran que son precisamente las reformas lo más repudiado de la gestión del mexiquense. De acuerdo a Buendía y Laredo, a la pregunta: ¿Qué es lo peor que ha hecho Peña Nieto? La respuesta número uno, que dobla a la segunda contestación, son las reformas estructurales. A diferencia del dicho, aquí el hilo no se rompe por lo más delgado, sino por lo más grueso. Peña Nieto y su proyecto se derrumban por aquello que los hizo fuertes en 2013. Y es que no sólo la educativa se desmorona, que hasta mediados de 2014 suscitaba el apoyo de siete de cada 10 mexicanos, la que genera más rechazo es la energética -vendida como la madre de todas las reformas-. Queda claro que si la respuesta presidencial al complicado momento político es seguir la vía de las reformas, el malestar seguirá acumulándose. Terrible paradoja para el Presidente: tiene una mayoría absoluta que no le sirve para nada.Crisis de resultados. El Presidente puede “sacar el pecho” por pocos indicadores de su gestión. La deuda alcanza el 50% del PIB, lo doble del nivel recibido. La inversión pública toca mínimos históricos ante la inevitabilidad de un recorte salvaje que se avecina. Dos millones de pobres más de acuerdo al último estudio de Coneval. Esta misma semana anunció el Banco de México que recorta el crecimiento anual previsto y seguro acabará debajo de los dos puntos. Los proyectos federales de inversión están parados. Pocos están interesados en participar en las subastas petroleras. El tipo de cambio por las nubes. Los homicidios no cesan de aumentar. Los desaparecidos alcanzan máximos históricos. La corrupción afecta con especial fuerza al Gobierno Federal. Tenemos la imagen del país por los suelos. ¿En qué noticias nos fijamos?Por lo tanto, Peña Nieto enfrentará estos dos últimos años al inevitable juicio de la historia y de su legado. Cómo quiere ser recordado: ¿Cómo el Presidente de la Corrupción? ¿El Presidente de las reformas fallidas? ¿El Presidente del continuismo? ¿El Presidente de la pobreza? La única válvula de escape para Peña Nieto son los resultados y las decisiones arriesgadas. Astucia, pero no para reunirse con el racista de Trump, sino para corregir su estrategia de combate a la violencia, su política económica y apostar por regenerar a las instituciones del país. Como jefe político que es, Peña Nieto está pensando vívidamente en la sucesión y en los equilibrios políticos de cara a 2018. Una remodelación de su gabinete, bajo esta lógica electorera, sólo profundizará las múltiples crisis que viven Los Pinos. Hoy, como está la temperatura en la opinión pública, cualquier candidato del PRI perderá por goleada en una elección. Sólo corrigiendo el rumbo le dará alguna posibilidad a su “Delfín”. Peña Nieto debe traicionar su estilo pasivo, acartonado, previsible y monótono. Veremos si lo logra.