Viernes, 10 de Octubre 2025
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Aguafiestas

Los que odian estas fechas son una legión oscura y creciente con la que hay que aprender a relacionarse

Por: EL INFORMADOR

¿Por qué alguien llega a detestar diciembre, si todo el mes está pensado para pasárselo bomba? ESPECIAL /

¿Por qué alguien llega a detestar diciembre, si todo el mes está pensado para pasárselo bomba? ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (20/DIC/2015).- Una conocida, que lleva media vida engullendo antidepresivos como si se tratara de dulcecitos de menta, tiene la costumbre de anunciar para todo aquel que desee escucharla por ahí del 20 de noviembre de cada año: “Cómo me gustaría dormirme y despertar en enero, ya que haya pasado todo esto que se nos viene”. Con “todo esto” se refiere, desde luego, a las fiestas decembrinas: posadas de la oficina, la familia  y los vecinos, intercambios, desayunitos con las amigas, cena de nochebuena, cena de Año Viejo, visita a los centros comerciales, compra y envoltura de regalos, guisos recalentados, etcétera.

Los que odian estas fechas son una legión oscura y creciente con la que hay que aprender a relacionarse. Básicamente porque la mayoría de quienes la integran no pueden cumplir su mayor deseo, que consiste en perder la conciencia o, al menos, en escaparse a Bahréin o algún otro sitio donde no celebren la Navidad, y por ello tenemos que soportarlos (o ellos tienen que soportarnos, todo depende del punto de vista) con sus carotas de tedio y horror.

¿Por qué alguien llega a detestar diciembre, si todo el mes está pensado para comer porquerías, desvelarse, beber, gastar dinero y ver gente en teoría querida, es decir, para pasárselo bomba? Las razones son múltiples. Por ejemplo, la conocida a la que hacía referencia al principio de este texto tiene un expediente de desgracias decembrinas legendario que respalda su estremecimiento: cuando era niña, su padre estrelló el auto de la familia al regreso de una posada y a ella, que iba dormida, le quedó una cicatriz en la barbilla; en otra posada, ya adulta, descubrió que su marido le era infiel con una agente de seguros y pensaba dejarla nomás que pasara Día de Reyes; su gato, en cuyo cariño se refugió luego de la separación, saltó por la ventana espantado por los cohetes del año nuevo del 2000 y hubo que levantarlo del suelo con espátula, porque vivían en un quinto piso... Con eso ya tiene para pasar el resto de la vida en terapia.

Pero muchos otros tienen razones menos concretas y que proceden de una filosofía de vida que ellos llaman “congruente” y el resto del planeta “puritana”. Me refiero a quienes odian el mercantilismo, desprecian el sentimentalismo y reniegan de “la obligación de estar feliz” pero en vez de reírse de ello se amargan y aprovechan cada ocasión que se les pone de modo para intentar que quienes los rodean se sientan mal por ser frívolos e inconsistentes. “¿Necesitas algo de esto?”, les dicen, por ejemplo, a los niños a los que ven rodeados por un mar de juguetes la mañana del 25 de diciembre. “¿Ya se pusieron a pensar en quienes no tienen ni una tortilla dura para llevarse a la boca?”, les declaran a sus primos en cuanto se trincha el pavo. La verdad es que ellos también tienen cosas que no necesitan y jamás han dedicado un segundo de su día a echarle una mano a los desfavorecidos, pero para fines de atormentar a los demás son capaces de posar de Madre Teresa de Calcuta y señalar el pecado ajeno con índice de fuego. “¿Sabías que ese aparato lo fabricó un niño chino que vive en la esclavitud?”, le asestan al pobre que anda tan contento, escuchando música en un mp3. Y lo hacen aunque lleven en el bolsillo un aparato idéntico… pero que fue comprado en junio o en febrero y por tanto no es sospechoso, para el acusador, de hipocresía navideña.

Tanto retorcimiento, me temo, sólo es otra forma de terminar zambullidos en la felicidad plástica de la época.

Tapatío

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