Sábado, 27 de Abril 2024
México | POR JOSÉ CARREÑO CARLÓN

Del miedo a la vulnerabilidad

Fue el secuestro de Diego Fernández el que generó desde el primer momento una percepción de vulnerabilidad e impotencia

Por: EL INFORMADOR

Las noticias y los temas relacionados con la violencia criminal tuvieron este año un impacto en el ánimo social, medido, por ejemplo, en el miedo de un sector creciente de la población a salir de noche o a tomar carreteras, como lo muestra la encuesta más reciente de GEA-ISA.

Pero aparte del bombardeo masivo de información de los hechos criminales y de las cifras escalofriantes de los ya más de 30 mil muertos reconocidos en los cuatro años que cumplió este Gobierno, hay algunas noticias específicas que aceleran estos efectos de la comunicación.

Y fue el secuestro de Diego Fernández el que generó desde el primer momento una percepción de vulnerabilidad e impotencia de buena parte de la población, bajo la premisa que quedó asentada de que nadie es intocable.

Pero algo igualmente preocupante fue la reacción de resentimiento y venganza social que el secuestro produjo en un sector de la población con gran activismo en redes sociales, y en los espacios para los lectores de las versiones electrónicas de los medios, donde ha sido frecuente encontrar una suerte de apología colectiva del delito.

Por otra parte, el mismo mensaje de vulnerabilidad y de sensación de impotencia dejó este mismo año el acribillamiento y la muerte del candidato del PRI a gobernador de Tamaulipas. Y al hecho de que éste fue el año más sangriento de los cuatro del sexenio, con más de 12 muertos en la guerra del crimen organizado, se agregaron otros hechos inéditos que desataron nuevos efectos de la comunicación.

Así, una sensación de vacío de poder y de sociedad inerme fue el mensaje que dejó el primero de los coches-bomba que estalló en el cuartel de Policía de Juárez.

Pero la propagación del miedo, el terror y el estrés fue alimentada también este año por la matanza de migrantes de Tamaulipas, un mensaje en que los negocios del crimen fueron más allá del tráfico de drogas, generando esta vez una sensación de tierra de nadie.

Con los datos más recientes y con los balances cualitativos ofrecidos en estos días por las autoridades, se hace patente una de las confirmaciones más preocupantes del año que termina: que estas percepciones de miedo y vulnerabilidad, que se han expandido y arraigado en la sociedad, se han reforzado con un discurso gubernamental que ha sido incapaz de persuadir a la gente de que la multiplicación de la violencia y de las muertes en los últimos meses se deben precisamente a los golpes que el Gobierno federal ha dado al crimen organizado, incluyendo la detención o la muerte de las cabezas de las bandas.

Y que los recordatorios de ese discurso gubernamental de que el Estado tiene el monopolio del uso de la violencia legítima y lo ejerce contra las agrupaciones criminales, no alcanzan a contrarrestar las imágenes cotidianas de desafío de las bandas a ese Estado, que en las percepciones aparece como despojado de sus facultades básicas, en parte por los hechos criminales significativos del año, que le dieron contorno a las grandes cifras de la violencia.

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