Viernes, 24 de Mayo 2024
Jalisco | Misiva de Gullermo Dellamary

Violencia femenina

El reinado femenino se sustenta en el gobierno de las emociones

Por: EL INFORMADOR

Las mujeres no arremeten a golpes, sino con el poder de la lengua. Son sus palabras las que lastiman, su reinado femenino se sustenta en el gobierno de las emociones, en la fuerza del reclamo. No necesitan acudir a la fuerza física, tienen la fuerza mental para someter a sus víctimas. Saben cómo seducir y envolver a los torpes que no acceden a sus exigencias.

A veces calladas, son más peligrosas que vociferando. Su mirada, ruda y penetrante, puede hacer estragos en la virilidad. Su capacidad de rebatir y odiar puede estremecer al más macho. Su venganza puede convertirse en una delicia que avasalla a su oponente con pulcritud y precisión.

Sus estrategias van más allá de las históricas batallas de generales y tropas, son musas que cargan pertrechos de incandescentes sentimientos que aplastan masas de ingenuos caballeros en vistosas armaduras.

Hombres y mujeres somos realmente diferentes, llevamos características diversas, no por ello mejores o peores, simplemente distintas.

En el campo de la batalla conyugal, el hombre intenta doblegar a la mujer con complejos razonamientos, con el poder físico y con monedas de oro, con las que piensa que puede comprar todo lo que necesita. A su vez la belleza femenina recurre a su encanto corporal, a su dulce rostro, a la magia de su delicadeza y cariño. Se hace la que no le interesa el dinero, pero cuando así lo requiera, lo puede intercambiar por favores y privilegios que sabe dosificar a su varón.

En el fondo tiene confianza de que puede dominar a la bestia que se encuentra detrás de todo galán, sabe que con su intuición podrá detectar a tiempo la mentira y el engaño latente en todo macho.

El drama entre ambos comienza cuando el amor se va, y se ausenta la comprensión, el respeto y el cariño.

Al escenario salta la violencia entre los dos, no proviene tan sólo de los hombres, también hay mucha violencia femenina que inunda al hogar con trágicos y espantosos sufrimientos. Tan sólo el hilo de lo evidente los hace diversos. La violencia masculina es aparatosa, lacera al cuerpo, humilla con moretones y castiga con el abandono y la irresponsabilidad económica. Pero no muy lejos está el látigo de los reclamos, el fuste del insulto que denigra la tarea de lo que sí se ha hecho bien, el dedo que culpa y castiga el espíritu de la paternidad. Las lesiones no son visibles en el cuerpo, se quedan incrustadas sólo en el alma, nadie puede constatar de su existencia más que el varón herido de muerte en su orgullo y amor propio.

Sí: hablemos de la violencia masculina, y detengámosla ya, no es justa por ningún lado. Pero no ocultemos ni callemos que también hay una violencia femenina, que también hay que erradicar. El pleito es de dos, con armas distintas, pero igual de dañinas.

Basta de hacer de la mujer una víctima de la violencia, todos los somos al fin y al cabo, no importa el género.

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