Una enfermedad degenerativa

En la ciudad de Guadalajara alguien está enfermo. Sufre de una enfermedad degenerativa de suma gravedad. El paciente necesita tratamiento urgente, para evitar un empeoramiento del cuadro clínico que pueda hacer irreversible su deterioro.

 Los sintomas que presenta son múltiples y complejos, síntomas éstos que interactúan entre sí, lo cual hace muy complejo el diagnóstico.

En un primer reconocimiento, el enfermo presenta irregularidad en el pulso, indicios evidente de  desnutrición, descoordinación, trastornos metabólicos, traumas, lesiones y heridas en diferentes puntos, afecciones dermatológicas diversas, caries en avanzado estado con pérdida de algunas piezas, debilidad, deformación en sus extremidades y tumoraciones, además de un cuadro de apatía y ausencia de motivación generalizado.

Este cuadro clínico ofrece un panorama ciertamente preocupante.

El paciente corre un gran peligro y enormes posibilidades de colapso. No es ninguna nimiedad. Urge tomar medidas drásticas con rapidez y efectividad.

Antes de dar paso a un diagnóstico y su posterior tratamiento, es interesante describir cada uno de estos síntomas, para conocer con detalle las características de éstos, ya que en función de su tamaño, grado de avance y localización junto a órganos vitales, puede llegar a precisarse el origen y evolución de la enfermedad.

El órgano vital de la ciudad, su corazón, el centro histórico, presenta un singular síntoma: la irregularidad en el pulso.

Este se acelera durante el día, latiendo de manera arrítmica, pues no se sincronizan el uso habitacional y el comercial, detectándose una mayor actividad en el segundo.

 Esta diacronía entre los dos usos puede originar descoordinación general que derive en un funcionamiento molesto o incómodo, provocando un éxodo de la población que prefiere tranquilidad y comodidad. Sin embargo, conforme termina el día la actividad va disminuyendo hasta quedarse prácticamente sin pulso, en estado de coma.

 La falta de riego colapsa el sistema urbano y lo deja en un estado vegetativo apenas sin vida. Las consecuencias que derivan de este cuadro son: aumento de la inseguridad, falta de inversión, degradación urbana, ausencia de servicios, etc.

La desnutrición es obvia si observamos la ausencia de servicios públicos. Un  insuficiente transporte público, la carencia de espacios verdes, la lejanía de centros de salud, la escasez de estacionamientos públicos y privados, y sobre todo, la pérdida de habitantes, debilitan y merman la capacidad del centro histórico para regenerarse y recuperar sus características intrínsecas.

La descoordinación no se presenta bajo aspectos psicomotores, sino originado bajo situaciones de congestión de tráfico, usos indebidos, comercio irregular, edificios fuera de escala, desintegración vial, etc., lo cual provoca disfunciones en el uso cotidiano del espacio urbano, con la consecuente generación de distorsiones y problemas estructurales.

Los trastornos metabólicos se manifiestan a través de un crecimiento excesivo de la altura de determinados edificios, absolutamente fuera de escala, así como en la aparición de otros absolutamente impropios por su tamaño, uso, diseño o concepción.

Se observan innumerables traumas, lesiones y heridas en el tejido urbano del centro histórico.

 Derribos de edificaciones de alto valor patrimonial e histórico, modificaciones agresivas a otros que aún se mantienen en pie, construcciones realizadas junto a conjuntos históricos sin la menor preocupación por la integración, etc.

También se observan numerosas afecciones dermatológicas localizadas en diferentes lugares: pavimentación deteriorada, parques y jardines mal cuidados, espectaculares desproporcionados, remodelación de fachadas inadecuadas, introducción de comercios o franquicias que implícitamente exhiben su marca, ajena a un entorno histórico, bloques habitacionales en aparente ruina física, etc.

Tan sólo hace falta pasear por la zona del Parque Morelos para darse cuenta de la aparición de numerosas caries en avanzado estado, las cuales han dado como consecuencia la pérdida de algunas piezas, mostrando numerosos huecos en el conjunto.

Esta sintomatología origina un cuadro clínico de cierta complejidad, puesto que no hay una  sola causa, sino multitud de ellas que provocan un deterioro general del paciente.

La terapia o el tratamiento no puede prescribirse sin una analítica previa: Se deben tomar muestras de cada área, diagnosticar su problemática y cruzar todos los datos obtenidos, de manera que la localización precisa, la cuantificación y la cualificación de los problemas existentes facilite la implementación de medidas concretas y decisivas.

No se trata de intervenir, curando, reparando tejidos o aplicando remedios superficiales. Se trata de prescribir un tratamiento integral, de manera que no sólo remita la enfermedad hasta su curación, sino que también se prevengan futuras infecciones o lesiones que retornen al paciente a su actual estado patológico.

Habrá que garantizar, mediante aportes vitamínicos, el restablecimiento del pulso, de manera que la actividad llegue a ser estable, estructurada, contínua y plana. La vitamina es la inversión, pero teniendo muy presente que debe ser la adecuada.

 Estas vitaminas deben actuar directamente sobre la afección, restableciendo los niveles normales de uso, y consecuentemente, devolviendo el pulso normal al enfermo.

 El pequeño y mediano comercio puede ser el mejor complejo vitamínico, ofreciendo servicios básicos que hacen innecesario el desplazamiento fuera del barrio, y por tanto, reducen el uso del automóvil.

La aportación de otro tipo de alimentos energéticos complementarios, tales como escuelas, centros de salud o equipamientos culturales, equilibran el sistema, haciéndolo trabajar sin esfuerzo, manteniendo siempre al paciente en una buena forma física.

Estos aportes energéticos extraordinarios deben completarse con una alimentación equilibrada. No debe faltar un correcto transporte público.

Se deben recuperar, sanear y potenciar los espacios verdes del centro. Deben implementarse suficientes estacionamientos públicos, siempre bajo rasante y nunca en edificios de uso exclusivo. Todo esto derivará en un consecuencia lógica: la recuperación de los habitantes necesarios para el correcto funcionamiento del centro histórico. La despoblación provoca degradación.

El uso garantiza la conservación.
En cuanto a los trastornos metabólicos y la aparición de lesiones y traumas, la intervención quirúrgica se hace imprescindible.

Es necesario cortar, sanear y coser. Se requiere un completo programa de recuperación de espacios tradicionales, una importante repriscinación de edificios históricos, la demolición y sustitución de un importante grupo de edificios inadecuados por su tamaño y la reutilización de otros por un uso más acorde con la casuística del centro histórico.

La cirugía de reparación o reconstructiva también es aconsejable. Lejos de ser una mera intervención con fines estéticos, es importante rehabilitar, poner en valor piezas clave de la arquitectura autóctona o vernácula, devolviendo el carácter y la personalidad que un día tuvo el centro histórico, huyendo de las formas estandarizadas de la edificación que impone este mundo globalizado.

 No se trata de modelar nuevas facciones, obteniendo un rostro más atractivo o moderno, sino de retornar el aspecto original del semblante urbano, aquel que le confería unas características únicas, irremplazables, exclusivas.

Por último, la endodoncia o la colocación de implantes es urgente en zonas como Morelos. No sólo es una cuestión estética. El conjunto completo sin huecos es una necesidad fisiológica para garantizar una buena alimentación.

En definitiva, este diagnóstico, así como la propuesta de tratamiento y terapia, es un escenario a partir del cual se debe ir concretando el tipo de fármacos, así como la dosificación de los mismos, de manera que se consiga un total restablecimiento del paciente, y también se prevengan posibles recaídas.

Juan Cano Forrat
Arquitecto