Internacional | Semblanza del presidente de Nicaragua Ortega traiciona ideales revolucionarios: Sergio Ramírez Arrogante, autoritario e impositivo, acusan sus enemigos; hombre de Estado, revolucionario y pragmático, replican sus amigos Por: EL INFORMADOR 16 de enero de 2012 - 02:35 hs El mandatario sandinista, Daniel Ortega, se encuentra en su tercera etapa como presidente de Nicaragua. EFE / GUADALAJARA, JALISCO (16/ENE/2012).- El dictador constituye la personalización del régimen de la simulación. En los sistemas autoritarios, la pretensión y las apariencias son fundamentales. La ley, como forma de materializar niveles mínimos de igualdad jurídica, es sólo una justificación moldeable, maleable y flexible. Daniel Ortega no está lejos de representar en Nicaragua la consumación de un régimen que se apartó agudamente de los principios revolucionarios que alguna vez abanderó la Revolución Sandinista, que tan profundamente dividió al pueblo nicaragüense. La Revolución es ya un concepto vacío en el país centroamericano, que se ha quedado con el desencanto de una transición política que no ofreció resultados democráticos, que empoderó a una camarilla de generales del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y que constituyó solamente un recrudecimiento del modelo autoritario que ha agobiado al país históricamente. “Me asombra como ha cambiado Daniel Ortega” decía el escritor e intelectual nicaragüense Sergio Ramírez. Y es que Ramírez sabe lo que declara. Ramírez fue un incansable compañero de Ortega en las épocas en que los ideales revolucionarios dominaban el anhelo de los sandinistas; antes que el poder arrebatara el orgullo de transformación que logró tantas adhesiones y simpatías en el segundo país más pobre de América Latina. Perseguido y censurado por el régimen que encabeza Daniel Ortega, Ramírez ha decidido atacar a través de la estridencia, de las declaraciones a medios de comunicación y con la única arma de la palabra. “Los sueños de la revolución fueron muy caros” es la dolorosa resignación del escritor, que ve en el implacable paso del tiempo, como se esfuman las utopías construidas por décadas. El presidente de Nicaragua, a sus 66 años, demuestra con el andar de su Gobierno, que de aquel joven estudiante de derecho, que decidió dejar su profesión para dedicarse enteramente a los menesteres revolucionarios en el FSLN, ya no queda ni su sombra. Bajo el lema que luce vacío de “proseguir con la revolución”, Ortega arremete fríamente contra opositores, se echa a la bolsa a un Poder Judicial vulnerado en su autonomía, y hace de la Presidencia un reparto de posiciones políticas. El poeta nicaragüense, Ernesto Cardenal, lo sintetiza puramente: la “robo-lución” de Daniel Ortega. Cardenal, alguna vez cercano a los ideales revolucionarios, ha manifestado su oposición a un régimen que se ha apartado de los principios que alimentaron la idea de una “Nicaragua diferente”. El paso por las filas revolucionarias de Ortega, contiene, a diferencia de otras revoluciones latinoamericanas, un contacto continuo con el poder. Desde la Junta de Reconstrucción Nacional, encabezada por el sandinismo y que obligó a la vieja oligarquía nicaragüense a ceder el poder, hasta su primera asunción presidencial en 1985, la tarea de gobernante y líder revolucionario, siempre estuvieron inscritas en la personalidad de Ortega. Llegó en los ochenta democráticamente a la jefatura de Estado, y tras años de políticas orientadas al socialismo latinoamericano o “martiano”, en la acepción cubana; Ortega fue derrotado en las urnas por Violeta Chamorro en 1990. Su vuelta a la silla opositora significó una restructuración integral del programa político, privilegiando un acercamiento con sectores más amplios de la sociedad nicaragüense, dejando de lado los radicalismos más marcados de su programa inicial. Su acuerdo con el ex presidente Arnoldo Alemán es clave para entender el sesgo pragmático del ex líder revolucionario. La hegemonía de Ortega sobre la estructuras del sandinismo, provocó la victoria del ala pragmática al interior del movimiento político, orillando al marginalismo político a todos aquellos que no veían en el programa de Ortega una ruta de cambio estructural. La gestión problemática de Alemán y sus conflictos con la ley, lo obligaron a pactar con Ortega a mediados de la década pasada. El pacto fue prácticamente la cesión del poder: Alemán obtenía inmunidad política y Ortega volvía a dirigir los designios del Estado nicaragüense. Tras seis años al frente del Gobierno nacional, Ortega ha centralizado el poder y construido acuerdos con la izquierda latinoamericana. Su acercamiento con los gobiernos venezolano y cubano, son imposibles de esconder. Nicaragua se adhirió a la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), organismo vinculado a Hugo Chávez y que, a base de créditos petroleros, ha logrado jalar a muchas naciones latinoamericanas a la órbita de dominio chavista. Así también, su cercanía con el proyecto de Fidel y Raúl Castro en Cuba, es innegable. Los escándalos han sido un común denominador durante su gestión. En un primer momento, burló cualquier oposición constitucional para su relección, a través de cooptar al Poder Judicial y a sus magistrados. El tribunal constitucional nicaragüense se volvió un legitimador de las decisiones presidenciales, rompiendo cualquier olor al sistema de pesos y contrapesos, garante de la democracia. Las denuncias contra la gestión de Ortega no solamente han tenido contenido político, sino también personal y sexual. La acusación de su hijastra, Zoila América Narváez Murillo, de violaciones sexuales desde los 11 años, causó un temblor en las filas del Gobierno orteguista. Sin embargo, a través de tácticas legales, Daniel Ortega logró que el caso prescribiera, con lo cual dejó sin posibilidades de defensa a su hijastra, que ha proseguido con las denuncias desde vitrinas y medios de comunicación en el exterior. No hay argumento que impida clasificar como dictadura al régimen de Daniel Ortega. Ortega, que gobierna a base de tácticas autócratas y con un amplio dominio de bases sustentado en redes corporativas, ha demostrado la debilidad institucional que caracteriza a las repúblicas centroamericanas. La simple voluntad de dominio de Ortega, ha sido suficiente para desequilibrar institucionalmente a un país, que vivió gran parte de las últimas décadas del siglo XX en inestabilidades y manejos autoritarios del poder público. Poco a poco, Ortega se ha encargado de desaparecer el sistema de equilibrio entre poderes, de criminalizar a la oposición, de perseguir a los intelectuales, de clausurar la libertad de prensa y de expresión. Así, la relección de Ortega y su aislacionismo internacional, sólo cobijado por mandatarios como el iraní Mahmoud Ahmadinejad, sólo augura un negro panorama para el pueblo nicaragüense. Temas América Latina Nicaragua Daniel Ortega Lee También Chivas viaja con ‘Chicharito’ y Robinho al amistoso ante América en Estados Unidos Estas son las bajas de Chivas para el próximo Clásico Nacional Chivas y América calientan en redes el Clásico Nacional de la Fecha FIFA Kevin Álvarez busca aprovechar su oportunidad con la Selección Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones