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Cultura | Por Carlos Vicente Castro

Dispara su psicodelia el jam de escritura en la FIL

El monero Jis y el narrador Ignacio Padilla unen su talento al ritmo de música electrónica en la Feria

Por: EL INFORMADOR

El monero Jis alternó con el narrador Ignacio Padilla en la presentación.  /

El monero Jis alternó con el narrador Ignacio Padilla en la presentación. /

GUADALAJARA, JALISCO (09/DIC/2013).- A lo largo del cuerno de la abundancia que forma nuestro país y hasta la Patagonia argentina, el jam de escritura lo ha invadido todo con su cultura de la improvisación: carteles en blogs alternativos, aquí y allá dispersos en la red, hacen las veces de voceros mediante un diseño alucinógeno que pretende imantar al público ávido de presenciar esta práctica mortal (es decir, temporal).

Era lógico pensar que en la FIL de Guadalajara, punto de encuentro de las grandes editoriales en lengua española, la subversión hiciera también de las suyas, y en la hora más difícil del domingo (al mediodía). Su mecanismo fue éste: el DJ Diego Martínez facilitó la entrada en trance del narrador Ignacio Padilla y del monero Jis mediante varias secuencias seguidas de música electrónica con propiedades alcaloides.

Los celulares de los adolescentes captaban en sus pantallas fragmentos de una realidad sucesiva, en la que Ignacio Padilla —uno de los autores del crack mexicano— improvisaba el relato de un personaje que intentaba estornudar con los ojos abiertos, para al fin averiguar que este experimento le llevaría a perder los globos oculares, aunque recuperaría uno de ellos, equivocando la cuenca de la que salió.

Jis, por su parte, al mismo tiempo y bajo los efectos de una música que en sus bosquejos llamó “mar absoluto”, ensayaba una serie de imágenes psicodélicas que se sucedían unas a otras como un fotograma: el personaje ciego en sus líneas llegaría a transformarse en los más diversos escenarios, hasta quedar preso a manos de la Policía Ciega por haber perdido un ojo en los calabozos de un castillo junto a un atónito compañero de celda — en su laptop, el personaje de Padilla se decía a sí mismo, al salir libre: “Extraño a Joseph K. Me pregunto si logró entender por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos”—.Pero sería imposible e indeseable seguir una lógica estricta en una práctica de improvisación. En algún momento las ondas cerebrales de monero y escritor se daban algún descanso —huevos masculinos irrumpían de pronto el papel bosquejado con plumones de color para señalar un giro en la historia, o las historias—, condicionados a su vez por el vaivén de la música electrónica seleccionada por un Diego Martínez cada vez más prendido.

De pronto Padilla introducía disparatadas —y quizá reales— leyes aplicadas en distintas ciudades y tiempos: “En Londres estaba prohibido subirse a un taxi si se estaba contagiado de lepra”, en tanto un mono de Jis al alimón respingaba: “¡Me has contagiado el taxi de lepra!”.

Ignacio y Jis, Jis e Ignacio: ninguno de los dos llevaba la batuta, se dejaban llevar luego de echar un ojo rápido a lo que hacía el otro. Escribía y reescribía un Ignacio en su hoja electrónica al más crudo estilo de un patafísico Alfred Jarry: “Clasificado: cambio flauta mágica por paquete de pañales y niñeras”. O: “La prueba irrefutable de que Dios es mujer es que seis de cada siete personas fulminadas por un rayo son hombres”. O: “Debido a que viven diez años menos, los osos polares se pensionan antes de tiempo”. O: “La mejor prueba de vida extraterrestre fuera de la galaxia es que no se han tomado la molestia de venir aquí”.

Y, entre veloces destellos los personajes de Jis, apenas si bosquejados: “¡Llueven murciélagos!”, “Quiero un libro porno y de cultura transilvana”, “Oso polar zurdo obligado a ser pensionado”, “¡Manda un rayo y libérame de este JAM!”.

Y sí, sucedió, se llegó a un extenuante final: pero sólo para que las cámaras de televisión apresaran en sus pantallas, en medio de un caudal de flashes, al escritor mientras firmaba libros ajenos —catálogos de Artes de México y hasta uno de Séneca— y al monero reproduciendo su firma en serie al calce de los dibujos tomados de su escritorio por tímidos adolescentes y alguno que otro colmilludo hombre mayor vestido de traje gris a cuadros, contento de haber burlado la imaginaria vigilancia.

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