La concertino, Jaqueline Shave, dio la entrada para la primera pieza de la noche: Suite Capriol, compuesta en 1927 por Peter Warlock, quien fuera un investigador y especialista de la música antigua de Inglaterra. Con éstos seis cortos movimientos, el británico se propuso ilustrar las antiguas formas dancísticas: unas más solemnes, otras alegres y aceleradas. Y desde música barroca, hasta sonidos más contemporáneos. Ya entonces, la orquesta de cámara originaria de Inglaterra había dado muestra de su enorme capacidad interpretativa. Los que no se mostraron a la altura fueron muchos entre el público, que se empeñaban en aplaudir al finalizar cada movimiento. Una y otra vez, se escucharon también los reclamos de silencio de los educados en el protocolo. Los arcos de violines, violas, violonchelos y contrabajos, quedaron levantados hacia al cielo al finalizar la primera pieza, como una señal inequívoca de que ese era el momento para el reconocimiento del público. Empezó después una de las dos grandes obras de la noche: Variaciones sobre un tema de Frank Bridge, de la autoría de Benjamin Britten, sin duda una pieza especial en su significado, ya que además de que el conjunto tomó su nombre del compositor inglés, este 2013 se conmemoran 100 años de su nacimiento. A la Introducción un tanto oscura, en la que todas las cuerdas vibraron intensamente, le siguieron las diez variaciones: Adagio, March, Romance, Aria Italiana... Y los tapatíos seguían aplaudiendo luego de cada movimiento. Y entonces sucedió lo inesperado. En medio del drama de Funeral March, la concertino Jacqueline Shave se levantó de su silla y caminó lentamente hacia el exterior del escenario. ¿Se molestó por el incorrecto comportamiento de los espectadores? ¿Se sintió mal? ¿Se averió su instrumento? La orquesta continuó tocando hasta terminar la variación y en los posteriores segundos de silencio, una mujer músico de entre los siete primeros violines pasó a ocupar el lugar de la ausente. Dio las entradas de los dos movimientos restantes y fungió como líder hasta el intermedio. Los asistentes murmuraron, especulando las razones de la huida. Hasta que al fin se escuchó la voz que daría el anuncio: la concertino estaba sufriendo una fuerte jaqueca y no podría continuar con el concierto. A pesar del inconveniente, la orquesta terminó con virtuosismo el programa: Danzas Folklóricas Rumanas de Béla Bartók, y Serenata de Cuerdas de Tchaikovsky, ésta última, la pieza más conocida de entre el repertorio.Presente entre el público, el gerente de la Orquesta Filarmónica de Jalisco, Arturo Gómez Poulat, alabó el profesionalismo de los dos primeros violines que asumieron el papel del concertino en la segunda mitad, uno por cada una de las piezas; y se aventuró a afirmar que -por su manera de interpretar-- seguramente todos los músicos habrían podido hacerlo. Todavía después de Tchaikovsky, los 20 instrumentistas tocaron un corto pero energético encore, que aunque no se supo qué era ni de quién, quedó resonando en los oídos de los asistentes. EL INFORMADOR / EUGENIA COPPEL