Jueves, 18 de Abril 2024
Suplementos | Segundo domingo de Pascua

“La paz esté con ustedes”

Las palabras de Jesús resucitado a los discípulos son el fruto de la victoria del amor de Dios sobre el mal, es el fruto del perdón

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto». WIKIMEDIA/«La incredulidad de Tomás», de Caravaggio

«Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto». WIKIMEDIA/«La incredulidad de Tomás», de Caravaggio

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Hch 5, 12-16.

«En aquellos días, los apóstoles realizaban muchas señales milagrosas y prodigios en medio del pueblo. Todos los creyentes solían reunirse, por común acuerdo, en el pórtico de Salomón. Los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente los tenía en gran estima.

El número de hombres y mujeres que creían en el Señor iba creciendo de día en día, hasta el punto de que tenían que sacar en literas y camillas a los enfermos y ponerlos en las plazas, para que, cuando Pedro pasara, al menos su sombra cayera sobre alguno de ellos.

Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén y llevaba a los enfermos y a los atormentados por espíritus malignos, y todos quedaban curados».

SEGUNDA LECTURA

Ap 1, 9-11.12-13. 17-19.

«Yo, Juan, hermano y compañero de ustedes en la tribulación, en el Reino y en la perseverancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús.

Un domingo caí en éxtasis y oí a mis espaldas una voz potente, como de trompeta, que decía: “Escribe en un libro lo que veas y envíalo a las siete comunidades cristianas de Asia”. Me volví para ver quién me hablaba, y al volverme, vi siete lámparas de oro, y en medio de ellas, un hombre vestido de larga túnica, ceñida a la altura del pecho, con una franja de oro.

Al contemplarlo, caí a sus pies como muerto; pero él, poniendo sobre mí la mano derecha, me dijo: “No temas. Yo soy el primero y el último; yo soy el que vive. Estuve muerto y ahora, como ves, estoy vivo por los siglos de los siglos. Yo tengo las llaves de la muerte y del más allá. Escribe lo que has visto, tanto sobre las cosas que están sucediendo, como sobre las que sucederán después».

EVANGELIO

Jn 20, 19-31.

«Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre».

Puertas cerradas o puertas abiertas

En tiempos de crisis e incertidumbre hay que ir a las fuentes. Ante la desesperanza, la controversia, la deshonestidad y el deterioro de los contextos por la injusticia, la violencia, la desigualdad social, la corrupción y la enfermedad hay que ir a la fuente, es decir, a los orígenes de la primera comunidad cristiana.

Después de la crucifixión de Jesús, sus discípulos permanecieron juntos y encerrados por el temor de seguir la misma suerte de su Maestro. No sólo las puertas del escondite estaban cerradas “a cal y canto”, sino que sus corazones también se clausuraron por el miedo; no era fácil abrirse a la nueva experiencia y seguir con la obra que Jesús inició. Al cerrar puertas y corazones se construye una barrera entre la vida y la muerte.

Al hacerse presente ante el grupo de discípulos, Jesús pudo, con el “soplo” de vida presente en el Resucitado, disipar sus miedos y avivar sus corazones. Con la presencia de Jesús, con paz y alegría, la primera comunidad pudo mantener su fidelidad al Evangelio con una visión esperanzadora; es así como los discípulos deciden salir a encontrarse con la realidad para transformarla.

Resulta claro que, ante la experiencia de la Resurrección, la vida derrumba barreras y vence a la muerte. Este grupo de seguidores del Maestro volvió a la vida. Su soplo desvaneció el miedo de sus corazones, los llenó de esperanza y los lanzó al mundo con la misión de convertir los signos de muerte en signos de vida, y con ello transformar las realidades adversas.

Además de abrir las puertas y los corazones para transfigurar los tiempos de crisis en oportunidades de cambio, también hay que vencer la actitud tomasina, la actitud anti-resurrección. Al pedir tocar lo intangible, la Resurrección deja de ser un Misterio de Fe.

La invitación es a vivir comunitariamente la Fe, y no de manera personal, y experimentar la salvación que ofrece el Resucitado. Al dejar de lado los mundos personales, hay mayores posibilidades para resolver creativamente los problemas complejos presentes en la actualidad; es más fácil afrontarlos en comunidad, con puertas y corazones abiertos.

Luis Octavio Lozano, SJ - ITESO

“La paz esté con ustedes”

En este Domingo concluye la Octava de Pascua, ocasión para que renovemos entre nosotros la felicitación pascual con las palabras mismas de Jesús Resucitado: ¡La paz esté con ustedes! (Jn 20, 19.21. 26). Este, por cierto, no es un saludo rutinario ni una felicitación meramente convencional. No. Es, nada menos, que un don, es el don precioso que Cristo resucitado ofrece a sus discípulos. Un regalo muy diferente a la paz que el mundo puede dar (Cfr. Jn 14, 27). Esta paz es el fruto de la victoria del amor de Dios sobre el mal, es el fruto del perdón. Es la verdadera y profunda paz que viene de tener la experiencia de la misericordia de Dios.

Como bien lo sabemos, hoy es el domingo de la Divina Misericordia, instituido como tal por voluntad del ahora San Juan Pablo II. Providencialmente él cerró los ojos a este mundo precisamente en las vísperas de esta singular celebración, el 2 de abril del año 2005.

El Evangelio nos refiere que Jesús se apareció dos veces a los Apóstoles, encerrados en el Cenáculo. Y son estás apariciones las que nos aprovecharán para nuestra reflexión:

  1. La primera, la tarde misma de la Resurrección, sin la presencia del incrédulo Tomás.
  2. La segunda, ocho días después, cuando lo recriminó fuertemente por su falta de fe.

Recordemos, Jesús se dirigió precisamente a él, le invitó a mirar las heridas, a tocarlas y Tomás exclamó: -Señor mío y Dios mío! Entonces Jesús le dijo: -Tú crees porque me has visto. Dichosos los que crean sin haber visto (Jn 20, 28-29).

Ésta es, precisamente, la bienaventuranza de la fe. En todo tiempo y en todo lugar son dichosos, son bienaventurados aquellos que, a través de la Palabra de Dios, proclamada en la Iglesia y testimoniada por los cristianos, creen que Jesucristo es el amor de Dios.

Por aquellos que confiesan, abierta y gozosamente, que Jesucristo es la Misericordia encarnada. A los Apóstoles Jesús les dio, junto con su paz, el Espíritu Santo para que pudieran difundir en el mundo ese perdón que sólo Dios puede dar y que costara la Sangre del Hijo (Cfr. Jn 20, 21-23). La Iglesia ha sido enviada a hacer crecer este Reino del amor y a sembrar la paz en los corazones.

Por ello, la Iglesia, que por el Bautismo la conformamos todos, desde nuestro trabajo, familia, amigos; incluso mirándonos hacia adentro nosotros mismos cuando descubrimos que la paz interna que necesitamos es Jesús quien nos la da. Animosos, pues, queridos hermanos, a partir de ahora tengamos también nosotros el valor de salir del Cenáculo para ir a difundir esta paz y para testimoniar en nuestro mundo la fe en Cristo Resucitado. Bendecido día.

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