Viernes, 19 de Abril 2024

Ha empezado el tiempo ordinario

Característico de esta parte del año litúrgico es vivir la fe con las obras de la vida cotidiana

Por: El Informador

"Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo". ESPECIAL / "El bautismo de Cristo". El Greco / Wikipedia

LA PALABRA DE DIOS

Primera lectura

Isaías 49, 3.5-6.

“El Señor me dijo:
'Tú eres mi siervo, Israel;
en ti manifestaré mi gloria'.
Ahora habla el Señor,
el que me formó desde el seno materno,
para que fuera su servidor,
para hacer que Jacob volviera a él
y congregar a Israel en torno suyo
–tanto así me honró el Señor
y mi Dios fue mi fuerza–.
Ahora, pues, dice el Señor:
'Es poco que seas mi siervo
sólo para restablecer a las tribus de Jacob
y reunir a los sobrevivientes de Israel;
te voy a convertir en luz de las naciones,
para que mi salvación llegue
hasta los últimos rincones de la tierra'”.

Segunda lectura

1 Corintios 1,1-3.

“Yo, Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y Sóstenes, mi colaborador, saludamos a la comunidad cristiana que está en Corinto. A todos ustedes, a quienes Dios santificó en Cristo Jesús y que son su pueblo santo, así como a todos aquellos que en cualquier lugar invocan el nombre de Cristo Jesús, Señor nuestro y Señor de ellos, les deseo la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Cristo Jesús, el Señor”.

Evangelio

Jn 1, 29-35.

“En aquel tiempo, vio Juan el Bautista a Jesús, que venía hacia él, y exclamó: 'Éste es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo he dicho: "El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo". Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua, para que él sea dado a conocer a Israel'".

Entonces Juan dio este testimonio: 'Vi al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y posarse sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja y se posa el Espíritu Santo, ése es el que ha de bautizar con el Espíritu Santo". Pues bien, yo lo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios'".

Ha empezado el tiempo ordinario

Concluidas las fiestas de la Navidad y Epifanía con el bautismo del Señor, ya empezó el tiempo litúrgico ordinario. Son 34 semanas. Se interrumpe al llegar la Cuaresma, el Miércoles de Ceniza, que en este año es el día 26 de febrero; siguen la Pascua y Pentecostés o venida del Espíritu Santo, y continúa el tiempo ordinario.

Característico de este tiempo es vivir la fe con las obras de la vida diaria en lo cotidiano, lo sencillo; en el trabajo de todos los días, en el cumplimiento fiel del deber, porque “amar es cumplir la ley”.

En el evangelio de este domingo, de San Juan, Cristo se deja ver en la ribera del río Jordán. Son los inicios de su vida pública. Todavía no hay milagros; aún no empieza a predicar la buena nueva del Reino; no ‘ha llamado todavía a los 12, sus discípulos y acompañantes, después apóstoles -enviados-, a continuar su obra salvadora.

Juan el Bautista tiene la misión de presentar a Cristo ante la multitud allí reunida, y lo presenta así: “Este es el Cordero de Dios”.

Le llama cordero. El pueblo de Israel, mayormente de pastores, solía ofrecer a Dios en sacrificio el más bello cordero del rebaño.

Moisés mandó al pueblo desterrado y esclavizado en Egipto, que en la noche de despedida celebrara una cena. Comieron asado un cordero macho de un año, sin mancha, sin romperle un solo hueso. Éste sería ya un símbolo del cordero sin mancha, Cristo, que sin resistencia, sin abrir los labios en una sola queja, se dejaría conducir al sacrificio para expiar los pecados de todos los hombres.

El cordero es la víctima habitual de los sacrificios expiatorios de los judíos. Cristo vino a padecer; a cargar sobre su espalda las culpas de todos, para redimir -pagar- por todos.

Todo cristiano debe anunciar, mostrar al mundo a Cristo, el Cordero que con su sangre redentora quita el pecado del mundo.

José Rosario Ramírez M.

El salvador definitivo

Este es un domingo de transición que, de alguna manera, nos recuerda un poco el Evangelio del domingo pasado, quizás para señalar con más fuerza la importancia de lo que significan los comienzos de la vida pública de Jesús.

Al aparecer Jesús por primera vez en el cuarto Evangelio aparece con un “venir hacia” Juan, de esa manera se cumple la profecía escrita por el profeta Isaías, “El Señor viene” (Is 40,10). Pero debemos dejar claro que ese “venir hacia Juan” de Jesús, no fue para hacerse bautizar, sino para dar a entender que en Jesús se cumple la promesa de Dios hecha al pueblo de Israel, desde el Antiguo Testamento.

El Bautista es la primera persona a la que el cuarto Evangelio presenta como testigo de lo que experimentó con Jesús en el bautismo de este y que expresa en afirmaciones muy concretas: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”; “He visto al Espíritu bajar, como una paloma que viene del cielo, y permanecer sobre él (Jesús)”; “Y yo lo he visto y atestiguo que él es el Elegido (o el Hijo) de Dios”. Pues bien, todos estos títulos del Jesús como Mesías de los que da testimonio Juan son títulos salvadores. En definitiva, Jesús es el verdadero Mesías y, como tal, es nuestro salvador porque nuestro Dios Padre, que se manifiesta humanamente en él, es salvador definitivo del mundo.

El contraste entre Juan y Jesús es tan evidente como si se describiera el amanecer y el mediodía, entre las sombras y la luz; entre el agua y el Espíritu. En el texto queda patente que Juan actuaba por medio del bautismo de agua para la conversión; de Jesús se quiere afirmar que trae el bautismo nuevo, radical, en el Espíritu, para la misma conversión y para la vida. Uno es algo ritual y externo; otro es interior y profundo: sin el Espíritu todo puede seguir igual, incluso la religión más acendrada. Esto es lo que el Evangelio de Juan quiere subrayar. Y el hecho de que lo presente, al principio, como un “cordero” indica que su fuerza estará en la debilidad e incluso en la mansedumbre de un cordero (signo bíblico de la dulzura) dispuesto a ser “degollado”. En definitiva, el pecado absoluto del mundo será vencido por el poder del Espíritu que trae Jesús. El bautismo de agua puede y tiene sentido, pero para significar el bautismo, el sumergirse, en el Espíritu de Dios que trae Jesús.

La salvación de Dios en Jesús ya no es después de su muerte directa, sino que ha de ser llevada a cabo por sus seguidores, por nosotros los cristianos. Las grandes acciones salvíficas de Dios en favor de su pueblo Israel, que la liturgia no cesa de narrar, celebrar y alabar, fueron llevadas a cabo por seres humanos como tú y como yo, no directamente por Dios.

Ahora bien, la función de nosotros los cristianos no es solamente la de ayudar a suprimir los sufrimientos individuales, sino la de poner fin al dominio de ese pecado básico de nuestra cultura: el dominio absoluto de lo material y carnal sobre todo lo demás. Este pecado es el origen de gran parte de los sufrimientos en nuestro mundo, hagamos lo posible por continuar esa acción de Cristo en el mundo más que como predicadores de su palabra, como vivos reflejos de ella en nuestra vida.

Repensar los ministerios eclesiales

Los debates sobre el sínodo de la Amazonia han puesto la lupa en una discusión sobre el celibato sacerdotal obligatorio, como si esto fuera la parte más importante del ministerio presbiteral. Me parece que esta discusión ha sacado de foco dos asuntos que resultan prioritarios para el pontificado de Francisco: en primer lugar, la atención a los más desfavorecidos, y en segundo, la responsabilidad del “cuidado de la casa común”. Estos dos asuntos están articulados y la invitación fundamental del sínodo es a pensarlos juntos. Sin embargo, la atención a los más desfavorecidos es el punto que incide más sobre el tema de los ministerios eclesiales.

¿Por qué hacerse preguntas sobre los ministerios? Porque al igual que pasa con las desigualdades sociales y educativas, al igual que pasa con los posibles impactos del cambio climático y con tantas cosas, son los pobres quienes terminan pagando el precio de la disminución de presbíteros y misioneros, quienes más ven su vida de fe devastada, quienes más se encuentran a merced de las modas espirituales, de las supersticiones y de los “falsos profetas”.

A pesar de que al momento de repensar los ministerios tenemos la impresión de estar jugando con lo sagrado, la Iglesia ha tenido formas ministeriales muy distintas a lo largo del tiempo. Es decir, no todo se tiene que pensar de manera “definitiva”. Durante toda su historia, la Iglesia siempre ha sido dueña de los ministerios, puesto que éstos tocan más directamente su propio misterio. Tenemos figuras de ministerios desaparecidas como la del “corepíscopos”, especie de obispos itinerantes de campo que existieron en la época patrística, los sacerdotes que en la época medieval fueron ordenados “ad missam”, es decir, sólo para celebrar misas, el diaconado de mujeres de los primeros años del cristianismo, etcétera. Recientemente tuvimos la desaparición de las “órdenes menores”, por un decreto de Paulo VI. En realidad, pienso igual que los cristianos conservadores: desaparecer completamente el celibato presbiteral sería un craso error. Pero creo que también lo sería renunciar a repensar los ministerios por miedo a hacer cambios (necesarios) en la Iglesia.

Rubén Corona, SJ - ITESO


 

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