Jueves, 25 de Abril 2024

Padre, Hijo y Espíritu Santo

Con la fiesta de la Santísima Trinidad, la Iglesia termina un ciclo de grandes fiestas litúrgicas con un “Gloria” solemne al Dios Uno y Trino

Por: Dinámica Pastoral UNIVA

PIXABAY

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La Iglesia celebra este domingo la fiesta de la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Un solo Dios verdadero como vemos que el Señor se manifiesta a Moisés, y guía y protege a su pueblo en la larga travesía para llevarlo a la Tierra Prometida. Cada día repetidas veces recordamos este sublime misterio y en cuya profundidad quizá no caemos en la cuenta.

En la segunda lectura, san Pablo, dirigiéndose a los fieles de Roma, nos invita a recapacitar sobre la filiación que hemos recibido por medio del Amor de Jesucristo que nos permite ser hijos de Dios y de llamarlo con todo derecho padre, Abba. Ya no somos extraños, somos familia de Dios, y por lo tanto herederos directos de sus tesoros y regalos, de toda su herencia porque Jesucristo nos ha hermanado al hacerse ser humano como nosotros, en todo igual a nosotros menos en el pecado; nació de mujer, estuvo sujeto a sus mayores. Tuvo hambre y sed, como nosotros. Durmió y tuvo miedo, como nosotros. Fue atacado por el demonio y lo venció para ejemplo nuestro. Padeció una dolorosa tortura y murió ignominiosamente por nosotros movido y fortalecido por el Espíritu de Amor, que es el mismo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En el Evangelio se nos señala que Jesucristo, el Hijo, quiere que todos los seres humanos sean llamados a ser hijos de Dios, que ya no seamos esclavos del pecado, que conozcamos el infinito amor que Dios tiene por nosotros para que recibamos y participemos todos de la misma herencia. Numerosas podrían ser las consideraciones que surgen de lo que la Sagrada Escritura nos señala en este domingo. Podemos fijar nuestra atención en la fe y confianza que debemos tener a Dios como nuestro Padre. Acudir a Él en la oración. En medio de este terrible panorama en que vivimos agobiados por la enfermedad, el encierro, la violencia y la inseguridad (muchas veces debidas a la connivencia de las autoridades con estas situaciones), la ineptitud y la miseria, volvamos pues a nuestro Dios Padre, como hijos amados para que nos ayude y aliente.

-Javier Martínez Rivera, SJ - ITESO

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA: Dt. 4, 32-34. 39-40. “El Señor es el Dios del cielo y de la tierra, y no hay otro”.

SEGUNDA LECTURA: Rom. 8, 14-17. “Ustedes han recibido un espíritu de hijos en virtud del cual podemos llamar Padre a Dios”.

EVANGELIO: Mt. 28, 16-20. “Bauticen a las naciones en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Misterio de amor

Con la fiesta de la Santísima Trinidad, la Iglesia termina un ciclo de grandes fiestas litúrgicas con un “Gloria” solemne al Dios Uno y Trino. Con cierta frecuencia, cuando hablamos de la Trinidad, nos hemos mal acostumbrado a que lo que más se subraye sea el hecho de que es un misterio, es decir, algo incomprensible. Eso hace que nos desentendamos: ¡si no se puede entender, mejor no pensar en ello! El Papa Benedicto XVI nos explicó que, cuando la Iglesia dice “misterio”, no quiere decir “algo oscuro y difícil”, sino “realidad luminosa y bella, aunque inabarcable”. Nuestra propia vida, nuestras relaciones, son misteriosas, en el mismo sentido en el que Dios es misterioso.

Nosotros siempre tenemos la tentación de imaginar a Dios, y lo hacemos a partir de nuestras necesidades, de nuestras situaciones, para recurrir a alguien, que es poderoso y recibir su ayuda; pero Dios, el verdadero Dios revelado por Jesucristo, sobrepasa toda consideración de nuestra imaginación. Porque no es simplemente este enunciado de ser tres personas y un solo Dios, sino que los tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo, quisieron crearnos para ser como ellos. Por eso recibimos la vida, para ser como ellos. Por eso es importante recordar que la vida divina es el amor, el amor gratuito, el amor que no necesita correspondencia para seguir amando, y por eso, vemos y experimentamos que Dios siempre nos ha amado.

Cuando Jesús resucitado, antes de partir al Padre, les dice a sus discípulos: “Vayan, pues, y hagan discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28,19), indica la misión de prolongar su presencia en el mundo, y de ayudar a entender, comprender, y vivir el misterio de la vida divina entre nosotros.

¿Cómo se realiza eso, tanto en la familia como en la Iglesia? Se realiza como dice el apóstol san Pablo en la Segunda Lectura (Rom. 8, 14-17): “Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rom. 8,14). Hay que aprender a dejarnos conducir por el Espíritu de Dios. Y todavía dice más San Pablo: “No han recibido ustedes un espíritu de esclavos que los haga temer de nuevo, sino un espíritu de hijos, en virtud del cual podemos llamar ‘Abba’ a Dios” (Rom. 8,15).

Por eso, hoy en este día de la Santísima Trinidad, debemos tomar conciencia de nuestra vocación. Estamos llamados a ser como Dios: expresión del amor gratuito; estamos llamados a dar testimonio, que Dios vive a través de nosotros cuando amamos de esta manera.

 

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