Jueves, 18 de Abril 2024

Control e inmunidad

¿Por qué el Gobierno mexicano quiere intervenir en las redes sociales?

Por: Enrique Toussaint

Una regulación excesiva deforma el espíritu originario de las redes sociales: la posibilidad de que todos podamos formar parte de la conversación pública. EL INFORMADOR/G. Gallo

Una regulación excesiva deforma el espíritu originario de las redes sociales: la posibilidad de que todos podamos formar parte de la conversación pública. EL INFORMADOR/G. Gallo

Los autócratas del presente ya no subvierten el orden de las cosas para consolidar su poder. No es como antes. En el pasado, el dictador cerraba los parlamentos, desaparecía el Poder Judicial y aniquilaba cualquier esbozo de prensa libre. No había ninguna duda cuando teníamos frente a nosotros a un dictador en potencia.

Ahora, el autoritarismo llega con más suavidad. Incluso hablando de derechos humanos, democracia y libertad. Quieren exterminar todo lo anterior, pero endulzan sus intenciones con conceptos queridos por la sociedad. No es extraño que la dictadura cubana siga llamándose a sí democracia popular o que las ultraderechas en Europa pregonen que quieren defender la libertad.

Para ello, para que la seducción autoritaria germine, un elemento central es la construcción de una gran puesta en escena de posverdad. La posverdad es una construcción alternativa de los hechos. O supuestamente alternativa, pero obedece sólo a criterios políticos o ideológicos. Para que la posverdad sea una narrativa que penetre en la sociedad, es fundamental que no existan espacios de libertad que cuestionen con legitimidad y credibilidad las mentiras del oficialismo.

¿Cómo se logra que permeen los “hechos alternativos”? ¿Cómo se logra que la mentira campe a sus anchas? Desprestigiando, persiguiendo, criminalizando a quien opina distinto. En los medios, en las redes o en donde sea. La persecución política se hace a partir del señalamiento y la destrucción del prestigio de los opositores al obradorismo. La mañanera es el pistoletazo de salida. Tras alguna declaración del presidente en donde identifica a los enemigos públicos, el coro de apoyo al Gobierno se encarga de operar en Facebook, Twitter y YouTube para instaurar la “verdad oficial”. Ha sucedido con todos. Incluso con Carmen Aristegui y Elena Poniatowska, otrora personajes intocables para Morena.

Toda esta articulación busca construir “realidades paralelas”. Instaurar la posverdad  como un cimiento del régimen. Cito a Anne Applebaum (2020) en el crepúsculo de la democracia: “No es sorpresa que ahora todo esté sujeto a crítica por parte del régimen. Desde los viejos periódicos hasta los jueces. Y es que la (seducción del autoritarismo) busca que se perciba que no hay neutralidad. Qué todo es política. Todo es partidismo”. 

En un mundo lleno de complejidades, el demagogo “simplifica”; eso le permite destruir todo lo que desee y, al mismo tiempo, tejer un relato que desconfíe de la prensa, la ciencia o las universidades. La posverdad se alimenta de la desconfianza que muchos ciudadanos sienten frente a instituciones que perciben como elitistas o lejanas. El autócrata gana cuando borra del mapa, ya no la explicación política del contrario, sino la legitimidad misma del contrario. El objetivo es destruir la presencia política del otro y mandar su voz a la clandestinidad.

En este sentido, las redes sociales son espacios de difícil control. Es complejo controlar todo lo que ahí se comparte. Es difícil determinar qué es falso y qué es verdadero. Existen múltiples mecanismos para burlar las regulaciones locales. Y, en consonancia, una regulación excesiva deforma su espíritu originario: la posibilidad de que todos tengamos voz y podamos formar parte de la conversación pública. Regular las redes sociales, más allá de delitos y discursos de odio, es espinoso y pone en riesgo la libertad de expresión.

A Morena le entró la urgencia de regular las redes sociales. Detrás de dicha urgencia no hay ningún bien colectivo a tutelar. Detrás de dicha urgencia no hay una disfuncionalidad que una ley busque corregir. Nada de eso. Lo que hay es miedo. La actuación de Facebook y Twitter en las elecciones de Estados Unidos dejó muy inquieto a López Obrador. El Presidente dijo que habían censurado a Donald Trump. Dijo que las plataformas no debían tener el poder de censurar cuando les dé la gana. Y, por ello, la propuesta de Monreal lo que busca es someter a las plataformas y garantizar que López Obrador no se vea envuelto en una situación como la de Trump. Es importante recalcarlo: Trump incitó a la violencia, mintió y provocó la crisis constitucional más seria en la historia de Estados Unidos. Las redes sociales operaron adecuadamente protegiendo dos bienes públicos: la paz y la verdad.

La propuesta de Monreal empodera desproporcionadamente al Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT) -Paradójico, hace unas semanas el Gobierno tachaba de inútil al IFT y amenaza con su desaparición-. Uno, tendría la facultad de aprobar las reglas internas de las plataformas y sólo, tras dicha aprobación, se emite una autorización para que operen en suelo mexicano. Dos, el IFT define en última instancia si las redes sociales actúan de forma correcta a la hora de censurar cierto tipo de mensajes. Es decir, ejerce un control previo, pero también uno posterior. Con estas regulaciones, ¿qué pasaría si AMLO hace un uso faccioso de sus redes sociales en 2024? ¿Qué pasa si acusa de fraude sin razón? Las plataformas de redes sociales no podrían suspenderle sus cuentas. La legislación sólo busca proteger al Presidente, sin importar lo que haga. No busca tutelar ningún bien.

La propaganda oficial dirá que se busca regular para evitar el poder sin control de las plataformas digitales. “Debido a su impacto en la vida de los ciudadanos…tenemos que regular” dijo Monreal hace no mucho. El problema es que la razón de fondo no es ésa. Antes de noviembre (la elección en Estados Unidos), a Morena no le preocupaba ni tantito el poder de las plataformas de redes sociales -que sí es un problema-, pero que se debe enfrentar con acuerdos globales. Eran las benditas redes sociales. Sin embargo, la presión mundial -porque no fue una alegre concesión ni de Twitter ni de Facebook- para contrarrestar las noticias falsas provocó que las redes tuvieran que intervenir más de lo que hubieran querido. En el fondo hay un concepto central para el obradorismo: el control.

El autoritarismo depende del control. De poder controlar y manipular las variables que le permiten mantenerse en la silla. El ataque a los órganos autónomos o la desaparición de los fideicomisos atiende a la misma premisa. Ahora, las redes sociales ya no son tan afines a López Obrador. Sigue teniendo una operación sin parangón en nuestra historia, a través de estrategias que bien ha descrito la académica Rossana Reguillo, pero ya no tiene unanimidad. Han surgido en las redes sociales cuentas poderosas que critican y atacan al Presidente. A esos no se les controla ni con pauta publicitaria, ni con descalificaciones en la mañanera y tampoco les puedes acusar de ser serviles soldados del PRIAN. La única forma es seguir lo que otros países han hecho (como Rusia o algunos países asiáticos): endurecer los controles sobre las redes sociales. Dándole al Gobierno instrumentos jurídicos para mandar en la red y no para combatir delitos o perseguir la mentira, sino para garantizar la inmunidad presidencial. Salvar a López Obrador. Quieren medidas preventivas y una ley que tiene nombre y apellido. No dejemos que metan mano a las redes sociales. Es el inicio de una pendiente resbaladiza que atenta contra la libertad de expresión y el derecho a disentir.

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