Lunes, 20 de Octubre 2025

Dos batallas contra el cáncer de mama

Aída Cuevas fue diagnosticada en su juventud, años después la enfermedad volvió, pero su fortaleza y el apoyo de sus cercanos le permitieron vencer en ambas ocasiones

Por: Rubí Bobadilla

Aída Cuevas, sobreviviente a cáncer de mama, posa junto a su hija, Alexa Cervantes. EL INFORMADOR/J. Acosta

Aída Cuevas, sobreviviente a cáncer de mama, posa junto a su hija, Alexa Cervantes. EL INFORMADOR/J. Acosta

Aída Cuevas de Cervantes tiene 76 años y ha conocido de cerca la fragilidad de la vida al vencer, en dos ocasiones, al cáncer de mama. Su historia no es la de una celebridad, sino la de una mujer común que encontró en la fuerza, la fe y el amor a su familia la manera de resistir y sobrevivir a lo que entonces, parecía imposible.

Su primer diagnóstico llegó en 1978, en sus veintes, cuando ella todavía vivía en Sinaloa. Detectó una pequeña bolita en su pecho derecho y, como lo haría cualquier hija cercana a su madre, se lo comentó de inmediato. Aída recuerda que la respuesta inicial fue una mezcla de incredulidad y protección, puesto que ella creía que solo era una excusa para viajar a Guadalajara a ver al doctor que acababa de conocer tras el regreso de su viaje a Europa.

Al convencerla de que aquello no era normal, accedió a acompañarla para su revisión. Cuando Alejandro, confirmó el bulto, se procedió entonces a buscar al oncólogo que descartaría el cáncer, que en aquellos años comenzaba apenas a alertar a las mujeres.

Fue el médico Horacio Alatorre Arias quien le realizó la punción de aquella “bolita”, y quien le indicó que de inmediato debía operarse. Aunque el procedimiento se ofrecía bajo anestesia local, ella pidió anestesia general para no sentir absolutamente nada. Lo que se suponía sería momentáneo, se extendió a más de ocho horas, pues al intervenirla, el doctor confirmó que era cáncer.

El médico confirmó a su madre que aquello era cáncer, y debía extirpar el seno de inmediato. Aída aun sedada, fue intervenida con el aval de su madre, sorprendiéndola con la noticia de que su seno había sido retirado, pero enfrentó la noticia con valentía y decisión.

Diez días permaneció hospitalizada, y de inmediato comenzó a recibir quimioterapia. Aunque el proceso entonces fue complicado, la presencia y acompañamiento de su madre le dieron fuerza para no rendirse. "Siempre me mantuvo ver a mi mamá y dar gracias a Dios porque estaba viva. Mi mamá siempre estuvo de mi mano, porque yo fui su compañera muchos años. Eso me ayudó a no rendirme", contó la mujer.

Pasaron los años y Aída se convirtió en madre con paciencia y acompañamiento médico, pues tuvo que “desintoxicarse” de las quimioterapias para que su cuerpo volviera a estar sano y en condiciones de dar una nueva vida.

Cuando todo parecía ir bien, en 2001 el cáncer regresó, esta vez en el otro seno, el izquierdo. El diagnóstico fue devastador para ella, puesto que ahora tenía una familia: su esposo, aquel médico que conoció tras su regreso de Europa y quien se mantuvo con ella desde su primera intervención, y su pequeña hija, Alexa. Sin embargo, su fortaleza y entereza la mantuvieron de pie frente al nuevo diagnóstico. 

"Le dije a mi marido: 'Pues ahora sí me llegó.' Él me dijo: ' no, no, tú eres muy fuerte.' Y así fue. Me operaron de nuevo y salí con cáncer, pero salí con vida", contó Aída.

El proceso incluyó cirugía para retirarle el pecho, radioterapia y un largo camino de recuperación física, pues tras la nueva intervención Aída enfrentó tromboembolia, septicemia y dolor físico intenso, que la mantuvieron hospitalizada por varios días sin que nadie pudiera visitarla para no ponerla más en riesgo, ni siquiera Alexa, su pequeña hija, quien tenía menos de 12 años, y quien únicamente le mandaba cartas para contarle su día y decirle que la extrañaba.

La diferencia entre ambos episodios de cáncer para Aída fue abismal. Aída destaca cómo la medicina avanzó con el tiempo, haciendo que los diagnósticos fueran más certeros y los tratamientos fueran más seguros, reduciendo el impacto de la recuperación y ampliando el seguimiento de la enfermedad gracias a la tecnología, aunque para ella, la resiliencia y el espíritu de lucha, así como su optimismo, han sido su mejor herramienta para no dejarse caer.

"En el primer cáncer fui de las primeras mujeres en México que tuvo cáncer de mama. La atención era distinta, los aparatos no eran los mismos. En la segunda ocasión, los avances hicieron todo más seguro, pero yo ya estaba acostumbrada a no dejarme vencer", recalcó la mujer.

Para Aída, la maternidad y el matrimonio fueron la motivación constante. Cada tratamiento, cada cirugía y cada quimioterapia tenían un objetivo claro: seguir estando con su familia, ver crecer a su hija y compartir la vida con su esposo. "Lo que siempre tuve presente fue vivir para estar con mi hija siempre y que sea feliz. Estar con mi marido y mi hija siempre. Ese ha sido mi mayor reto y mi mayor motivación", manifestó la mujer.

A lo largo de los años, Aída también ha aprendido que la prevención es crucial. La autoexploración, la atención médica temprana y la vigilancia constante son imprescindibles, junto con la fe y la valentía para enfrentar la enfermedad sin rendirse.

"Para prevenir no hay como revisarse, observarse y estar pendiente de la familia. Para sobrellevarlo, con mucha fe en Dios, valentía y deseos de vivir. No dejar que las quimios o lo que digan te afecten”, añadió.

Hoy, Aída observa sus cicatrices como recordatorios de lo que ha superado y de la vida que ha podido construir. La enfermedad la hizo más consciente de lo importante: la familia, la fortaleza interna y la capacidad de amar y ser amada. "Ser la mujer que soy, como ser humano, como mamá, como esposa, como hija. Aunque sea muy llorona, soy fuerte. La fortaleza de haber resistido el cáncer nunca se me hizo violencia; para mí no existe la depresión como muchos la sienten".

Aída nunca permitió que la enfermedad la definiera. Su actitud ante el cáncer fue de desafío, determinación y, sobre todo, de amor por la vida; es lo que la han mantenido siempre de pie, siempre sonriente, bromista y todos los días perfectamente arreglada y elegante. 

"Para sobrellevarlo hay que tener mucha fe en Dios, mucha valentía y muchos deseos de vivir. Que no te afecten las quimios, que no te afecten el que dirán, que no te afecte nada de la vida. Al contrario, recibirlo con amor para que Dios nuestro Señor te premie más como a mí me premió. Si no me hubiera premiado mi Dios nuestro Señor, ni tuviera hija ni tendría a mi marido. Es una bendición estar aquí y contarlo también", manifestó la mujer.

Su historia deja un mensaje claro: enfrentar el cáncer no es solo una lucha física, sino un acto de resistencia emocional y espiritual. La vida de Aída Cuevas de Cervantes es prueba de que la fe, la valentía y el amor a la familia son las herramientas más poderosas para sobrevivir y encontrar plenitud, incluso después de la enfermedad.

Desde los ojos de su hija

Para Alexa Cervantes Cuevas, hija única de Aída, los recuerdos de la segunda batalla de su madre contra el cáncer de mama están cubiertos por una mezcla de inocencia y protección. Tenía alrededor de 11 o 12 años cuando su mamá volvió a enfrentar este cáncer, y aunque la familia atravesaba uno de los momentos más difíciles, ella no lo percibió así.

“Mis papás se encargaron mucho de no preocuparme. Yo no recuerdo esa temporada con miedo, porque siempre vi a mi mamá muy fuerte, salvo cuando la operaron y tuvo las complicaciones. Fueron varios días que no la vi, y yo no sabía lo que pasaba, mi papá me dijo que se iba a quedar algunos días en el hospital, pero yo no sabía qué tan grave estaba, todos me cuidaron mucho para que no lo resintiera”, cuenta Alexa.

En aquellos días llegaron tías y tíos de Sinaloa, estuvieron con ella todo el tiempo y se encargaban de hacerle llegar las cartas que le escribía contándole lo que había pasado en su día, mientras Aída luchaba contra la septicemia y la recuperación de la cirugía.

Una vez que regresó se puso contenta, pues nunca la vio triste. “Nunca perdió el buen humor ni la alegría. Aunque yo la viera frágil, ella siempre mantenía la actitud de que todo estaba bien”, contó la mujer.

Hubo, sin embargo, momentos que no se borran, como la primera vez que vio caer el cabello de su madre tras una quimioterapia. “Fue impactante, pero creo que fue lo más impactante que pude tener dentro de ese proceso, verla tan frágil, ¿no? que su cabello ya no está estaba”, recordó.

Alexa encontró refugio en la fe. Todos los días oraba en la capilla de su escuela para que su madre pronto estuviera bien. Así fue, Aída nunca dejó de sonreír, de asistir a fiestas o reuniones. “Aunque usara peluca, aunque estuviera cansada, iba a todos lados conmigo. Fiesta que había, fiesta que ahí estaba”, recordó Alexa.

Hoy, al mirar atrás, reconoce que la fortaleza de su madre definió la suya. “Yo admiro de ella que nunca dudó. Siempre decía: ‘Háganme lo que me tengan que hacer.’ Nunca se rindió ni se lamentó. Verla superar eso me enseñó que sí se puede, que si ella ha podido con todo lo que ha vivido ¿por qué yo no voy a poder?”, cuenta la mujer.

Para Alexa, lo más importante que aprendió tras el proceso del segundo cáncer de su madre fue la relevancia que tienen las redes de apoyo que acompañan no solo a quien lo padece, sino al resto de la familia que espera en casa por la recuperación, como lo fueron sus tías, su abuela y su familia en general. “El ver cómo se volcó toda la familia hacia nosotros fue muy bonito, si no hubieran estado todos ellos sin duda que todo hubiera sido muy diferente”, finalizó.
 

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