Viernes, 29 de Marzo 2024

Crónica: Mónica, el maniquí de la botica

Desde hace doce años permanece atrás del mostrador de la botica Nuevo Amanecer

Por: Paloma López 

Desde hace 50 años, Mónica se ha vuelto una compañera invaluable para Amadeo Olivares. EL INFORMADOR / F. Atilano

Desde hace 50 años, Mónica se ha vuelto una compañera invaluable para Amadeo Olivares. EL INFORMADOR / F. Atilano

Le faltan dos o tres dedos. Sus ojos, azules, están fijos, miran eternamente hacia el asfalto de la calle Juan de Dios Robledo que históricamente ha sido nombrada como la 56. Mónica, desde hace 12 años, cuida y “atiende” la botica Nuevo Amanecer.

Tiene la piel de porcelana, ya un poco despintada por el tiempo. Su cabello ha sido rosa, verde, rubio y castaño. A veces usa guantes, cuando lo amerita la ocasión.

“Yo la baño, la cambio, la visto, le compro pelucas y trato de que esté bien. Es hermosa y tengo que adecuarla para su belleza”.

“Trabaja” en una botica donde se manejan cremas y sustancias para la caspa, el ojo de pescado, el vitiligo, por lo que su piel blanca resalta de entre los botellones cafés.  

Mónica fue heredada a Amadeo Olivares, el dueño de la botica, después de que su padre, su ejemplo en ese oficio, murió.

Recuerda que cuando él apenas tenía 10 años, Mónica sólo era un maniquí en una esquina. La historia cambió, pues ahora “tiene el lugar que ella se merece”, dice.  

“Yo la baño, la cambio, la visto, le compro pelucas y trato de que esté bien. Es hermosa y tengo que adecuarla para su belleza”.

Tras un cancel blanco, Mónica aguarda a los clientes.

- “Disculpe señorita, ¿me puede mostrar….”. Después viene el silencio, la mirada fija, el entrecejo confundido y el caer en cuenta que no se obtendrá respuesta detrás del aparador.

“La gente se confunde. Luego salgo yo y les digo ‘disculpen, Mónica todavía no ha aprendido a hablar’”, cuenta Amadeo mientras su rostro dibuja una amplia sonrisa.  

Ambos han sido compañeros de oficio desde hace 50 años. Trabajan “cuidando el cuerpo”. Así lo describe el boticario. De lo que se come, se siente, cómo se duerme, y atiende a sí mismo.

Afuera del establecimiento, resplandeciente por la pintura amarilla, la gente pasa y observa por la rejilla de los ojos para maravillarse ante aquella presencia inmóvil. Algunos se sorprenden; otros ya la conocen.

“Hay gente que hasta viene a pedirle deseos. A mí no me gusta, pero yo respeto las creencias de todos”.  

Mónica, desde hace 12 años, atestigua la vida de la avenida, las conversaciones de los clientes y vuelve más amena la rutina de Amadeo, un boticario que se desvive en atenciones hacia ella.

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