Viernes, 29 de Marzo 2024
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Y la pacientita se impacientó

Por: Paty Blue

Y la pacientita se impacientó

Y la pacientita se impacientó

Cuando me vio llegar profiriendo denuestos y lamentando mi desgracia con irritación extrema, antes que interpelarme, mi señor marido prefirió franquearme el paso hasta que llegué al sillón donde me desparramé para seguir rumiando mi desencanto y expresar mi férrea convicción de irme a vivir a otra galaxia.

Por mi cara de pocas y escogidas pulgas intuyó que algún temerario guardián del orden vial había osado infraccionarme, o que me había visto obligada a irme a estacionar cuatro cuadras adelante de mi aparcadero habitual porque éste, no obstante los señalamientos de que es cochera, que hay un perro que muerde y dos gatas que arañan antes de que llegue la grúa a recoger el vehículo invasor, es el preferido de la doña que ocurre enfrente a arreglarse las uñas, de la que recoge al chamaco que a la vuelta sale de la escuela, de la que se detiene para comprar tortillas en la tienda de la esquina, la que va con la peluquera al lado, o a recoger ropa planchada contra esquina, o a mover sus carnes en la academia de zumba que se ubica diez pasos más adelante.

Cuando pude recomponerme del agigolón de caminar bajo el despiadado sol del mediodía, cargando mi profuso volumen corporal, la pesada bolsa de mano conteniendo mis bártulos didácticos, más el paraguas y la chamarra que al cabo de dos horas de puesta comienza a estorbar, en las pocas palabras que pude articular cuando se me destrabaron las mandíbulas del puritito berrinche, le conté la fallida odisea que me acababa de aventar en las instalaciones del SSS (sacrosanto seguro social), al que acudí por un fármaco que no se me había surtido el día anterior que acudí a la consulta periódica.

Error, craso error, sentenció mi cónyuge al enterarse del motivo que me dejó con semejante muina. Lo peor que puedes hacer es perderle la paciencia al seguro, porque la que sale perdiendo en realidad es otra, sugirió con esa, su engolada y maravillosa voz de locutor de los de antes.
Debo reconocer que siempre me he sentido razonablemente bien atendida en el multitudinario instituto, pero agradecería de todo corazón si alguien me puede instruir sobre ¿cómo puede uno aprender el arte de ejercitar la paciencia cuando ese verdugo tecnológico al que llaman “sistema”, de repente borra un medicamento de la farmacopea personal, y el galeno en turno debe entregar la prescripción de su puño, letra y firma en una receta que la botica rechaza porque necesita la autorización de la dirección y ésta la niega porque debe contar con la venia del jefe de consulta que en 45 minutos no aparece en su puesto, para atender los requerimientos de la docena de prójimos que aguardan su venturosa aparición desde otros 45 antes de que llegue yo a ocupar el lugar 13 en dicha fila?

Si acaso existe tal, ¿alguien me podría prescribir una dosis concentrada de agentes químicos que en acción colagoga obren el milagro de fortalecer el aguante, estoicismo, comprensión, entereza, imperturbabilidad, tolerancia y templanza, para aceptar con mansedumbre, conformismo y resignación que “así son las cosas” y que mis derechos como habiente, ganados con medio siglo de trabajo y aportaciones económicas, terminen miserablemente reducidos por la inexplicable actitud de algunos ineptos que han olvidado a quién deben sus sustanciosos emolumentos. Razón no le falta a mi esposo; la pacientita se impacientó y ahora deberá pagar por fuera el precio del estupefaciente que debe consumir. Ya qué.
 

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