La semana pasada, mis queridos médicos, y toca el turno en esta a mis no menos queridos compañeros abogados. Por cuestiones de método y precisiones históricas, permítanme iniciar el artículo con una fecha importante que citar: la del 3 de noviembre de 1792, en que se fundó la Real Universidad de Guadalajara, que ofrecía las carreras de Artes, Derecho, Medicina y Teología.De la Escuela de Leyes de la Universidad egresaron brillantes abogados como Jesús López Portillo y Serrano, Antonio y Luis Pérez Verdía, Emeterio Robles Gil, Ignacio L. Vallarta, José López Portillo y Rojas, en tiempos en que había dos escuelas de leyes: la Facultad de Jurisprudencia, digamos oficial, y la Escuela Católica de Jurisprudencia.La historia de la Escuela de Derecho de la Universidad de Guadalajara es rica en personajes que trascendieron a nivel nacional, siendo imposible siquiera mencionar unos cuantos, pero a quien le interese profundizar, hay un excelente libro que lleva por título Historia de la Facultad de Derecho de la UdeG, escrito por el maestro y querido amigo Pedro Vargas Avalos, por lo que se refiere a egresados de la Universidad de Guadalajara; respecto de las universidades privadas, lo haré en otra oportunidad con gusto.Antaño, los abogados eran figuras respetables y respetados. No sólo conocían el derecho y sus leyes, sino poseían una amplia cultura que provenía de materias que hoy no se imparten, como Latín, Francés, Deontología Jurídica, Hermenéutica Jurídica, Derecho Canónico, Historia del Derecho y Derecho Comparado, entre otras.Sus bufetes estaban ubicados principalmente en el centro de la ciudad, en el edificio Hernán, el Mercantil, el Lutecia, el San Francisco y el edificio Plaza, frente a Palacio de Gobierno.Había pocos juzgados. En la década de los sesenta del siglo XX sólo había juzgados civiles y de hacienda y los penales. Los primeros estaban ubicados en Hidalgo 190 y los penales en la sede de la Penal, que ya se había mudado de Escobedo a Oblatos.Había sólo dos salas, una civil y una penal; la oficina del Registro Público de la Propiedad estaba en la esquina de Venustiano Carranza e Hidalgo, en el mismo edificio del Tribunal. Este edificio tiene una historia interesante que brevemente les voy a contar.Resulta que allí estuvo la primera parroquia de la ciudad, allá por el año 1542, dedicada a San Miguel Arcángel; también, un tiempo, antes de construirse la sede definitiva, allí estuvo nuestra primera catedral; también allí estuvo fugazmente un cementerio, un hospital y el primer seminario de la ciudad; además, el Liceo de Niñas, el claustro del convento de Santa María de Gracia, hasta que finalmente Ignacio Díaz Morales, al proyectar la Cruz de Plazas, terminó convirtiendo el lugar en la sede del Supremo Tribunal de Justicia del Estado de Jalisco, desde 1952. Usted puede ampliar la información consultando la obra Un Palacio para Administrar Justicia en Jalisco, escrita por mi ilustre amigo el presbítero Tomás de Híjar Ornelas.Los abogados acudían al tribunal a trámites y audiencias, siempre bien vestidos; lucían impecables trajes de tres piezas, sombrero, zapatos siempre lustrados y su infaltable portafolios de piel. Mi abuelo, al ingresar al edificio del tribunal, se descubría la cabeza y me decía que lo hacía en señal de respeto porque ingresaba al Templo de la Justicia.En los juzgados se laboraba de lunes a sábado. El horario era de 9 de la mañana a 3 de la tarde y los sábados hasta la una de la tarde, y sólo tenían un período vacacional al año, del 1 al 10 de mayo.La lista de acuerdos se fijaba diariamente en los estrados y una copia estaba en la barandilla, donde la consultaban los letrados, que tenían gran educación; se saludaban cortésmente unos y otros, aunque fueran contrapartes, pues se litigaba con honorabilidad y lealtad. Representaban intereses opuestos, pero los unía el compañerismo y su amor por la profesión. Categoría, pues.Los despachos de los abogados eran sobrios: muebles de madera y piel; escritorios metálicos de H. Steele y Cía., ceniceros de cristal, adornos de escritorio de bronce con la infaltable Themis, o caballeros con yelmo, escudo y lanza, y por supuesto la carpeta con sus correspondientes tinteros para los canuteros.Libros y cuadros elegantes, y no podía faltar el enorme calendario que les obsequiaban las compañías de fianzas; yo recuerdo la “Lotonal”, que estaba arriba del portal de las Fábricas de Francia, con entrada por Pedro Moreno, donde estaba la notaría de Gabriel Alcázar.En la mesa de la salita de espera no podía faltar el ejemplar diario de El Informador, cuya lectura cotidiana era imprescindible para estar al día y muchos clientes hacían menos larga la espera resolviendo los crucigramas que aún tiene nuestro diario.Y bueno, nombres de abogados y notarios distinguidos son innumerables; no quiero omitir a nadie y por eso mejor remito al apreciable lector a consultar obras como la primera que refería al principio de mi artículo, escrita por el historiador y notario don Pedro Vargas Avalos, y en cuanto a notarios, habrá que consultar otro estupendo trabajo, el de mi estimado y distinguido amigo el señor notario Lorenzo Bailón Cabrera, intitulado Crónica del Colegio de Notarios del Estado de Jalisco. Y bueno, el espacio se me termina; aquí los espero en El Informador con su cafecito de la mañana el próximo domingo, si Dios quiere.lcampirano@yahoo.com