Viernes, 26 de Abril 2024

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Vivir el momento

Por: Eugenio Ruiz Orozco

Vivir el momento

Vivir el momento

La vida está hecha de sueños, ilusiones, retos, problemas, contratiempos, éxitos y fracasos. La ruta de nuestra existencia no está predeterminada: no es una supercarretera con destino cierto y algunas estaciones de servicio en las que ocasionalmente nos detenemos a reabastecernos de gasolina, tomar un descanso o comer algunos alimentos; es, más bien, una brecha con subidas y bajadas que transitamos en búsqueda de la felicidad.

Si tuviésemos mayor conciencia de la brevedad de nuestra existencia, tal vez nuestras vidas serían diferentes. Dicen los científicos que, en términos cósmicos, nuestro paso por el planeta dura aproximadamente diez segundos y, en el cronómetro terrenal, el promedio de vida es de 78 años para las mujeres y 72 en los varones. De esos años, aproximadamente una tercera parte la consumimos dormidos; otro tercio, trabajando; el siete por ciento, ingiriendo nuestros alimentos; un 12 por ciento, en labores domésticas - barrer, cocinar, lavar, planchar, ayudar en las tareas escolares, etc.-, y otro diez, en nuestra movilidad. ¿Qué nos queda? Un cinco por ciento para divertirnos, convivir, compartir, gozar la amistad, cultivarnos, meditar, rezar a los dioses… La reflexión tiene como propósito llamar la atención sobre cómo deberíamos aplicar esos poquísimos instantes del día para ser felices en un mundo cuyo entorno es cada vez más agresivo, incierto y opresivo. La respuesta no es fácil.

Un porcentaje minúsculo, más o menos el diez por ciento de los mexicanos, tiene sus problemas de sobrevivencia resueltos. ¿Qué pasa con el resto? ¿Se puede ser feliz con el estómago vacío, sin dinero para pagar la renta o atender las necesidades básicas de vestido, salud, educación y vivienda? De los recursos destinados al ahorro para la vejez y el ocio, mejor ni hablamos. Y no estoy pensando en las madres solteras o en los adultos mayores, abandonados porque la familia no los puede apoyar; estoy pensando en la mayoría de jóvenes e infantes a quienes la pandemia está condenando a la ignorancia, la indigencia y empujando, posiblemente, a la delincuencia.

¿Qué va a ser de nuestro país cuando en él se incuba la división, se fomenta el odio y se divide a las familias? Cuando, con recursos públicos, se subsidia la pobreza y se premia la holgazanería, haciendo a nuestra juventud y a las personas de la tercera edad adictos a la dádiva. Cuando se desprecia el mérito, la disciplina, el trabajo y se estimula en los jóvenes, de ambos sexos, la idea de que todo lo merecen porque tienen derecho, que ser pobre es signo de honestidad y que toda manifestación de riqueza solo revela actos de corrupción, exaltando el falso paradigma de que el éxito es vivir el momento “como yo quiera, como me dé la gana y sin que nadie se meta conmigo”, debilitando el tejido social, los lazos de solidaridad y los vínculos fraternales. Egoísmo puro. La libertad, la justicia y la democracia no pueden prosperar en esos escenarios. Debemos elevar nuestra autoestima, promover el respeto mutuo y trabajar en equipo para construir un futuro mejor.

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