Jueves, 28 de Marzo 2024

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Silencio, bellísima ceremonia

Por: Juan Palomar

Silencio, bellísima ceremonia

Silencio, bellísima ceremonia

Es la hora de sacar la casta. De que cada quien muestre de qué pues está hecho. La ciudad no puede esperar más. Se estaba pudriendo de fealdad, de contaminación del aire, de ruido. También de injusticia y de corrupción. Una corrupción en la que tanto tiene que ver el sector oficial como el privado.

Una muestra literalmente vociferante de la corrupción tapatía es el ruido. Es un agente viral que ataranta y debilita a todo el organismo urbano. Que envilece, encanalla a la gente. Que la hace maltratar sus contextos, faltarle al respeto al vecino, al hermano, al barrio entero.

Es el caso del Paseo Lafayette/Chapultepec. Una importante obra que tomó tres trienios terminar y que comenzara bajo los mejores auspicios el alcalde Alfonso Petersen Farah. El paseo falló, está fallido, envilecido, encanallado. Porque ninguna de las tres administraciones municipales supo, como se pidió desde un principio, establecer una reglamentación adecuada y firme para asegurar y reforzar la vocación del Paseo Lafayette.

Ahora, está a la vista. 17 o 18 “cervecerías con alitas” pintadas de un horrendo color negro, son la herramienta para que unos cuantos listos ganen mucho dinero, para que los jóvenes se emborrachen y se embrutezcan de manera irresponsable, para que todo el corredor sea una zona de alta criminalidad que además afecta a todos los barrios circunvecinos. El común denominador de esas emborrachadurías de quinta es el ruido. Nadie lo regula, nadie hace nada, la putrefacción avanza en todas direcciones. ¿Y la alcaldía? Mal, gracias.

Recientemente apareció un nuevo foco de infección. Se trata de tres o cinco antros de baja calidad que se ubicaron en la esquina de López Cotilla y Atenas. Hacen un ruido intolerable y la autoridad pintada en la pared. ¿Por qué los inspectores no paran esto? ¿Por abulia, ineptitud o de plano mochada? El vecindario inmediato no tiene por qué sufrir la estulticia o la corruptela de las autoridades que están obligada a cumplir el trabajo que los mismos vecinos les pagan.

El coronavirus, entre las muchas y difíciles cosas que ha traído, ha entregado algunas constataciones de que es posible regresar a la ciudad amable que muchos conocimos. Calles despejadas, barrios tranquilos, pájaros, silencio.

El silencio es un bien de primera necesidad, no un lujo de quienes viven en pleno campo. Es el alimento de la serenidad, el cimiento de la calma y de la lucidez. Es vital. Y estamos permitiendo que un puñado de mercachifles nos arrebaten ese alimento del alma.

PD A ver qué año de estos la Secretaría de Cultura a través de su Dirección de Patrimonio obliga a los negociantes del llamado Callejón de los Rumberos a restaurar una muy buena finca histórica que ha sido desfigurada hasta la ignominia en las narices de dichas “autoridades”. Una “autoridad” que no actúa no es autoridad. La finca, por si no lo saben, está en la esquina nororiente de Lafayette/Chapultepec y Lerdo de Tejada y corresponde a la muy destacada autoría del arquitecto Eduardo Prieto Souza. A ver si alguien allí se anima a contestar, y luego hacer, algo.
 

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