¿De dónde surgió esa expresión redoblada de violencia? ¿Qué elevó la “temperatura” a grados impensables de sadismo? ¿Por qué? Los ingredientes del “cóctel” que alimentan la violencia de género y su expresión más cruel, el feminicidio, no cambiaron: desigualdad estructural, erosión de la vida comunitaria y la metástasis del narco en nuestra sociedad. Con sus derivados: el consumo de drogas (crystal sobre todo), el acceso a las armas y la disputa territorial violenta. ¿Qué cambió? La antropóloga Rita Segato cuenta que en 2002 un par de mujeres indígenas acudieron a la Fundación Nacional del Indio, órgano indigenista de Brasil, para exigir políticas de género inexistentes en ese momento. Un año después, con la llegada de Lula Da Silva al poder, se implementó un gran programa de equidad de género en las aldeas indígenas. En ese momento, cuenta la escritora y antropóloga, Segato se preguntó sobre la reacción de los hombres ante el cambio de paradigma en la vida comunitaria eminentemente patriarcal. Vale la pena leer su respuesta después de trabajar diez años en esas comunidades: “Pasa que, junto a todo eso, aumenta la violencia. Gran signo de interrogación. ¿Por qué sucede esto? Es un fenómeno totalmente convocante para pensar. ¿Por qué junto con el frente estatal y sus alianzas empresariales, mediáticas y cristianas avanza también, aumentan también las formas de agresión a la mujer indígena? Esto es observable, es un dato de la realidad. Hay una mujer a quien su marido le cortó un brazo con un machete, otra que quedó renga de los palazos, de los golpes, etc. Esas formas de violencia doméstica, esas formas de crueldad contra las mujeres, de odio hacia la mujer, no eran propias de la estructura comunitaria previa”. Los hechos este año en Jalisco. Las arrollan con su taxi. Las mutilan y encierran en una maleta o un tambo. El acero y el plomo cruel exhiben sus cuerpos jóvenes como despojos de guerra. Acaban con sus vidas mientras esperan el camión, cuando huyen o atienden una cita con su agresor. Frente a sus hijos y en compañía de su madre. En la vía pública, en un predio desolado o en una agencia del Ministerio Público. En Guadalajara, Poncitlán o Ameca. Sin cita ni lugar definido, la muerte las espera a todas horas en cualquier lugar. Sostiene Segato que en la concepción patriarcal, la jerarquía tiene que ser mantenida y reproducida por métodos violentos. Pienso en Alondra y Liliana, su madre. Acudieron a denunciar violencia doméstica. Esperaban en el mostrador de servicio al público cuando Christopher disparó: “¿Cómo te atreves a rebelarte? Si no eres mía, serás nadie”. ¿Represalia? ¿Resistencia violenta del colonizador del espacio doméstico que ve amenazada su hegemonía? ¿Interpelación a la masculinidad fuerte, victoriosa, vencedora y dominante? Esto no exculpa al Estado cuyo Ejecutivo local se comunica a estornudos cada vez que explica la violencia de género. Por el contrario, demanda instituciones más fuertes y más comprometidas. Sólo señalo que existe una resistencia social ante los nuevos paradigmas del feminismo. Resistencia de machitos y machitas. Eso ha elevado la “temperatura” porque esa resistencia adopta formas sutiles, pero también extremas de violencia contra las mujeres. Ofrezco sólo un pretexto más para reflexionar sobre nuestros tiempos mientras miles de mujeres toman hoy el espacio público en todo el país.jonathan.lomelí@informador.com.mx