Jueves, 28 de Marzo 2024

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Polvos de La Mancha III

Por: Carlos Enrigue

Polvos de La Mancha III

Polvos de La Mancha III

Sancho en esa plática tuvo, a mi juicio, una visión de eternidad, de entre el desvarío del caballero y la humana disposición de aspirar a ser gobernador de una ínsula.

Me pregunto si a ustedes alguien les ha ofrecido, a cambio de su esfuerzo, una gubernatura. Sancho, por su parte, supo vislumbrar la gloria que le esperaba y desde que partieron lo sabía, tenía la certeza de que llegaría a serlo. Y así nos cuenta la historia que lo narra: “Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota, y con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula que su amo le había prometido” (I, 7).

Pero todos sabemos que llegar a ser gobernador de cualquier sitio no es ni nunca ha sido cosa fácil.

Un gobernador tiene que complacer a los dueños del territorio, en aquel tiempo el caballero que hubiera vencido al gigante o al encantador que originalmente las hubiera poseído; y en estos tiempos al pueblo fiel, que en ocasiones puede ser muy difícil de complacer.

Desconozco si ustedes coincidan conmigo, pero una de las miles de lecturas de esta obra es el proceso de deificación del caballero y la humanización del escudero.

Resultan claras algunas cosas que en su paso, Sancho, en su plena humanidad, tuvo problemas para entender. Veamos:

Todos conocemos que cuando don Quijote tuvo conciencia de sí mismo -porque reconozcamos que el amor es un imperativo de la caballería andante-, necesitaba una dama que fuera contenido y continente de su amor y sus hazañas, y por tanto fue: “a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él anduvo enamorado, aunque según se entiende, ella jamás lo supo ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo y a ésta le pareció bien darle título de señora de sus pensamientos” (I, 1).

Y hubiera sido sencillo que Sancho la sirviera como el caballero quería, con la pasión y perfección a la que la concepción de su señor proponía… hubiera sido posible, hasta que Sancho se enteró de quién se trataba y su concepción de la moza limitaba de nuevo su acción, ya que dijo:

“Bien la conozco y sé decir que tira tan bien una barra como el más fornido zagal de todo el pueblo. ¡Vive el dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar del lodo a cualquier caballero andante o por andar que la tuviera por señora!” (I, 25).

Debió callar Sancho, no debió haber dudado de la soberanía de la señora de los ensueños de su amo, debió creer ciegamente en que los vencidos por su señor irían a postrarse a sus pies. Al final, pregunto a Sancho si de verdad importa que Aldonza Lorenzo o Corchuelo sea una ruda aldeana, ¿acaso no entendió el escudero que el amor del caballero de la mancha purificó a Dulcinea, ya no Aldonza?

@enrigue_zuloaga
 

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