El viernes 5 de octubre de 1917, vio la luz primera EL INFORMADOR, saludando a la Guadalajara moderna de aquellos tiempos con un costo por ejemplar de cinco centavos.Sus orejas, esos cuadritos que aparecen en la parte superior de la página principal, ocupaban la publicidad del Gabinete Dental de la Farmacia Moderna, y la otra tenía el espacio reservado para la publicidad del “Chocolate de Ochoa”. Así empezaba este Diario Independiente.“Guadalajara Moderna” era el título del mensaje de salutación a los tapatíos, y el texto no podía ser más halagador: “Nuestro primer número está dedicado a nuestra bella, a nuestra buena ciudad que cada día se embellece, que a pesar de tantos males como sufre la patria, tiene vitalidad para crecer y hermosearse, cual si estuviera en su primera juventud”.El siguiente párrafo contenía la promesa de rectitud de un diario que desde su fundación se ha caracterizado por su verticalidad y objetividad y que lo ha distinguido siempre; promesa cumplida. Decía esa dedicatoria: “A ti, ciudad nuestra, van dedicadas las primicias de nuestros humildes trabajos; acógelos y aliéntanos, para seguir en la lucha, sin desmayar, y sin salirnos de nuestros honrados y sinceros propósitos”.Nuestro periódico está a punto de cumplir 108 años, más de un siglo de estar haciendo honor a su nombre: informando, pero no solo eso, sino formando y orientando opinión y divulgando la cultura en todas sus expresiones.Cuando yo cursaba el cuarto año de primaria, recuerdo que mi maestro Don Juan Sánchez Santiago nos dejaba como tarea llevar todos los días el ejemplar del periódico a la escuela; por el número de alumnos, a mí me tocaba una vez al mes llevarlo y me sentía muy orgulloso cuando, después de comprarlo en la tiendita de la esquina de mi casa, allá por la Avenida Libertad entre las calles Bélgica y Argentina, iba por la calle con el ejemplar en la mano porque ese día me tocaría leer a mis compañeros las noticias internacionales de la primera sección provenientes de las agencias UPI y AFP.Yo aprendí a leer con el libro Amanecer, si mal no recuerdo de Ricardo Molner, de una editorial española, pero en realidad fue gracias a EL INFORMADOR, lo que me permitió, y hasta la fecha lo hago, conducir programas en radio y buena parte de mi cultura la he adquirido aquí, en esta Casa Editorial.Eran los años sesenta; Guadalajara aún no llegaba al millón de habitantes y el periódico era la fuente principal de información internacional, nacional, local y deportiva, tenía su suplemento cultural dominical y mi sección favorita (que sigue siéndolo), que son los cómics.En 1917, cuando apareció el primer número, la nota de ocho era “Guadalajara Moderna”. Hoy, después de 108 años, Guadalajara sigue siendo moderna y no solo eso, el recuerdo de esas primeras frases de salutación y dedicatoria se mantiene vigente: “…a nuestra buena ciudad que cada día se embellece, que a pesar de tantos males como sufre la patria, tiene vitalidad para crecer y hermosearse, cual si estuviera en su primera juventud”.Y así está nuestra Guadalajara, embelleciéndose a pesar de los pesares y, para mí, como colaborador de este periódico, es un honor que se haya acogido mi pluma para que, a través de esta columna, pueda compartir con ustedes, queridos lectores, algunas de mis vivencias pasadas.Guadalajara ha ido evolucionando con el paso del tiempo; recuerdo como si fuera ayer la antigua Avenida de los Ingenieros, hoy Avenida López Mateos, donde estaba aquella famosa nevería Valencia, que tenía un changuito sujeto a una cadena y que a más de alguno le sacó menudo susto con su larga cola; daba servicio en el auto. Por las tardes, cuando el sol pardeaba, llegábamos en nuestro automóvil y llamábamos al mesero prendiendo y apagando las luces. Allí probé las mejores malteadas de fresa y vainilla que recuerde, y ni qué decir del club sándwich que entre mis papás y mi hermano compartíamos en el interior del carro, disfrutando de la comida, la bebida y de la siempre amena charla de mi padre.Años más tarde, se cambió por la Avenida de Las Torres, hoy Calzada Lázaro Cárdenas, y pronto desapareció; y así como el Valencia, se han ido restaurantes como el Capri, Acrópolis, Lido, Tizoc, Toña la Negra, Chamberí, La Copa de Leche, el Focolare, aquel salón de baile y restaurante llamado Montparnasse por la Avenida Vallarta a dos cuadras de Los Arcos, el Mesón de Sancho Panza, el Casino del Periodista que estaba por la calle Maestranza, abajo del Hotel Francés, donde vendían una paella valenciana extraordinaria; y hablando de paella, inolvidable también en Chapalita, el Chemary por la Avenida Guadalupe, el Copenhagen, La Troje, la inolvidable Alemana… y podría llenar una página entera con nombres de afanados sitios de buen comer. Todos se han ido, pero permanecen en el recuerdo y, precisamente, nuestro periódico ha sido testigo de arribos y ausencias. Todos los que en los distintos espacios colaboramos en este diario nos unimos a la frase de salutación de aquel viernes 5 de octubre de 1917, cuando llegaba a las manos de los lectores nuestra primera publicación: “A ti, ciudad nuestra, van dedicadas las primicias de nuestros humildes trabajos; acógelos y aliéntanos, para seguir en la lucha, sin desmayar, y sin salirnos de nuestros honrados y sinceros propósitos”.A ustedes, queridos lectores, gracias por su preferencia; a la familia Álvarez del Castillo, gracias, y a Dios, mi agradecimiento por ser parte de la historia de EL INFORMADOR.Aquí los espero la próxima semana, que estaremos de fiesta si Dios quiere, y recuerden con su cafecito y su bisqué con mantequilla y mermelada.lcampirano@yahoo.com