Es una historia vieja. En 1986 el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, inicia una campaña en contra del consumo de drogas en su país; lo que era una agencia de medio pelo en la administración federal (la Drug Enforcement Administration, DEA) adquiere presupuesto, agentes, poder político y extraterritorialidad. Sus agentes se vuelven protagonistas en Colombia y en México.Con visión empresarial Netflix y Gaumont se unen desde el 2015 para crear la serie que recupera la historia de esos años: “Narcos”. A lo largo de 4 temporadas hemos conocido, con detalle la vida, ascenso y caída de Pablo Escobar, la guerra entre los carteles de Cali y Medellín y en las temporadas 3 y 4 se detallan los episodios mexicanos que desembocan en el asesinato de Enrique Kiki Camarena y los ocasos de Miguel Ángel Félix Gallardo y el PRI en la temporada 4, en estos momentos está ya disponible en las plataformas digitales.Una de las principales características de la serie, quizás su mayor virtud, es que se asumen como un, digamos, relato fílmico. En esta temporada llama la atención la lista de realizadores: Andres Baiz (nacido en Cali, director de “Satanás, perfil de un asesino”), Amat Escalante (ganador del Premio de Mejor director en Cannes, 2013 con “Heli”) y Marcela Said (chilena directora de “Los perros”). El historiador Héctor Aguilar Camín ha escrito: “he disfrutado de muchas cosas de la segunda temporada: la calidad del guion, la fuerza de actores y actrices, la verosimilitud de los diálogos, el rigor histórico y visual de la producción, su impecable toque de época”.Sin embargo, a lo largo de todas las temporadas se ha desarrollado un cierto problema entre el relato y lo que realmente aconteció, ya en la temporada pasada el crítico Ernesto Diezmartinez se quejaba de que un asesinato no había ocurrido en Culiacán o Mazatlán de la manera en la que se había filmado. Un ejemplo perfecto ocurre en esta temporada con el asesinato del Cochiloco, a quien vemos morir en 1988, en el marco de la hostilidad que existe los carteles de Tijuana y Sinaloa, cuando en realidad fue asesinado en Zapopan, en 1991 por colombianos a quienes les había robado cocaína. Se puede decir que en función de un relato fílmico coherente se construye una historia, por lo que se ha sacrificado lo que realmente sucedió. El éxito de la serie merece una reflexión social más amplia, por el momento quiero terminar señalando la eficacia de nuestros cineastas.
