El pasado fin de semana, el Zócalo de la Ciudad de México volvió a escribir un nuevo capítulo en la vida política de la ‘cuatroté’. Lugar de encuentros multitudinarios, epicentro de manifestaciones y símbolo indeleble de las fuerzas políticas de izquierda, el Zócalo ha sido estandarte del obradorismo y refugio de sus principales gestas sociales y políticas. No es casualidad que Claudia Sheinbaum haya elegido la plancha central de la capital para rendir su informe a un año de Gobierno: el espacio condensa la narrativa de continuidad, movilización y legitimidad popular que desde 2018 ha presidido la vida pública nacional.El acto del domingo fue más que un simple informe; fue una escenificación del músculo político y un mensaje dirigido a propios y extraños. Frente a miles de personas, Sheinbaum reiteró altos votos de lealtad al proyecto obradorista, no sólo a través de la mención recurrente de los principios de la Cuarta Transformación, sino al subrayar la inquebrantable continuidad del ideario lopezobradorista dentro de su administración. Se trató de una reafirmación del dogma fundacional: “no rompo, no traiciono, no gobierno sola”.Sin embargo, el mensaje fue doble. Hubo también una advertencia interna, un llamado de atención sobre la corrupción y el nepotismo, males históricos que durante el obradorismo han sido etiquetados como enemigos del pueblo pero que, paradójicamente, siguen acechando desde dentro. Cuando Sheinbaum espetó que en su gobierno “la honestidad no es la excepción, es la regla” y que “los cargos públicos no se heredan”, colocó el reflector sobre aquellos cuyas trayectorias han sido ensombrecidas por el amiguismo, los pactos de sangre y las cuotas de poder familiar. En esa frase hay destinatarios concretos, y nadie en la élite morenista pudo ignorar que el saco estaba diseñado a la medida de varios presentes y ausentes.Ahí entra el episodio del “corralito”, que los medios y los analistas no tardaron en decodificar: la imagen de figuras históricas del lopezobradorismo -Adán Augusto López, Ricardo Monreal, Andy López y otros- relegados a un espacio apartado y restringido fue, sin hipérbole, el símbolo vivo de una transición de poder. Quienes alguna vez ignoraron o desairaron a Sheinbaum, ahora aparecen lejanos del círculo real de toma de decisiones. El corralito, más allá de la logística, se volvió mensaje: disciplina, distancia y centralización. Quien no se adapte al nuevo liderazgo, verá menguada su influencia.Al regresar el estandarte del obradorismo al Zócalo, la presidenta logró dos objetivos: actualizar el mito fundacional que la respalda y demostrar, en la vida real y ante la opinión pública y la nomenklatura morenista, quién tiene el control efectivo del futuro inmediato del movimiento. Sheinbaum ratificó que en la 4T el liderazgo no se comparte ni se disputa a medias. Porque en este sexenio, no basta con estar: hay que saber dónde te dejan sentar.@DelToroIsmael_