Domingo, 01 de Junio 2025

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Maneras desesperadas de contar el oscurecido porvenir

Por: Augusto Chacón

Maneras desesperadas de contar el oscurecido porvenir

Maneras desesperadas de contar el oscurecido porvenir

Una disculpa para quienes consideran sagradas ciertas escrituras, por ejemplo, El apocalipsis o revelación de San Juan, el teólogo:

La revelación de Andrés Manuel -que en su papel de divinidad se dio a sí mismo- para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto, la declaró enviándola por medio de su ángel, Claudia, que da siempre testimonio de la palabra de López Obrador, que es padre y es hijo, y varias cosas más, y de todas las cosas que aquél ha visto, de las que ha padecido y de las que se quiere vengar. Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca. Más bien, comienza mañana.

Claudia, a las siete iglesias que domina desde Palacio Nacional: gracia sea con vosotros, y paz del que es y que era y que nunca se ha ido, y de los siete espíritus (no se dan nombres porque se diluye el misterio del que la grilla está siempre necesitado) que están delante de su trono (el del Águila), sea con vosotros la magnificencia del testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra, que nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su mañanera de saliva, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios. No, perdón. Para él mismo, que es hijo, que es padre, que es pueblo; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.

Yo, Claudia, vuestra hermana y copartícipe vuestra en la tribulación, en el reino y la paciencia de Andrés Manuel, estaba en el Salón de la Tesorería por causa de la palabra de López Obrador y del testimonio de él mismo. Ahí ocurrí al Espíritu en el día de mi Señor (todos los días le pertenecen) y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Ya lo sé, respondí. Y me mandó: escribe en un libro lo que ves y envíalo a las ya dichas siete iglesias que están bajo mi manto: Morena, Partido Verde, PT, al Congreso de la Unión, a los gobernadores mujeres y hombres que en mi nombre predican, a las Fuerzas Armadas y a mis hijos.

Yo, Claudia, me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelta vi siete candeleros de oro (muy fifís, ni modo) y en medio de los siete candeleros miré a uno semejante al Hijo del hombre, ceñido por el pecho con un cinto tricolor. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana como la nieve; sus ojos como llamas de fuego y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas, de su boca salía una espada aguda de dos filos y su rostro era como el Sol cuando resplandece con fuerza (efecto del cambio climático). Cuando le vi, caí como muerta a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: no temas, yo soy el primero, el último y el pueblo; el que vivo y he sido muerto, y he aquí que vivo por los siglos de los siglos. Amén. Tengo las llaves de la muerte y de México, escribe las cosas que has visto y las que son y las que han de ser después de éstas. El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro (si no se los ha llevado alguno de los compañeros del movimiento): las siete estrellas son los sexenios que destellarán los siete candeleros que representan las siete iglesias que ya invocaste. Así, siete por siete por siete: tres mil 773 años que, a partir de mañana, apenas agotada la elección que mi apocalíptica volición hizo que se cerniera sobre la faz de la nación, profetizo que ha de regir mi inmarcesible poder en la transformada república de los tres poderes entregados a uno, y también la soberanía de los Estados sometida al vasallaje de ese uno que soy: el Alfa y la Omega.

Lo demás de la profecía revelada a Claudia reza más o menos así: el caballo blanco con su jinete armado de un arco para exterminar la Constitución y las instituciones; el caballo bermejo, mandado por el jinete pagado por los cárteles, con poder de quitar la paz de la patria, y que se maten unos a otros, para lo que trae una grande espada; el caballo negro montado por el jinete que porta una balanza en la mano, escasez, hambruna, injusticia social serán el peso que incline la báscula; y he aquí un caballo amarillo, el que está montado sobre él tiene por nombre Muerte y el infierno le sigue: le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la nación, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las bestias de la tierra. (Por si el del caballo bermejo fallara).

Parece apocalíptico -de eso se trata-, seguramente no será para tanto, ya sabemos cómo se las gastaban los antiguos para controlar almas asustadizas. Aunque también sabemos que puede no ser una mala idea plantearse el peor escenario para prepararnos lo mejor posible, porque a algo no podemos renunciar por negro que sea el poder que busca sojuzgar: a plantear anhelos compartidos, comunitarios, y hacer lo necesario para cumplirlos. Porque la extinción de la República según está diseñada en las leyes, la de la democracia y de la justicia (por incipientes que fueran antes), que se consumará con la nueva conformación del Poder Judicial que hoy dizque se vota, parece la agonía de puras subjetividades. No lo es: es la derrota que quitará las trancas para terminar de liberar a los jinetes que cumplirán (más) la profecía.

agustino20@gmail.com

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