Domingo, 14 de Septiembre 2025

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Los expendios

Por: Abel Campirano

Los expendios

Los expendios

No solo en nuestra noble y leal, también en el interior del Estado los expendios de petróleo, de combustibles, de la leche, del carbón, del hielo, el de la leña y, por supuesto, el molino de nixtamal, entre otros, además de lugares de venta eran puntos de reunión del vecindario.

En el caso de la leche, en el primer tercio del siglo XX principalmente, procedente de los establos que se encontraban en los alrededores de la ciudad, que por aquellos tiempos tenía una corta extensión, gente a caballo la llevaba a domicilio y desde temprano, por las calles empedradas, se escuchaban los cascos de los equinos y, en aquella silenciosa ciudad, anunciaban la llegada de leche recién ordeñada y prestas estaban las señoras con sus ollas para recibir el entrego cotidiano.

También la vendían en los expendios, en donde se almacenaba en grandes tinajas de lámina, en aquellos tiempos sin refrigeración y cubiertas con unos cotenses para evitar la caída de insectos; allí acudían las amas de casa a comprar la leche, la cual se ponía invariablemente a hervir.

Esa leche, conocida como leche bronca, al hervirse formaba una nata que, al menos en casa de ustedes, era muy cotizada; yo la untaba en una semita, una conchita o en un birote; a mi papá le gustaba hacerse taquitos de nata, pero bueno, en gustos se rompen géneros.

El expendio de petróleo era otro sitio de venta, pues era imprescindible para cocinar en las estufitas de petróleo y también para las lámparas de esa época, que eran los quinqués; también allí vendían las mechas y cajitas de “Cerillos Clásicos de La Central”, muy famosos en esa época; yo recuerdo esas cajitas con las imágenes de la Venus de Milo y el Partenón. Esa fábrica de fósforos de La Central fue fundada a finales del siglo XIX en Veracruz por un grupo de cuatro hermanos: los Mendizábal (Manuel y León) y los Prida (Pedro y José), toda una historia.

Para los jóvenes lectores, quiero decirles que las estufas de petróleo eran comunes en los hogares; aún no llegaban las estufas de gas o las digitales que, en este momento, no guardan parecido alguno con aquellas estufitas de lámina blanca con dos quemadores y su depósito de petróleo que nuestras abuelitas usaron en casa.

Antes de las estufas de petróleo, se cocinaba en las hornillas o pequeños fogones que estaban en los pretiles de las cocinas, en donde se les introducían pedazos de carbón o leña, y en la parte superior estaba una especie de comalito o parrilla donde se colocaba lo que se iba a cocinar; las cocinas estaban todas ahumadas, llenas de tizne y el humaredón era tremendo, y se olía toda la casa, aunque eran casas muy bien ventiladas, con patio y traspatio algunas de ellas; otras personas cocinaban en braseros.

Ya luego, a mediados de la década de los cincuenta, empezaron a venderse las primeras estufas de gas, siendo la marca Mabe -por cierto, una marca mexicana- una de las más populares y, con ello, se acabó la contaminación que generaba la quema de carbón y de petróleo.

El carbón también se compraba en los expendios, al igual que la leña procedente de los montes cercanos a la ciudad; era común ver en las calles empedradas al arriero con su recua de mulas o sus burritos con sus atados de leña.

Hoy es sencillo darse un baño a cualquier hora del día, porque el bóiler inteligente y digital se enciende automáticamente, pero antes había que introducir en el bóiler los palitos de la leña y, además, colocarles el combustible procurando esparcirlo en su interior y esperar que se calentara debidamente para poder bañarse.

Los combustibles eran unos paquetitos llenos de aserrín y viruta impregnados de petróleo que facilitaban la ignición y eran usados precisamente para prender el bóiler, que tenía una puertita donde se introducían y eran ideales para eso.

Los combustibles, al igual que el hielo, se compraban también en expendios; en el caso del hielo, en algunas calles de la ciudad estaban esas casitas de madera en donde tenían almacenados bloques de hielo, que eran requeridos sobre todo por los dueños de las tienditas de abarrotes que los colocaban en los depósitos metálicos, donde se fragmentaba con un picahielo, revolviéndolo entre los envases de las botellas de refresco o cervezas, y se conservaban fríos. A finales de los cincuenta empezaron a venderse los refrigeradores, cuya historia les contaré en otra ocasión.

Al principio del artículo decía que los expendios no solo eran puntos de venta, sino lugares de reunión, y es que, con el pretexto de ir por el nixtamal, el carbón, la leche o el petróleo, el expendio era un punto común de encuentro vecinal, y se ponían al día con los chismes del barrio y se pasaban las horas en la plática teniendo siempre presente la quietud de las calles, pues Guadalajara era una ciudad pequeña, como se los he contado antes, y el paso de los vehículos no era tan frecuente; las calles eran empedradas y todavía era común ver gente a caballo. Guadalajara llegó al millón de habitantes en 1964, así que en los tiempos de mi relato prácticamente todo mundo se conocía, aunque fueran de distintos barrios como El Retiro, El Santuario, Mexicaltzingo, Analco o Mezquitán, de las Colonias o del Centro, la Guadalajara 50-60, lo que será objeto de un tema especial en esta página de mis recuerdos.

Quiero expresarles mi agradecimiento por su tiempo de lectura y sus siempre bienvenidos comentarios a mi correo. Por hoy es todo, aquí los espero el próximo domingo en EL INFORMADOR, con su cafecito y un bísquet con mantequilla y mermelada, si Dios nos presta vida y licencia.

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