El presidente francés sorprendió esta semana al anunciar que enviará al legislativo una propuesta de ley para combatir la epidemia de desinformación provocada por la propagación de noticas falsas durante los procesos electorales. “Miles de cuentas de propaganda en las redes sociales se están extendiendo por todo el mundo, en todos los idiomas, mentiras inventadas para manchar a funcionarios políticos, personalidades, figuras públicas, periodistas”, dijo Emannuel Macron, y agregó que para proteger a las democracias liberales, “debemos tener una legislación fuerte “. La legislación propondrá una mayor transparencia para que el público sepa quién ha pagado, establecer un límite a los patrocinios y conocer quién ha elaborado los contenidos emitidos. Además propone establecer un mecanismo mediante el cual un juez podría ordenar la eliminación de contenidos falsos o bloquear el acceso a las páginas que los difunden. El órgano francés encargado de supervisar los medios de comunicación masiva tendría poderes adicionales para “luchar contra cualquier intento de desestabilización por canales de televisión controlados o influenciados por estados extranjeros”. La intención es evitar que se repita la historia de la que el mimo Macron fue víctima en la elección pasada, cuando recibió ataques cibernéticas que aunque no le impidieron ganar, alteraron las tendencias de votación. La protección de los votantes para evitar que sean engañados por agentes internos y externos es un motivo moral y políticamente importante, sin embargo, en este caso puede contravenir la protección a la libertad de expresión representa. Sobre todo si tomamos en cuenta que habrá que decidir quién define lo que son noticias falsas y si esta autoridad recae en el estado, el peligro puede ser mayúsculo. En Alemania desde octubre está en vigor la NetzVG, una ley encaminada a proteger los derechos de las personas ante las noticias falsas, que fue aprobada luego de las experiencias en las elecciones en las que la extrema derecha, como en el caso de Francia, usaron intensamente las redes sociales para ganar adeptos mediante tácticas informativas agresivas que cruzaban la linea roja de la verdad.Por otro lado en los Estados Unidos las corrientes liberales se oponen firmemente a cualquier intento de control. Estudios recientes referidos por la prensa neoyorquina (Masha Gessen, The New Yorker) afirman que el publico de aquella nación ha estado expuesto a las llamadas fake news pero que en su inmensa mayoría no han creído en ellas: dicho de otra forma la sociedad está mucho más sólidamente informada de lo que parece. Por lo que resulta necesario un control estatal de los contenidos. Quizá el horror a los totalitarismos derivados de la memoria de la guerra tiene mayor impacto en Francia y Alemania y por eso se han decantado por soluciones más intervencionistas. Lo cierto es que la democracia liberal enfrenta una amenaza que debe ser atendida de una forma u otra. La luz del torrente informativo ya no parece ser suficiente para garantizar el ejercicio del derecho a saber, de la libertad de expresión y el derecho a la información. El desafío pasa por considerar también la tecnología, que pronto será capaz de brindarnos inteligencia artificial IA que podría ayudar a discriminar la información veraz de la falsa, pero que puede llevarnos al dilema de preguntarnos quién y cómo controlaría a la IA.Es significativo que el papel de la prensa como formador de opinión pública es modificado por la acción de los contenidos difundidos por las redes sociales y que el público está expuesto a una gran cantidad de información no verificada. También es importante notar que los políticos están tentados a controlar o al menos influir continuamente en el torrente de contenidos con más o menos escrúpulos, lo que significa también un riesgo creciente.En el caso de México ya comenzamos a ver los efectos de la acción cibernética en los procesos electorales que llevarán a la elección de julio próximo. Seguramente de la experiencia que se viva en los meses próximos se derivarán iniciativas para intentar controlar los flujos de mentiras sistemáticas difundidas en las redes y corrientes que se opongan a la intervención del Estado. Nuestra democracia se fortalecerá si la información crece en calidad, y si la opinión pública resiste el bombardeo sistemático de datos de dudosa veracidad. Habrá que ser optimistas y apostar por sostener el amplio margen de libertad para expresarnos y del derecho a saber.