Miércoles, 24 de Abril 2024

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La urgencia sigue

Por: Antonio Ortuño

Pasaron los días de fervor. El esfuerzo nacional para apoyar a las víctimas del terremoto del 19 de septiembre ha sido muy intenso pero, para quienes vivimos lejos de las zonas de desastre, la vida podría dar la impresión de volver a su marcha habitual. Otros temas asoman en la agenda pública y los poderosos, una vez pasado el primer golpe, regresan a sus rutinarias contiendas (a fin de cuentas, está a tiro de piedra el arranque de los procesos electorales de 2018, que renovarán presidencia, congreso, gubernaturas, alcaldías…).

Y también hay que entender que no pocos entre nuestros más cercanos, los ciudadanos de a pie, los que son como uno, comienzan ya a preferir asomarse a otros panoramas. Por agotamiento, por saturación, por agobio o el motivo que sea. Y así, la urgencia de los días iniciales parece disolverse, aunque sea gota a gota. Las prioridades cotidianas de cada cual tocan a la puerta y se instalan, otra vez, en el sofá y la cabeza. Los sentimientos nos exigieron demasiado y sobran las personas que están consumidas ya por el desborde. Parecen lejanos los días en que algunos pedían la emisión de billetes con la efigie de Frida, la perrita rescatista, con sus guantes y su visor; en que otros pasaron la noche entera pegados al televisor esperando que otra Frida, la supuesta niña atrapada bajo los escombros en la escuela Enrique Rébsamen, fuera rescatada (todo acabó en la charada de medios que ya conocemos); parecen ya lejanos los episodios de ese llanto de pura impotencia de rescatistas y familiares ante los derrumbes (o de ternura en los centros de acopio). Y también el de quienes, quizá en silencio, se desarmaban ante un televisor o computadora, lejos, sintiéndose culpables y hasta inútiles. Todo, poco a poco, parece esfumarse.

Solamente que no. La urgencia no ha pasado. Para los afectados por el sismo, que son miles de personas en la capital y en varios estados del centro y sur del país, los días son amargos y aún los marca la incertidumbre. Algunos perdieron familia, amigos, casa, vehículos y todas o una parte cardinal de sus pertenencias. Otros enfrentarán una larga y tortuosa recuperación física y psicológica. Todos ellos tienen necesidades apremiantes. Las toneladas de ayuda donadas han sido, sin duda, esenciales para sacarlos de apuros o, al menos, para paliar un poco los efectos del momento terrible en que se encuentran instalados. Pero hace falta más. Y hace falta seguir presionando para que la ayuda llegue a quienes la requieren sin pasar primero por filtros políticos (por llamar así al agandalle y secuestro de víveres y medicinas, como vimos en Morelos), para que partidos o gobiernos se cuelguen medallitas.

Son miles las construcciones dañadas, son miles las personas que necesitarán alojamiento y comida, atención médica y psicológica, asesoría, acompañamiento, es decir, solidaridad. Esa palabra hurtada por el gobierno de Carlos Salinas para su campaña de imagen y que es indispensable retomar.

Por eso: no olvidemos. Un sismo es imposible de prevenir pero la infracción de los reglamentos de construcción (ignorados o vulnerados por avaricia inmobiliaria y soborno) sí que tiene responsables. La negligencia oficial debe tener un precio. Y el desvío de ayuda también. Las autoridades de este país no han estado a la altura, ni remotamente, de la respuesta civil. No podemos permitir que su agenda de forcejeos políticos desplace de la lista de prioridades el destino de los miles de afectados en la capital y los estados. No basta con que los partidos “donen” el dinero de campañas (excesivo, sin duda). No basta con palmaditas. La catástrofe del 19 de septiembre debe dar pie a que busquemos un profundo cambio político en el país.

ATENCIÓN. La ayuda a poblados como Juchitán en Oaxaca debe estar por encima de cualquier forcejeo político.

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