Hay un juego de manos, una prestidigitación institucional, que se repite cada vez que se convoca al pueblo a votar. Se alzan voces desde el estrado del poder, pregonando con orgullo que ahora “el pueblo elige a sus jueces”. Se imprime en la boleta un ramillete de nombres -extraños, opacos, ya bendecidos por el filtro del régimen-, y se le dice a la ciudadanía: “Decide tú”.Pero es una elección sin conocimiento, sin contexto, sin profundidad. Se nos da la envoltura de la libertad, pero no su contenido. ¿Cómo elegir con sensatez si no se conoce la preparación, trayectoria ni integridad de los aspirantes? ¿Cómo ejercer una libertad que no está precedida por la conciencia?La democracia, cuando se reduce a una coreografía de apariencias, se convierte en su propia caricatura. Las masas, desinformadas y anestesiadas por la propaganda, participan en un rito cívico vacío, creyendo que deciden cuando en realidad sólo ratifican decisiones previamente tomadas.Los candidatos -ya seleccionados, ya cribados por intereses políticos o cuotas de poder- son presentados como opciones, cuando en realidad son piezas movidas desde antes en el tablero. Se le cambia el ropaje al autoritarismo, vistiéndolo de democracia participativa, pero sigue latiendo bajo el disfraz la voluntad del control.Esto no es nuevo. Desde las sombras del siglo XX, los regímenes que más hablaron de democracia fueron muchas veces los que más la distorsionaron. Porque la propaganda no necesita convencer con razones, sino con emociones. Basta con repetir que “el pueblo manda”, mientras se le quitan los ojos para ver y los oídos para escuchar.Y el peligro es éste: cuando se acostumbra a las masas a votar sin comprender, a elegir sin conocer, se las entrena en la obediencia disfrazada de participación. Se les hace creer que su firma en la urna es un acto de soberanía, cuando tal vez sea, más bien, una coartada del sistema para seguir gobernando sin contrapesos.Porque no hay democracia sin conciencia crítica. No hay elección legítima sin información clara. Y no hay libertad verdadera sin el ejercicio del pensamiento.Es muy importante comprender que una genuina democracia es también pluralidad, discrepancia, inconformidad, desacuerdo, compensación, equilibrio y no una corroboración de una mayoría incondicional y sumisa. Eso no es democracia, es más una manipulación.