Viernes, 10 de Mayo 2024

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Impedir una catástrofe

Por: Martín Casillas de Alba

Impedir una catástrofe

Impedir una catástrofe

El libro de Stephen Greenblatt, Tyrant. Shakespeare on Politics (W.W. Norton & Co., 2018) o Los tiranos. Shakespeare en la política (Alfabeto, 2019), lo escribió el maestro de Harvard pensando en Donald Trump y para intentar contestar estas preguntas: “¿por qué una gran cantidad de individuos aceptan ser engañados a sabiendas? ¿Existe -como se pregunta Shakespeare en sus obras- algún manera de detener la caída hacia un gobierno sin leyes, arbitrario, antes que sea demasiado tarde? ¿Habrá algún medio eficaz de impedir la catástrofe civil que invariablemente provoca una tiranía?”

Greenblatt encuentra huellas en las obras de Shakespeare en nuestro tiempo, entre otras, estas tres características de los tiranos: egocéntricos, mitómanos y megalómanos que intentan convertir su delirio de grandeza en realidad tal como lo hizo Ricardo III en el siglo XV.

De esta manera podemos entender mejor a esos que han fructificado en una sociedad “enzarzada por una política de partidos fraccionaria, particularmente vulnerable a los fraudes del populismo, en donde siempre ha habido instigadores que suscitan ambiciones tiránicas.”

Vimos a Trump derrotado sin darse por vencido. Desesperado, como Ricardo III antes de dar su otro brazo a torcer, gritaba: “A horse, a horse, my kingdom for a horse!”, como lo hizo Trump poco antes de abandonar la Casa Blanca, remachando los rumores que había esparcido durante meses, asegurando que las elecciones habían sido fraudulentas y, por eso, provocando a sus huestes para que invadieran el Capitolio.

La historia de los tiranos termina en una guerra civil, como la que ahora creemos que pueden provocar los supremacistas blancos y los Proud Boys entre los 74 millones que votaron por el anaranjado que siguen sin aceptar la falsedad de sus 30 mil mentiras que dijo durante sus años en el poder, tal como las registró el Washington Post.

Greenblatt encuentra huellas en las obras de Shakespeare, entre otras, estas tres características de los tiranos: egocéntricos, mitómanos y megalómanos...

En la época isabelina, calificar al monarca de tirano era pena de muerte. Cuando Ricardo era duque de Gloucester, después que los York habían derrocado a los Lancaster en la Guerra de las Dos Rosas, el duque, nacido con un brazo seco y retorcido y con una joroba donde habitaba su alma putrefacta, un bulto que no podía descargar, un día le dijo su madre, la Duquesa de York, que “había venido al mundo para convertirlo en infierno. Fuiste una pesada carga desde tu nacimiento, con una infancia malhumorada y caprichosa, unos días de escuela, terribles y salvajes, llenos de furia y de desesperación; una juventud atrevida, temeraria, aventurera; altivo, taimado, artero y sanguinario; ahora aparentas estar tranquilo cuando, en realidad, eres más dañoso, pues fingiéndote amable encubres odios... ¡Malditos días de inquietud y turbulencia que han visto pasar mis ojos! Ahora, has logrado que choquen unos contra otros, hermano contra hermano, sangre contra sangre entre ellos mismos. ¡Oh furia absurda y frenética! Pon fin a tu maldita rabia, o déjame morir, porque estoy harta de tanto contemplar la muerte.”

Huellas que coinciden con el perfil de algunos tiranos de nuestro tiempo, expertos creadores de complots y rumores que riegan entre la gente “como una flauta con la que se soplan sospechas, recelos y conjeturas”, hasta que descubrimos, boquiabiertos, que “los personajes que más se engañan no son tanto las multitudes, sino los pocos poderosos y los privilegiados”, como algunos de los Republicanos.

En la época isabelina no había libertad de expresión, por eso, Shakespeare usaba métodos indirectos para evitar la censura. Sus obras suceden en otro tiempo o lugar: siglos antes o en Iliria, Roma o Sicilia, para poder hablar sin tapujos del origen, causa y efecto de los tiranos, pues bien sabemos que “todo el mundo es un teatro y todos los hombres y las mujeres simples actores que tienen sus entradas y salidas”, como ese que entraba y salía de la Casa Blanca o del Capitolio.

Impávidos, vemos cómo, a pesar de la contundencia, Trump queda exonerado después de haber sido obviamente el provocador de un acto terrorista. ¿Será el principio de la decadencia de ese imperio?

malba99@yahoo.com

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